“Greater”.  Documental de Emmanuel Exitu<br> sobre Rose Busingye  y el Meeting Point de Kampala

«Detrás de cada número hay una persona»

Rose Busingye lleva 20 años acompañando a enfermos de sida en los barrios pobres de Kampala, afirmando el valor infinito de cada persona
María Serrano

«La necesidad más grande del ser humano es la de pertenencia, que le otorga estabilidad y certeza en todos los aspectos de su vida». Rose Busingye, Directora del Meeting Point International (MPI) de la capital ugandesa, ha descubierto que sólo a través de ese sentido de pertenencia puede uno llegar al otro teniendo en cuenta su realidad y abrazar absolutamente su humanidad. Por eso, desde esta ONG que fundó en octubre de 1992, Rose trata de abordar el problema del sida desde una perspectiva única que contempla el valor de una persona como algo que trasciende sus circunstancias.

¿De dónde saca las fuerzas para llevar a cabo la labor que desempeña en Kampala?
Básicamente, mi trabajo es un desbordamiento de mi relación con Cristo. Muchos piensan que una relación es algo que te hace pararte; en cambio, si esta relación es lo que da valor a mi persona, entonces es también lo que te da valor a ti: lo que da valor al otro. Mi trabajo es decir: «Tú tienes un valor».Y decírselo a todo el mundo, a mendigos, a enfermos, a repudiados: «Tú eres mucho más grande que la condición que te frena. Tienes un valor infinito, porque Dios se ha conmovido por ti y se ha dado por ti. Dios no ha hecho asco a nuestra condición: haciéndose hombre ha entrado en la realidad que tú eres, en tu realidad entera». Esto es algo que sólo puedes decir si lo experimentas verdaderamente; yo sólo lo puedo decir porque lo he experimentado. Si Dios entra en mí, con la nada que yo soy, con mis límites, mis defectos y mi pecado, puede entrar en cualquiera, porque yo no soy más digna que tú. Por eso todo lo que hago, cuidar de estos enfermos, darles medicina, acompañarles, hablarles... Todo es un intrumento por el que digo: «Tú eres más grande que tu enfermedad. Te cuido porque tu vida tiene un sentido».

¿Cómo se concreta ese trabajo en el día a día?
Nosotros llevamos distintos proyectos que incluyen reparto de medicinas a enfermos de sida, cuidado de niños huérfanos como consecuencia de esta enfermedad, enseñanza, visitas, grupos de oración y de apoyo... Perotodo lo que hacemos proviene del desbordamiento del valor que Dios tiene en nosotros: si Alguien me abraza a mí, te abraza a ti. La mirada a Cristo que me mueve a mí, mueve a otro, y así el trabajo se hace bueno, se hace bello.

¿Puede ser realmente bello cuando uno se encuentra en medio de tanto sufrimiento?
Aunque la situación es muy difícil, todas las diferencias están superadas a priori. La mayor dificultad es la muerte, y nosotros acompañamos a la gente, ayudamos a cada persona a traspasar la apariencia de muerte y entrar en la Verdad. Es importante comprender qué es la muerte, que no es un castigo: hay que pasar por la muerte para llegar a la resurrección.

Habla de la muerte con naturalidad. Supongo que allí, en Kampala, la miran a la cara cada día.
En Uganda hay 1.200.000 de personas con HIV; 150.000 son niños. Con esta enfermedad, hay gente muriendo a diario. Sin embargo, es un privilegio estar al lado de alguien que muere. Porque cuando muere, entra en posesión de su verdadero destino. Nosotros tenemos miedo porque no podemos agarrar la carne, pero la muerte obliga a entrar en un nivel más profundode la realidad, donde está Cristo. Digo que es un privilegio porque cuando ves a alguien morir, ves cómo entra en presencia de Cristo. En África se dice que nadie muere, porque cuando alguien lo hace, se hace más evidente que está en presencia de Dios. El miedo viene de la apariencia.

