Se retoma el camino a partir de la autoconciencia

Andrea Costanzi

El 2 de mayo Julián Carrón tuvo un diálogo con el personal del mundo sanitario sobre la síntesis de la última Asamblea de responsables de CL, en Pacengo. Intervenciones, pacientes y preguntas. Y el desafío que se vuelve a plantear todos los días: “Es el tiempo de la persona”

La autoconciencia del yo es el punto de donde se puede retomar nuestro camino humano en el ámbito del trabajo en la sanidad. Acudo al encuentro con Julián Carrón, a raíz de la síntesis de la asamblea de CL en Pacengo, con el ánimo dividido entre la alegría y el dolor que diariamente me producen las cosas que me pasan. El éxito de algunas importantes intervenciones quirúrgicas y la enfermedad que ha afectado a una enfermera con la que he trabajado este último fin de semana: de una ligera cojera al diagnóstico de esclerosis múltiple. Le digo que ahora tiene que luchar y ella me pregunta: “¿Para qué?”. Un colega del hospital de Niguarda, en Milán, que muchas veces he consultado para abordar asuntos médicos relativos a familiares míos, acaba de tener un derrame cerebral y está en coma en la UCI de su hospital. Acabo de dar el alta a una vivaz octogenaria operada de un tumor de abdomen que me pregunta: “Doctor, ¿ya estoy definitivamente curada, verdad?”.
Llego al Sacro Cuore con un montón de preguntas. “¿Por qué mi autoconciencia no sabe ponerse frente a estos acontecimientos testimoniando una novedad en lugar de dar respuestas preconfeccionadas?”.
De entrada, intento poner orden retomando mis densas notas digitales. Carrón aclara que don Giussani, cuando habla de autoconciencia del yo, está planteando algo que nos afecta a cada uno de nosotros, cualquiera que sea nuestra profesión, y por lo tanto también al personal sanitario, con su circunstancia específica. No nos ofreces soluciones técnicas a los dramas que la vida del hospital me presenta cada día. Carrón retoma las palabras del Gius para responder al contexto social y cultural en el que cada uno de nosotros vive actualmente. «Ninguno de nosotros habría dicho: “Ha llegado el tiempo de la persona” – dice Carrón – Y esto nos corrige».
Primero interviene Titta, un médico que lleva 15 años trabajando como director de una unidad para personas en estado vegetativo persistente. Una condición que no tiene curación y ni siquiera mejoría. Personas que, aparentemente, no tienen ninguna autoconciencia. Hay que cuidar de 24 enfermos en estas condiciones, entre ellos la mujer de un compañero y amigo nuestro. Se pregunta cuál es el sentido de estas vidas. ¿Por qué vivir en estado vegetativo durante 15 ó 20 años? Sin embargo, sus vidas tienen el mismo sentido que la mía, esboza una respuesta. “Por esto Dios te llama a ti allí”, contesta Carrón: “Para que tú puedas verle actuar y así puedas contestar a las preguntas que plantea esa realidad del enfermo, tal como es”. Como decía don Giussani a los enfermeros en 1985: lo que está en juego es la unidad de nuestra persona. No podemos separar la faceta profesional de la faceta humana. El profesional coincide con un hombre. Si uno no afronta la pregunta sobre el sentido de su trabajo, con el tiempo disminuye su presencia en lo que hace.
Hasta aquí, bien. Pero, ¿a quién no le surgirían preguntas cuando, como me ha sucedido, tienes que cuidar a un paciente joven, casado y con hijos pequeños, con un tumor en estado avanzado? En otro hospital le consideraron como no operable. Yo pude derivarlo al cirujano mejor para él, participar en su intervención, acompañarle paso a paso en el tratamiento, y ganarme su aprecio y amistad. Parece que Carrón subraya la importancia de esta implicación totalizadora, porque a todos les gustaría, en caso de enfermedad, encontrar a un médico que, al haberse tomado en serio su propia humanidad, sea capaz de mirarte “así”. De todas formas, como nos recordaba don Giussani, es muy fácil que, en la profesión de médico, mucho más que en otras, se introduzca una división entre la fe y la realidad profesional, una fractura entre el saber y el creer. Sin embargo, sin que esta división se sane no se puede estar como hombres frente a lo que sucede.
