Una esperanza más fuerte que la crisis

Avvenire, 22 de Enero de 2012
Giorgio Paolucci

Carrón: así la fe puede vencer el escepticismo y la resignación

Acaba de volver de Estados Unidos, donde ha visitado a las comunidades de CL nacidas en estos años al otro lado del océano, signo de un carisma que sigue floreciendo y que está presente en 80 países. Durante estos días, está preparando la charla introductoria de la Escuela de comunidad de 2012, el instrumento para educar en la fe, que don Giussani creó para comprobar qué tiene que ver la fe con la vida de todos los días. La presentación pública de la Escuela de comunidad está prevista para el miércoles, con una videoconferencia en Milán que seguirán cincuenta mil personas conectadas desde decenas de ciudades italianas. Al encontrase con Julián Carrón, guía de Comunión y Liberación desde la muerte del fundador en 2005, llaman la atención su mirada segura y la determinación con que pronuncia cada palabra. Como si, más que comunicar ideas, testimoniara la solidez en la que su vida hunde sus raíces. Una certeza y una positividad que dejan huella, en una época marcada por la inestabilidad y la duda.

¿Qué hace posible una mirada positiva sobre la realidad que no sea ingenuamente optimista y, en último término, sin fundamento?
La crisis que estamos viviendo no es meramente económica, sino que hunde sus raíces en lo humano. Se trata de un desafío radical a la concepción de la vida que tenemos cada uno de nosotros. En esta circunstancia se ve si uno tiene algo que «resiste» frente a la crisis y le permite no quedarse parado, escéptico o resignado. Guardo en el corazón una frase de Giussani que resulta de una actualidad impresionante: «Me había persuadido profundamente de que una fe que no pudiera percibirse y encontrarse en la experiencia presente, que no pudiera verse confirmada por ella, que no pudiera ser útil para responder a sus exigencias, no podía ser una fe en condiciones de resistir en un mundo donde todo, todo, decía y dice lo contrario». En Alemania, Benedicto XVI ha ido al fondo de esta cuestión: «El hombre tiene necesidad de Dios, ¿o acaso las cosas van bien sin Él? Cuando, en una primera fase de la ausencia de Dios, su luz sigue mandando sus reflejos y mantiene unido el orden de la existencia humana, se tiene la impresión de que las cosas funcionan bastante bien incluso sin Dios. Pero cuanto más se aleja el mundo de Dios, tanto más claro resulta que el hombre “pierde” cada vez más la vida». Yo suelo poner el ejemplo del radiador: cuando lo apagas, durante un rato es como si no pasara nada, pero al cabo de un tiempo sientes frío. Frente a la crisis, ¿estamos solos con nuestro frío, nos creemos autosuficientes, o tenemos alguna fuente de calor que nos permita hacerle frente sin extraviarnos?

Usted cita a menudo la frase de Pèguy: “Para esperar hace falta haber recibido una gran gracia”. ¿Puede esperar el que no tiene fe en Dios?
Esperar pertenece a la naturaleza misma del hombre, es un «impulso» original e indeleble. También lo reconoce Cesare Pavese: «¿Acaso alguien nos ha prometido algo? Y entonces, ¿por qué esperamos?». Todos venimos al mundo con una apertura total frente a la realidad, lo cual resulta patente en la curiosidad de los niños. Pero, con el paso del tiempo, esta actitud se corrompe. De hecho, es casi imposible encontrar adultos que, al menos en parte, no hayan caído en el escepticismo. Para que este impulso original pueda mantenerse en el tiempo, para que no ceda ante las pruebas de la vida, hace falta haber recibido una gran gracia, la que los cristianos acabamos de celebrar en Navidad.

¿Hay alguien que testimonie con más fuerza esta posición humana?
La figura más ejemplar que tenemos delante es Benedicto XVI. Es difícil encontrar una persona que tenga su misma lucidez de juicio sobre la situación actual y, a la vez, no se retire en un espiritualismo ajeno a la realidad, sino que siga retándonos a todos, al mostrar cómo la fe puede aportar una contribución decisiva para afrontar los desafíos que nos esperan. Tenemos la suerte de estar ante un verdadero gigante.