Preguntada por cifras y números, Rose arruga la nariz.
«Entiendo que me preguntes esto, siempre venís buscando cifras». Saca un tríptico del Meeting Point y me lo entrega. «Lo más importante de esto es que detrás de cada número hay una persona, hay un valor infinito, irreductible». 2.500 enfermos de sida bajo su cuidado. 2.000 huérfanos de entre 0 y 25 años. 58 personas cuidando a los enfermos. Una casa con 68 niños con «cuatro mamás», dos médicos y cuatro enfermeras. Números vertiginosos que agobian al que los escucha, pero no están solos: diferentes fundaciones, organizaciones e incluso instituciones públicas les muestran su apoyo, además de contar con la ayuda del Hospital de Nsambya, del JointClinicalResearch Center o del Centro Médico de Bethlehem.

¿Cómo se ganan la vida las mujeres a las que cuidan?
Los centros del MPI se encuentran en tres localidades: Naguru, Kitintale y Kireka. La mayoría de las mujeres -las que aún están en condiciones de hacerlo- acuden a la colina de Kireka a picar la piedra que luego venden a las empresas de construcción por pocos céntimos. Además, las mujeres han creado una “comunidad” en la que se enseñan y ayudan unas a otras a tejer. Hacen collares y otros accesorios que luego les ayudamos a vender, pero últimamente la sensación de pertenencia es tal, que casi todos los días aquello se convierte en una fiesta. Cuando uno se siente querido y aceptado es cuando más libre es. Por eso, de repente se oye a una mujer cantar, otra la sigue... y al final, ¡acaban todas bailando! En las canteras pasa lo mismo. El martilleo de los picos ahora se ve acompañado por un coro que estremece el corazón. Cuando el corazón está lleno, explota. Por eso, cuando los chicos decidieron ir a cantar a las canteras donde trabajan sus madres para darles un descanso, ellas se echaron a llorar de conmoción. No entienden las letras (les enseñamos canciones en italiano, ¡es tan divertido cuando entonan los cantos alpinos!), pero yo he descubierto que si Dios está, cambia algo: Él actúa, su presencia cambia la realidad, y no lo hace a través de palabras. Debemos estar siempre atentos a esa presencia.

¿Impregna esta alegría de la que habla la vida del MPI?
Es increíble lo que ocurre en Kampala. Nosotros jugamos con los niños, les damos clase, le enseñamos a cantar, bailamos juntos... Y cuando sus padres ven esto, les dicen: «¡Enseñadnos! ¡Nosotros también queremos aprender!». Es una felicidad contagiosa. Todas las organizaciones de lucha contra el sida que ven el Meeting Point creen que nuestra alegría se debe a que recibimos medicamentos especiales, cosa que no es verdad. A veces la gente duda de que estén realmente enfermos. Cuando uno vive así, se siente mejor, y entonces empieza a cuidar de los otros: «Mi vida tiene un valor, un valor que veo en el otro, y por eso le cuido». De ahí nace algo muy hermoso. Todos se empeñan en prevenir más infecciones, y luchan por proteger la vida porque saben que la vida tiene un valor. Este es un efecto que no puede obtener el preservativo.

¿Sostiene que el preservativo no es la solución?
Insistir en el uso del preservativo como medio para acabar con el sida es un error. Es una falsa seguridad, no previene un comportamiento: es una trampa. Es necesario encontrar a personas que empiecen un cambio de comportamiento. Y a los demás, decirles: «Cuidado, que te engañas». Es una cuestión de educación. Uno tiene que preguntarse: ¿qué valor tiene la vida, el amor? Y si uno a esto contesta que ninguno, entonces se engaña y trata a los demás como si fueran cosas.

