Don Giacomo Tantardini.

«Sin ti, Señor, no somos nada»

Alessandro Banfi

«Las almas de los justos están en las manos de Dios». El Libro de la Sabiduría resuena entre los antiguos muros de la Basílica de San Lorenzo en Roma. Muros llenos de flores que acogen a una multitud de gente conmovida. Fe y lágrimas unidas. Es el último adiós a don Giacomo Tantardini. La liturgia, antes incluso que los rostros de sus chicos, que proclaman las lecturas, le rinde homenaje. Una misa de las suyas, con el libro que lleva en la portada la reproducción de un fresco de Subiaco del siglo XIV, con los cantos en latín.
Y una jaculatoria que se repite al final de la ceremonia, una frase de San Ambrosio: «Ven, pues, señor Jesús... Ven hacia mí, búscame, encuéntrame, tómame en brazos, llévame». Todavía me parece estar viendo a don Giacomo pasear por esta Basílica, repitiendo con convicción, aunque sólo fuera mentalmente o en un susurro, esta invocación: ven, Jesús... Cuando caminaba de esta forma, nadie se le acercaba, como señal de respeto, de atención hacia su persona, de estima por su devoción. Evidente y potente, humilde y radiante. Permanecerá aquí cerca, en la iglesia de al lado de la Basílica, donde los frailes capuchinos le han dado sepultura.
La segunda lectura, de la Carta de San Pablo a los Romanos, también parece haber sido elegida por don Giacomo: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo. En la vida y en la muerte somos del Señor».
Para las exequias de Tantardini se han dado cita muchísimas personas, algunas muy conocidas y otras no tanto. Celebra el decano del Sacro Colegio Cardenalicio, cardenal Angelo Sodano, junto con tres obispos: monseñor Lorenzo Leuzzi, obispo auxiliar de Roma y enviado del Vicario de Roma, cardenal Vallini; monseñor Gino Reali, obispo de Porto Santa Rufina; y monseñor Vincenzo Orofino, obispo de Tricarico. Tras ellos, más de ochenta sacerdotes, entre los que destacan Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de CL; y Massimo Camisasca, superior general de la Fraternidad de San Carlos Borromeo. Entre las muchas personalidades que han acudido a la Basílica, el alcalde de Roma, Gianni Alemanno, el profesor Enrico Garaci, presidente del Instituto Superior de Sanidad, y el diputado Maurizio Lupi.
Durante la homilía, Sodano habla de un «adiós afectuoso, agradecido», por parte «de la gran multitud aquí reunida». Es un sentimiento de gratitud lo que domina en las palabras del cardenal: «Cantemos un himno al Señor por el don que ha hecho a la Iglesia a través de este gran sacerdote». Y cita el Evangelio de Lucas (el médico de Antioquía amigo de san Pablo) cuando usa el término griego parresìa. Don Giacomo sabía decir la verdad, con coraje, franqueza y fuerza. «Sin soberbia», afirma el cardenal decano: «Sentíos orgullosos de la Verdad».
La misa continúa con la lectura del Canon Romano y llega el momento en que se recuerda que don Giacomo «sirvió a la Santa Iglesia». En un mundo donde todos son esclavos, con una voluntad feroz de esclavizar al prójimo, testimonió con sinceridad su irreductibilidad como humilde servidor de la viña del Señor. «Sin Ti, Señor, no somos nada». Esta es tal vez la frase que más veces le hemos escuchado decir durante muchos años.
Al terminar los funerales, tres mensajes. El del cardenal Vallini, que expresa su «cercanía espiritual» a los amigos de don Giacomo y a sus hijos espirituales en Comunión y Liberación, rindiendo homenaje a su «maestro de vida». El de Carrón: «Ser aferrado por Cristo como don Giacomo nos ha testimoniado (...). Siguiendo a don Giussani, llevó a muchos de nosotros hacia Jesucristo». Y el de Lorenzo Cappelletti, que dio las gracias al cardenal Sodano, a la familia, a los frailes capuchinos y a todos aquellos que quisieron a don Giacomo.