Todo por un “sí”

Maria Chiara Conidi

Antes de salir de casa Laia tiene que dar explicaciones a sus padres: ¿Qué vas a hacer un sábado a mediodía en vez de quedarte en casa comiendo tranquilamente? ¿Vas a la catedral? ¿A ensayar cantos para una Misa? ¿Con el obispo? Todo eso suena muy raro. Estamos hablando de la hija de una familia “normal” de Vic, una ciudad del centro de Catalunya, donde hace años se vivía un riqueza de vida cristiana hoy prácticamente olvidada si no fuese por la cantidad de iglesias que llenan su casco urbano. Pero parece que algo ha cambiado a esta hija. Hoy esta joven estudiante está inexplicablemente ilusionada.
Hace poco Laia conoció en Barcelona a unos chicos de CL. Ese encuentro, que no hubiera podido ocurrir sin la iniciativa del Espíritu Santo que infundió en don Giussani el carisma de este Movimiento, es el que ha cambiado su vida. Quizás el agradecimiento a este hecho es la causa de que hoy Laia esté tan contenta de poder "recibir en su casa", en la catedral de Vic, a sus amigos y muchos otros que se han reunido para celebrar el 7º aniversario de la muerte de don Giussani y el 30º aniversario del reconocimiento de la Fraternidad de Comunión y Liberación por parte de Juan Pablo II.
Celebra la Santa Misa el Obispo de Vic, Romà Casanova, movido por la amistad con algunas familias que recientemente se han ido a vivir a su diócesis para llevar adelante una tarea educativa que ya está dando muchos frutos. En la homilía, comentando a San Pablo, sus palabras nos reclaman a que la gloria de Dios está en el "amén" del hombre, en su "sí" a que el Señor cumpla Su obra en él. Don Giussani insistió siempre en que nunca tuvo la intención de fundar un Movimiento: simplemente ha estado diciendo que sí a lo que Dios hacía en él y por medio de él. Y si es verdad que por sus obras Le reconoceremos, ¿qué se puede decir de este pueblo Suyo, que Dios ha generado a través del sí que Giussani, a imitación de la Virgen María, pronunció en cada momento de su vida? A esto es a lo que todos estamos llamados, y que los miembros de la Fraternidad de Comunión y Liberación han reconocido y aceptado como tarea y fuente de alegría de la vida: vivir en la total disponibilidad y dedicación a Cristo en la forma en que Él mismo nos lo ha hecho encontrar, el Movimiento.
¿Y qué es la santidad, si no este "dejarse hacer", para que Él sea conocido y amado por todo hombre? Para que el mundo se llene de su dulzura, tal y como cantamos al iniciar la Eucaristía en el canto Jesu rex admirabilis ("...mundum reple dulcedinem..."), Dios necesita de hombres que vivan así. Y para eso se necesita una compañía como ésta, una compañía que sólo Él sabe generar.
Y no hay que engañarse: esa Belleza, que se ha hecho armonía en los cantos y alegría en los rostros, no es un olvido del sufrimiento y de las dificultades de que está llena la vida. Las mismas paredes de la catedral de Vic, completamente cubiertas de las pinturas de Sert que evocan la pasión y muerte de Cristo, nos recuerdan el drama que atraviesa toda la existencia humana. Y es curioso, y a la vez conmovedor, saber que el pintor catalán las pintó dos veces: antes y después de la Guerra Civil, durante la cual la catedral fue destruida casi por entero. ¿De dónde viene la fuerza que permitió reconstruir esta catedral de lo poco que había quedado? Y, de la misma manera, ¿de dónde viene la fuerza que hace resurgir a la Iglesia en un contexto tan hostil a ella y a la Verdad? Es la fuerza de Cristo Resucitado, que sigue vivo en la carne de hombres sencillos que deciden entregarle simple y incondicionalmente su vida.