El grupo de mujeres palestinas en la Universidad <br>Católica de Milán.

El "balance" del Papa y las madres palestinas

Alessandra Stoppa

«Estamos en medio de la vida real». El Papa se marchó de Milán indicando lo que veía. Su “balance” no fue una consideración, sino un hecho: «La Iglesia está viva». La verdad de las palabras que improvisó antes de partir hacia Roma expresaron que sus ojos, durante este Encuentro lleno de rostros, gestos y palabras, habían admirado la presencia del Señor que «tiene en su mano» el destino de la Historia y el nuestro: «Simplemente quería daros las gracias por todo lo que he vivido estos días: esta experiencia de Iglesia viva. Si alguna vez se puede pensar que la barca de san Pedro está realmente a merced de adversarios difíciles – es verdad –, sin embargo también es verdad que el Señor está presente, vivo, ha resucitado realmente y tiene en su mano el gobierno del mundo y el corazón de los hombres. Esta experiencia de Iglesia viva, que vive del amor de Dios, que vive por Cristo Resucitado, ha sido el don de estos días».
La Iglesia está viva porque hay hombres que viven un hecho presente. Resuena el diálogo que ha oído alrededor de su mesa estos días. «Sólo Alguien vivo os puede permitir vivir allí». Don Ambrogio Pisoni, responsable de las comunidades mediorientales del movimiento, se lo decía a trece madres palestinas después de escucharlas hablar sobre su vida en Belén. Llegaron a Milán después de un viaje de 48 horas para ver al Santo Padre. Van elegantemente vestidas, sólo una de ellas habla un poco de italiano. Sus ojos son negros, profundos, asienten con la cabeza al oír hablar del «inmenso deseo de educar a nuestros hijos en Cristo, aunque las condiciones sean difíciles. La presión sobre la minoría cristiana es muy fuerte». La vida cotidiana está bloqueada por un muro de casi 850 kilómetros de largo y nueve metros de alto, las dificultades para conseguir el permiso para entrar en Jerusalén, sus hijos que no han visto nunca la Ciudad Santa, ni el mar. «Pero no estamos tristes». Salta a la vista al estar con ellas. Hay algo de lo que están más orgullosas que de ninguna otra cosa, y cuando Jihan lo desvela todas rompen en un aplauso, antes aún de que se pueda oír la traducción: «Tenemos el Bautismo».
Samar, Suha, Judith, Souad... Han ido a Italia para acompañar a Joseph Zaknoun, director del Instituto Cardenal Martini de la Universidad de Belén, donde estas madres hacen un curso de liderazgo. Una perla extraña en la sociedad árabe palestina: los jóvenes y las mujeres tienen la posibilidad de realizar programas educativos, de formación en responsabilidades y comunicación. «Son 470 mujeres las que están inscritas a día de hoy. Han participado setecientas desde que comenzamos hace casi tres años y medio», explica Zaknoun, que lleva treinta años dedicado a la enseñanza en un mundo dominado por la cultura islámica. Su atención educativa se centra en los cristianos árabes, que viven «entre dos fuegos»: como árabes, viven marginados por los hebreos; como cristianos, por los musulmanes.
«Por todo ello, estar con el Papa es para nosotros una ocasión extraordinaria. Nos confirma en nuestra fe, que es lo que nos da esperanza», dice Bernadette. «Si no nos vamos de nuestra tierra como hacen tantos otros, no es por nuestras propias fuerzas, sino por la fuerza del Espíritu Santo», continúa Lilian. Que cada día pasa delante de la Basílica de la Natividad y se santigua para dar gracias a Jesús por estar presente.
«Hay lugares y momentos de la historia en que se entiende bien que Cristo es una Presencia», dice Pisoni: «¿Pero por qué? Por gente que vive. Si vosotros no vivierais la fe allí, si no estuvierais, en Tierra Santa sólo habría piedras. Necesitamos encontrar piedras vivas».