Camisasca: «Giussani ha salvado de la muerte a una generación entera de jóvenes»

Tempi
Daniele Ciacci

Siete años después de la desaparición de don Luigi Giussani, el semanal italiano Tempi entrevista a don Massimo Camisasca, superior general de la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo, y uno de los primeros discípulos del fundador de Comunión y Liberación (es autor de una preciosa historia del movimiento en tres volúmenes, publicada en español por Ediciones Encuentro), para recordar con él a su maestro.

¿Cuándo conoció a don Giussani?
Tuve la suerte de conocer a don Giussani desde pequeño. En sus primeros años de sacerdocio, celebraba misa en la iglesia de San Martín y San Silvestre, parroquia de mis abuelos maternos. Además, era uno de los pacientes de mi tío, médico especialista en neumología. Don Giussani padecía de los pulmones. En mi familia, por tanto, se hablaba de él, era querido y admirado. Ya desde que era un jovencísimo sacerdote, fue alguien a quien mirar como una esperanza para la Iglesia y para todos los hombres. El verdadero encuentro con él lo tuve a los catorce años en el Liceo Berchet, cuando empecé a participar en la vida de Gioventù Studentesca. Allí fue mi profesor de religión. Fue el momento decisivo de mi vida. Vi en él a un maestro capaz de expresar el genio cristiano en una lectura original del hombre y de la historia, en una propuesta fascinante y positiva.

Para usted, ¿quién fue don Giussani?
Para mí, don Giussani fue sobre todo un genio de la educación. Tomó de la mano a miles de chavales, llevándoles a descubrir la conveniencia humana de la fe, cosa que muchos daban por descontado o ya no conocían. Su método consistía en mostrar la razonabilidad de la fe a través de una implicación personal: nos llevaba a la montaña, nos hablaba de las lecturas que más le habían marcado, nos hacía escuchar la música que le había fascinado en sus años del seminario... así, todo se convertía para nosotros en un camino hacia Dios porque lo había sido y lo era en primer lugar para él.
Incluso su carácter decidido, un rasgo fundamental de su temperamento, no era más que el signo visible de un fuego que ardía en él, encendido por la experiencia del Amor que recibía. Precisamente este temperamento suyo lo impulsaba a conocer a las personas, a encontrarse con cualquiera. Tomado por Cristo, se sentía movido a abrirse a todos casi por necesidad, buscando en cada uno un rasgo de la humanidad de Jesús de Nazaret.
De este modo, se convirtió en creador de un pueblo: nunca se puede separar su persona de lo que nació en torno a él. Quien mira la historia de Italia en los años setenta y ochenta, no puede dejar de reconocer que Giussani ha salvado literalmente de la muerte, o de una vida echada a perder, a una generación entera de jóvenes. Hubieran podido ser terroristas, drogadictos, alcohólicos, burgueses... en cambio, a través de él han sido y son hombres felices, contentos de vivir, serios, capaces de afrontar las dificultades la vida, fecundos y creativos.

¿De qué manera el encuentro con don Giussani le llevó a fundar la Fraternidad San Carlos?
Durante los años de Gioventù Studentesca, don Giussani nos llevaba a Varigotti, donde predicaba los Ejercicios espirituales durante los tres días culminantes de la Semana Santa. En una de esas ocasiones hizo una meditación sobre la comunión. Desde aquel momento, entendí que toda mi vida transcurriría en profundizar y alimentar ese misterio. La cercanía con don Giussani hizo nacer en mí el deseo de imitar su paternidad. Así, después de algunas peripecias, entré en el seminario y, en 1975, me ordené sacerdote. Cuando en 1985, el obispo de Bergamo nos ofreció a algunos sacerdotes la posibilidad de elegir el futuro de nuestra misión, lo más natural para mí fue constituir una comunidad misionera de sacerdotes. La fundación de la Fraternidad San Carlos recoge las experiencias fundamentales que habían marcado mi persona hasta ese momento: el seguimiento de la paternidad de don Giussani vivido en el sacerdocio, el deseo de la vida común y la misión. Con la ayuda de don Giussani, nació así la Fraternidad San Carlos, expresión de esa comunión y de esa apertura que yo había vivido y aprendido en el movimiento.

¿Qué permanece de él siete años después de su muerte?
Creo en el Espíritu Santo que guía a su Iglesia. Don Giussani, por tanto, está vivo y sigue cuidando desde el cielo lo que nació a través de él. Queda el movimiento que él fundó, guiado por Julián Carrón, que don Giussani eligió como sucesor. Quedan las personas que estuvieron durante años al lado de don Giussani, y las que vendrán y le irán conociendo. Quedan sus palabras escritas y las que están grabadas en nuestros corazones. Queda el testimonio de toda la historia que ha nacido de él y que es de vital importancia para entender el presente. Nacerán también nuevas comunidades como signo del florecimiento permanente del don que don Giussani ha sido y es para la Iglesia, a la cual está confiado, en último término, su carisma.