Empiezo a no comprender. Busco estar delante de la enfermedad del otro con todo mi yo, ¿dónde me puedo perder? Retoma Carrón: ante un drama que perdura en el tiempo, no os basta la herida que abre el dolor para mantener vuestro corazón abierto. Si no se afronta esta pregunta, salimos perdiendo como médicos y nos hacemos más cínicos. Y si no se vence este cinismo, el trabajo se convierte en nuestra tumba. Y una desdicha para todos los que trabajan con nosotros.
Interviene Pascuale, que trabaja como directivo de un hospital, y habla de dos actitudes muy frecuentes en el trabajo: por una parte el lamento por la crisis o las relaciones difíciles que nos impiden ver lo que hay, y por otra creer que ya lo tenemos todo resuelto, al igual que los discípulos que volvían satisfechos por el éxito. Yo me veo mucho en la segunda, porque lamentarse raramente es motivo de satisfacción. ¿Son posiciones débiles porque seguimos pensando que el problema está fuera de nosotros y no en nuestra autoconciencia? Carrón vuelve al punto crucial: “por la falta de autoconciencia”. ¿Qué entiende don Giussani por autoconciencia? “Una percepción de sí clara y amorosa, cargada de la conciencia del propio destino y, por tanto, capaz de verdadero afecto a uno mismo”.
Pienso en la gracia de trabajar en el hospital con quien te ofrece esta mirada y la busca en ti. Basta una relación así para que cada instante sea una ocasión para retomar el camino y cada problema, clínico u organizativo, una ocasión para aquilatar el juicio.
Pienso en el equívoco al que puede conllevar un trabajo como el mío de cirujano. Pueden prevalecer la atracción de la técnica y la seducción de la tecnología, y ser motivo de nuestra satisfacción. Cuando todo va bien no tocas el suelo, y ¿cuándo va mal? “La cuestión es si tenemos un afecto que nos satisface de tal manera que puede sostenernos; esto es lo que prueba que tenemos fe”, continúa Carrón. Hay que aprender a mirarse con la ternura infinita con la que Jesús nos mira. Él conoce nuestro drama. Nos mira y despierta de nuevo toda nuestra humanidad. Está en juego la verdadera naturaleza de la fe porque cuando las cosas van bien es fácil usar la palabra “Jesús”, pero cuando la vida apremia: la crisis, la dificultad, el drama que supone mantenerse en pie ante la enfermedad, entonces las palabras no bastan. Aquí se empieza a entender la importancia de la experiencia de don Giussani: afrontar la vida con la certeza de que existe el Bien. La alternativa es que nos consideren buenos profesionales, buenas personas, pero nada más. Para Carrón, el desafío es, como dice Eliot, si perdemos la vida viviendo o si la ganamos.
Al final del acto se vuelve al punto principal: “¿Qué afirmamos cuando decimos hombre, persona, yo?”. Muchos de nosotros y de nuestros compañeros – explica Julián – creen ya saber qué es el hombre; muchos creían que ya conocían a Cristo y por eso no les interesaba. “¿Qué ha hecho que volvamos a interesarnos por esto? Encontrar a alguien como don Giussani, que hizo de todo para ponernos delante, provocarnos y fascinarnos, por lo que puede reabrir el camino hacia la verdad de nuestra humanidad”. ¿Y nosotros? “¿Creemos que la repetición de la doctrina correcta basta para transmitir el cristianismo?”. Es necesario que la persona se ponga en juego, no el técnico ni el que tiene un discurso aprendido. Hace falta creatividad e imaginación, si no, reducimos el cristianismo. No es suficiente repetir las palabras. Don Giussani ha propuesto algo que nos conviene y, pregunta Carrón, ¿podemos transmitir a los demás una conveniencia humana? “Porque si no usamos el mismo método que nos sirve a nosotros... por ello, no basta ser un repetidor de Giussani, como a él no le bastó ser un repetidor del dogma; fue necesaria su autoconciencia, su persona, fue necesario un testigo. Igual que ahora. Por eso este es el tiempo de la persona”.
Salgo rodeado de una muchedumbre de colegas y pienso en la persona nueva que de vez en cuando se asoma en mí, y que luego se adormece. Aunque sea tarde, ahora está más despierta que nunca.