El misterio de la unidad del yo

Carmen Giussani

Martes, 11,15 h. En el auditorio, ante unos 5.000 asistentes, empieza el encuentro dedicado a "Neurociencias: el misterio de la unidad del yo". El moderador, Andrea Moro, profesor de Lingüística, introduce con claridad y salero el objeto de la conferencia.
Cuando se habla del "misterio de la unidad del yo", no es obvio en absoluto reconocer que se trata un verdadero "misterio". ¿Cómo es posible que de una realidad hecha de materia y algo que no es material resulte una unidad que llamamos yo? ¿Cómo puede ser que siendo una realidad finita el yo, cualquier yo, desee algo infinito? En efecto, cuando hablamos de "yo" identificamos sus partes (los afectos, la tensión a la libertad...), pero nos perdemos cuando pensamos en cómo todas ellas se juntan en el cerebro para alcanzar, por ejemplo, una percepción o tomar una decisión.
Para un niño, en cambio, identificar el misterio de la unidad del yo parece inmediato: la primera palabra que pronuncia es "yo", y después enseguida "tú", sólo mucho más tarde pronuncia la tercera persona. Existe en el yo un contraste: es capaz de conocer el infinito, por ejemplo utilizar infinitos elementos con infinitos medios en el uso del lenguaje, pero él mismo es un organismo finito. ¿Qué dicen hoy al respecto las neurociencias?
El profesor Michele Di Francesco, decano de la facultad de Filosofía de la Universidad Vida y Salud San Rafael, empieza su intervención señalando que los avances actuales en este campo han aportado grandes novedades, que suponen un desafío importante ante el problema de la unidad del yo. Con los medios actuales de investigación de los que dispone la ciencia, se han identificado muchos procesos que se realizan en el cerebro, vinculados a la actividad consciente, pero ¿cómo es posible que de los llamados "procesos subpersonales" salga luego lo que es la persona? Los logros plantean nuevas preguntas.
Ciertamente el rol de la conciencia humana se ha redimensionado, considerándola hoy como la punta de un iceberg. Bajo el nivel de la mente que podemos explorar con los medios de la ciencia, existen un sinfín de procesos que huyen a nuestra indagación. Actualmente, se reconoce que incluso la experiencia del "pensar" no coincide con la experiencia del yo. Muchos consideran que nuestra mente es una suerte de software que crea un "comandante virtual" al que llamamos "yo". ¿Pero cómo explicar la evidencia primaria, persistente y cotidiana, que se expresa en la primera palabra que pronuncia cualquier ser humano: "yo"? Tras un breve recorrido a través de filósofos contemporáneos, el profesor Di Francesco concluyó diciendo que "en este momento, la investigación científica no empobrece la realidad de la persona humana, más bien abre continuas preguntas sobre el misterio de la unidad del yo.
A continuación, Giancarlo Cesana, profesor de Medicina en la Universidad de Milán Bicocca, empezó citando un pasaje publicado recientemente en Il Corriere della Sera: "con ciertas máquinas podemos observar qué zona del cerebro se activa, pero 'localizar' no significa explicar, aunque 'no localizar' podría significar que detrás de ciertas palabras como conciencia o Dios, no hay nada". Cesana simplemente observa que "mi conciencia no acepta que no existe una conciencia que lee los datos. En cambio, es verdad que o el yo no existe y es una simple conjunción momentánea de datos, o existe y es un misterio, esto es, una evidencia que yo no poseo".
Después, Cesana distinguió el ignoto, que da miedo porque es la oscuridad sin rostro, del misterio que "es la claridad y la luz, aunque no sepas de dónde vienen". Tras apuntar a la realidad del pecado original que rompe la unidad del yo, produciendo el dolor y la muerte, Cesana se centró en la experiencia de la libertad como lo más propio de la unidad del yo. La libertad como tensión inexhausta, no como capacidad de salvarse uno mismo, por sí solo.
En efecto, el miedo literal del yo es el subjetivismo: existo yo solo. En cambio, "yo soy relación, estoy vinculado a la realidad, soy dado a mí mismo momento por momento".
Cuando, en su hospital, escucha a las enfermeras que debido a su trabajo sufren estrés, les pregunta: "¿por qué haciendo vuestro mismo trabajo y en condiciones ciertamente mucho peores la Madre Teresa estaba contenta y vosotras estáis agobiadas? ¿Cuál es la diferencia?". Respuesta: el yo. El yo que somos: deseo y libertad. El yo del que tenemos evidencia, pero que no poseemos. El yo cuya unidad es la relación con el Misterio.