¿Pero el Papa es un gigante aislado?
Como todos los grandes hombres, necesita hijos. La cuestión es si nos dejamos interpelar e iluminar por su testimonio, de manera que podamos participar de su genialidad extraordinaria. En la medida en que el pueblo cristiano siga el surco de su testimonio, veremos florecer a personas capaces de colaborar en la construcción del bien común a partir de la certeza de que Cristo salva al hombre.

¿Cómo es posible compartir con todos una mirada cargada de esperanza, incluso con los que no profesan ninguna fe religiosa?
No tenemos que dar lecciones a nadie. Simplemente hemos recibido un tesoro que debemos compartir con todos. El Señor se ha fijado en nuestra pequeñez para llevar a todos la mirada con que Jesús mira a los hombres. En la medida en que somos objeto de Su mirada, podemos hacerla presente ante cualquiera, y recorrer juntos un tramo de camino en vista de una convivencia más humana. Una muestra de ello es la riqueza humana que de las decenas de encuentros promovidos por las comunidades de CL a partir del documento «La crisis: un reto para cambiar», en los que han participado ponentes de distinta orientación cultural.

¿Qué le pediría a la política y a los gobernantes para que con su acción respalden una perspectiva positiva?
A la política no le podemos pedir lo que no puede dar. De ella no esperamos la salvación, sino que cree las condiciones necesarias para estimular y favorecer las iniciativas de quienes construyen para el bien común, de quienes crean trabajo, recursos, riqueza y ámbitos en los que la sociedad pueda crecer.

Usted se reúne con muchos jóvenes, en Italia y en todo el mundo. ¿Cómo los ve?
La cuestión es que existan adultos dispuestos a tomar en serio su necesidad con una propuesta que les interrogue y desafíe. Cuando encuentran testigos creíbles, su deseo se enciende, y así los chicos van cobrando una estatura que te deja con la boca abierta. En el fondo, es un problema educativo: si encuentran un cauce, su energía vital estalla.

Benedicto XVI ha convocado el Año de la Fe, como si indicara que es necesario volver a las raíces del cristianismo. ¿Es un contraataque respecto a una secularización cada vez más difundida y a la vez un reconocimiento de que los cristianos están perdiendo sus raíces?
El cristianismo seguirá comunicándose si para cada generación se produce un nuevo inicio. Sucede lo mismo en una familia: el hecho de que los padres sean creyente no es por sí mismo una garantía de que también los hijos lo serán; para que se de una adhesión razonable a la fe debe desencadenarse un movimiento de la libertad. El Papa advierte la urgencia de volver a proponer el contenido esencial de la fe, porque han prevalecido concepciones que la reducen a discurso, doctrina, ética o sentimiento. Pero estas reducciones no sirven para hacer frente a los retos de la modernidad, que nos obligan a redescubrir la naturaleza del cristianismo. Por tanto, también hoy es necesario un nuevo inicio, para testimoniar que la razón y la libertad encuentran en la fe su cumplimiento y así mostrar que el cristianismo es algo humanamente conveniente. En este sentido, el Año de la Fe se dirige en primer lugar a los cristianos, pero puede beneficiar a todos en la medida en que nosotros vivamos un «nuevo inicio», conforme al método que eligió Jesús: conceder su gracia a algunos para que, a través de ellos, pueda llegar a todos los que estén dispuestos a acogerla.

Dentro de unos días retomareis el trabajo de la Escuela de comunidad, el instrumento de educación en la fe que Comunión y Liberación propone a todos. ¿Cuál es el tema para el 2012?
En el libro Los orígenes de la pretensión cristiana, que trabajaremos este año, se da una extraordinaria sintonía con las motivaciones del Año de la Fe. En estas páginas, Giussani muestra la razonabilidad de la fe a través de la mirada de los discípulos, que fueron los primeros en llevar a cabo esta «verificación» mediante la convivencia con Jesús. El encuentro con Él les fascinó desde el principio por su carácter excepcional, y suscitó en ellos el deseo de compartir con Él toda su vida. Cristo continúa proponiéndose hoy a través de la Iglesia, saliendo al encuentro de toda nuestra humanidad. En una época de desconcierto y confusión como la actual, es motivo de gratitud haber recibido la gracia de la fe, que verdaderamente es la única razón que permite esperar. La única que tiene consistencia suficiente para dar aliento al hombre en cualquier circunstancia.