Benedicto XVI.

Un lugar que educa más que mil discursos

Paola Bergamini

En la Jornada Mundial de la Paz, Benedicto XVI habló de la educación como un desafío decisivo para las nuevas generaciones. ¿Qué tiene eso que ver con la paz? Durante la homilía del 1 de enero, el Papa subrayó que «asumir la responsabilidad de educar a los jóvenes en el conocimiento de la verdad, en los valores y en las virtudes fundamentales, significa mirar al futuro con esperanza. La formación en la justicia y la paz tiene que ver también con este compromiso por una educación integral». Una vez más, Benedicto XVI llega al corazón del hombre, a aquello para lo que está hecho.
¿Pero qué significa educar en la paz? Hablamos con Valentina Cometti, madre de tres hijos y uno de pocos meses en acogida, que desde hace quince años pertenece a los Caballeros de Sobieski, una experiencia cristiana con chavales de educación primaria e infantil.

¿Qué significado tienen las palabras del Papa en su vida?
Normalmente se habla de paz de un modo genérico, abstracto, como de tolerancia, diálogo, etcétera. Un modo que a los chavales no les dice mucho. Sin embargo, Benedicto XVI habla de una educación en la verdad, en la justicia: sólo así se puede llegar a la paz. Si pienso en mis hijos, no puedo decir que la paz sea un deseo inmediato de su corazón, pero sí que es consecuencia de su sentido de justicia y de verdad, porque las preguntas sobre la justicia y la verdad están dentro de su corazón. Hay que educarles en esto.

¿Qué quiere decir?
Hay que educarles a partir del hecho de que sus deseos de verdad, de belleza, de justicia, de bien, tienen un camino posible. Mientras la sociedad juega en contra de esto, afirmando que nada de eso es posible, que el mundo es una mentira, que no hay trabajo, etcétera… Hay que hacerles ver que no es así.

Y concretamente, ¿cómo es eso posible?
Sin discursos, acompañándoles para que puedan ver el bien. Mi hijo de veinte años tuvo durante un tiempo un círculo de amistades que nos preocupaban. Para él, retomar un camino positivo ha sido posible porque vio en la relación entre personas adultas una positividad en acto, concreta. Una amistad que se ayuda en las necesidades y que se acompaña en la vida cotidiana. Ellos son espectadores de este bien.

¿Podría poner un ejemplo?
Este verano nuestros hijos quisieron venir de vacaciones con nosotros y con otras familias. «Con toda esta compañía que se divierte», me dijo el mediano. Y lo que hacíamos eran cosas normalísimas: carreras de buceo, excursiones en barco, cantos… Otro ejemplo es que uno de mis hijos participó en la recogida de alimentos con jóvenes inmigrantes y ex convictos. Él, que no es muy tolerante con las personas “diferentes”, volvió a casa realmente contento. Consiguió más un gesto así que mil discursos sobre la convivencia y la fraternidad, a los que habría opuesto mil objeciones.

A este respecto, el Papa dice: «Se trata esencialmente de ayudar a los niños, los muchachos, los adolescentes, a desarrollar una personalidad que combine un profundo sentido de justicia con el respeto del otro, con la capacidad de afrontar los conflictos sin prepotencia, con la fuerza interior de dar testimonio del bien también cuando comporta un sacrificio, con el perdón y la reconciliación».
Yo esto lo aprendí mirando a los adultos que seguían la experiencia que sigo yo ahora. Cómo juzgaban todo lo que sucedía con los chicos. Lo importante es ser leales con uno mismo, y eso implica preguntarse: ¿pero yo qué es lo que quiero cuando estoy con el otro? ¿Cómo quiero que me traten? De este modo, puede haber errores, que siempre los hay, pero siempre está la posibilidad de volver a ser abrazados. Y esto es lo que los chavales necesitan: vemos juntos las equivocaciones, pero a partir de aquí volvemos a empezar porque de los errores se puede aprender.

¿Qué quiere decir «respeto al otro»?
Con los chicos no puedes dar nunca nada por descontado. Respeto es mirar al otro como un amigo que Jesús te pone al lado para crecer. Pero esto sólo puede suceder si te das cuenta de que el otro es uno como tú, con tus mismos deseos, que hace tu mismo camino. Si no es así, sólo lo respeto si me resulta útil. El respeto también puede explicarse en una serie de discursos o, lo más sencillo, mostrarse en cómo vives tú. Para nosotros, por ejemplo, ha sido acoger a este bebé del que no sabíamos nada, o ayudar a quien ha perdido su trabajo. Otro ejemplo: de cara al Encuentro Mundial de las Familias de mayo, hemos dicho a nuestros hijos: chicos, se nos pide acoger a las familias que lo necesiten. El respeto es la acogida gratuita, sin cálculo, sin recompensa.