Aldo, Giovanni e Giacomo.

Allí donde es posible creer lo increíble

Giovanni Storti

Son las cuatro de la tarde. Subo al coche para “descubrir” cómo funciona esta asociación La Cometa, en Como. Las historias de Giacomo, que ya ha estado allí, están llenas de entusiasmo. Aldo y yo somos un poco escépticos. Ese concepto que los fundadores han puesto en el centro de todo, que la belleza educa, que la belleza estimula, es ciertamente muy interesante, pero nos parece que tiene poco que ver con una asociación de acogida y educación para niños y adolescentes. Los tres hemos visitado otras realidades dedicadas a la acogida y en general es bastante complicado mantener allí a los chavales y hacer que tengan una vida casi normal, figúrate buscar además un lugar para esa belleza, donde todo es perfecto, donde se respira un gran entusiasmo por todas partes… nos parecía un poco exagerado. Sin embargo, no solo Giacomo no había exagerado, sino que tenemos que admitir que incluso había más de lo que él decía.

Llegamos, con una difícil maniobra automovilística aparcamos e inmediatamente nos quedamos impresionados por la belleza del lugar. El jardín, repleto de grandes azaleas en flor, una vieja glicinia que trepa por ambos lado de la preciosa casa de la asociación, un césped verde que es signo del cuidado y la sabiduría de quien lo ha proyectado. Los edificios tienen una armonía y funcionalidad que raramente se combinan tan bien.
Los chicos nos rodean enseguida, nos hacen una entrevista con preguntas agudas que raramente oímos a periodistas de verdad. Uno de ellos nos pregunta: «¿por qué hacéis reír?». Parece una pregunta banal, pero no es tan fácil. En primer lugar porque es difícil de responder, y luego porque es una pregunta extremadamente directa sobre lo que haces, por eso es una pregunta preciosa, mucho más si quien la hace es un niño. Le respondo que somos juglares, bufones, que nuestro oficio es aquello que somos. Luego visitamos la escuela. A la entrada hay una estatua de un gorila y encima se puede leer: «hechos no fuisteis para vivir como brutos, sino para perseguir virtud y conocimiento». ¡Tendríamos que poner eso en todas las escuelas!

Las aulas son muy bonitas, luminosas, todas tienen vistas de Como y del lago. No hay nada tirado ni roto. Quizá sea cierto eso de que “rodear” a los chavales de belleza hace que la respeten y la persigan.
Algunos chicos trabajan en una estructura, así que nos acercamos para conocer otra gran idea: la manualidad es más importante que el pensar. Por eso, los chicos que quieren aprender un trabajo artesanal son guiados por artesanos profesionales que les enseñan el oficio: cocina, peluquería, carpintería, etc. Los dulces que comeremos en la cena, riquísimos, están hechos por un joven pastelero. En el aula magna, los chavales nos bombardean con preguntas, muestran curiosidad e interés. No les bastan respuestas que les hagan reír, quieren saber más, una pregunta les lleva a la otra. Les gustan los chistes, pero necesitan ir un poco más al fondo. Es una buena señal, quiere decir que incluso para esto están bien educados.

Allí uno tiene la sensación de estar en un oasis dirigido con seriedad, fantasía, creatividad e inteligencia. La belleza que te rodea es un mecanismo difícil de lograr, no solo porque es extremadamente costoso, sino porque es algo que requiere grandes cantidades de gusto y de talento. Construir un proyecto educativo sobre la idea de la belleza exige haber experimentado ya lo que es eso, si no es imposible pensar siquiera en proponerlo.
Me ha salido un relato serio. Me ha costado escribirlo, normalmente soy más irónico. Pero esta vez no podía, es una situación tan particular que me ha parecido adecuado describirla tal cual es. La Cometa parece un lugar de otro mundo pero, como dice Giacomino: hace falta creer en lo increíble para hacer que lo imposible se haga realidad.
(publicado en el semanario italiano Vita, 27 de abril de 2012)