“Yo también quiero ayudar”

Ángel Misut

Un africano ocupa diariamente la puerta del supermercado ofreciendo La Farola a los clientes. Por supuesto, nadie la compra, pero la oferta implica un código que todo el mundo entiende: “Necesito ayuda”. Pero hoy no se encuentra solo, sino que, además de él -que siempre que se lo permiten traspasa el umbral de la puerta corredera para beneficiarse del aire acondicionado del establecimiento- hoy se ha instalado un grupo de “pirados” que, desafiando al sol abrasador, se dedican a entregar un pequeño panfleto a cada cliente contándoles que mantienen varias casas de acogida y una red de ayuda a más de trescientas personas que lo están pasando muy mal. Una de las señoras habituales, que le conoce perfectamente porque se encuentra con él a diario en la puerta del establecimiento, sale y le entrega una bolsa con comida. El africano agradece el gesto y se queda pensativo: “Yo pido por mi necesidad, pero ¿y estos? ¡Estos piden para otros como yo!... Tras unos instantes, mete mano en la bolsa y saca algo de lo que la señora le ha regalado, se dirige al grupo de “pirados” y les dice: “tomad, yo también quiero ayudar”.
Durante todo el mes de junio, los voluntarios de la Casa de San Antonio han dado un paso más en su respuesta a las necesidades que atienden, y han salido a la calle para mostrarse ante el mundo diciendo quiénes son, qué hacen y por qué lo hacen.
Con la coordinación de Zoila, se sitúan en la puerta de supermercados, con los que previamente se ha hablado, y se solicita ayuda a los clientes habituales.
La tarea no ha sido fácil, porque los establecimientos prestan la colaboración mínima, y a las dificultades que plantea el clima, al tenerse que mantener en el exterior, se añaden ciertas muestras de desprecio hacia las personas para las que se realiza la acción. Pero la sobreabundancia de ayuda y agradecimiento de la mayoría de los abordados sobrepasa con creces la dificultad y está convirtiendo estas acciones en una experiencia inigualable.
Ver cómo mujeres con una exigua pensión de viudedad, con la que además ayudan a sus hijos en paro, liman unos euros a su necesidad para colaborar con esta obra, o cómo una mujer que iba a comprar el pan sale del establecimiento con un carro repleto de alimentos, que ofrece a los sorprendidos voluntarios, se convierte en signo inequívoco de la presencia de Cristo tras cada una de las situaciones de dificultad que afrontamos.
Uno de los momentos más impactantes se produce un sábado por la mañana, en el que se había iniciado la colecta en condiciones algo más difíciles de lo habitual, porque el supermercado en cuestión había prohibido que cualquier referencia a su marca pudiera aparecer en los folletos que los voluntarios ofrecerían a los clientes. ¡No querían contaminarse! Pero de nuevo, contentos de ponerse ante el mundo para decir “quiénes son” y “para Quién están trabajando”, los voluntarios recibían con alegría lo que la gente, con su buen corazón y voluntad, les entregaba.
A media mañana se acerca un anciano y ofrece una bolsa de alimentos a uno de los voluntarios, que la toma y le agradece su generosidad. Pero aquí surge el imprevisto. El anciano le coge la mano y se resiste a soltarla. La voluntaria mira sus ojos y descubre que están llenos de lágrimas. Sorprendida le dice que se tranquilice mientras acaricia la mano del anciano, que no dejaba de llorar. Conmovida por la situación, la voluntaria termina llorando también, al tiempo que advierte a sus compañeros. Uno de ellos, se acerca y abraza muy fuerte al abuelo, mientras trata de tranquilizarlo.
La esposa del anciano interviene para contarles que ellos saben lo que es la necesidad, la falta de alimentos. Que no hace mucho tiempo lo habían pasado muy mal, y por esa razón, su marido y ella recordaban con lágrimas aquellos tristes momentos de su vida, en los que no habían tenido un grupo, como aquel, que pidiera a los demás para ayudarles.
Cuando ya todos se han tranquilizado, deciden inmortalizar aquel encuentro y se hacen todos una fotografía, que testimonia un paso más en el camino educativo en que se ha convertido esta obra. Un paso más a través de la provocación permanente que el Señor pone ante nosotros, y que, sin necesitar para nada nuestra insignificante incompetencia, sin embargo desparrama su caridad invitándonos a “echarle una mano”.
Una de las voluntarias sintetiza la experiencia vivida al preguntarse: “Señor, ¿Te doy mi Sí en todas las circunstancias? Porque es muy fácil darlo cuando todo va bien, pero ¿qué me pasa cuando no todo va bien? Estoy deseando volver mañana esperando que el Señor me sorprenda de nuevo con estas pequeñas cosas”.