¿Y ellos hacen caso cuando se le explica esto? ¿Están dispuestos a comenzar ese camino?
Es demasiado hermoso cuando alguien te trata así, cuando te muestra un amor de estas dimensiones. Uno sólo tiene que ser sincero consigo mismo, reconocer lo que es verdadero. Nuestros chicos en seguida ven la correspondencia: lo que se les dice responde a lo que ellos son, a las inquietudes que tienen, a sus preguntas últimas. ¿Quién no se lo creería?

¿Le hablaron a usted así?
Yo entré en el Movimiento de Comunión y Liberación sin saber qué era, pero era algo demasiado arrollador; lo que allí se me dijo me causó tal conmoción que no pude dejarlo pasar. Que Alguien se conmoviera por mi nada me impactó y me sobrecogió. Gius [Luigi Giussani, el fundador] nunca te hablaba de Dios, que era lo que uno buscaba. Sin embargo, se ponía tan contento al verte que no te irías nunca de su lado. Si un hombre tan limitado como él me quería tanto, ¿cómo no me querría Dios? Cuando te sientes tan querido, no puedes resistirte.

Hábleme de su relación con Luigi Giussani.
En general, los africanos tienen un sentido religioso muy profundo, porque saben que dependen de algo más grande que ellos... pero no saben qué es. Creen en los espíritus y en que ellos llegarán a un espíritu más grande que nadie conoce. Cuando llegaron los misioneros, les dijeron que ese gran espíritu era Dios. Yo sentía que era algo tan grande y puro que no podía llegar a conocerlo. Nací en una familia cristiana y me hablaron de Dios, pero yo creía que no tenía nada que ver conmigo, que no era digna de conocerlo. Cuando con 12 años conocí Comunión y Liberación, recuerdo que lo único que entendí es la historia de este Verbo que se hizo carne: para mí era algo inconcebible, era imposible que Dios hubiera tomado carne. Pero entonces, Giussani me dijo: “¡Aunque tú hubieras sido la única persona del universo Dios habría venido igualmente a morir por ti! ¡Sólo por ti!”. Por eso seguí al Movimiento, por esa conmoción ante un Dios tan grande que vendría sólo por mí. Y a medida que avanzo, mi conmoción continúa, crece ante Uno que se entrega a mí en cada instante; a mí, que soy nada. A veces me sorprendo por la tarde pensando que no me he acordado de Cristo en todo el día. Entonces, maravillada, pienso: “Él sí se ha acordado de mí: estoy respirando”.

¿Motivó su encuentro con Giussani una pregunta por su vocación?
Cuando tenía 17 años oí hablar por primera vez de los Memores Domini [laicos de Comunión y Liberación que siguen una vocación de entrega total a Dios dentro del mundo]. Con 19 años quería ser parte de ellos, y vivir la memoria de Cristo en todos los aspectos de mi vida. Me dijeron que era muy pequeña, que no era responsable de mi destino. Yo sólo quería ser de Jesús, así que mentí sobre mi edad, y entonces Giussani me dijo que estaba bien, que aunque tuviera cinco años me habría hecho profesar. Yo me asusté porque en realidad no sabía qué eran estas personas. Él me dijo: “¿Amas a Jesús?”, y yo le dije que estaba absolutamente segura de esto. “¿Quieres entregarle tu vida?”. “No”, dije. Él me preguntó por qué, y le respondí que yo no tenía nada importante que darle a Jesús, que no quería darle mi vida, sino que Él tomara la nada que yo soy. Don Gius se levantó y, dando un puñetazo en la mesa, dijo: “Ve y díselo a todos. Todos creen que tienen algo importante que darle, y se pasan la vida esperando una recompensa. Pero Él toma la nada, y la salva”.

Y se hizo Memore...
Sí, y después de tantos años pensé que tendría algo que darle, pero no: Él toma mi nada cada día, y ahí empieza mi trabajo. Intento mirar a las personas con la misma conmoción que siento cuando me sé mirada por Cristo. Antes, cuando las cosas iban mal, entraba en crisis, porque creía que las cosas dependían de mí. Pero ahora le pertenezco a Él, que me dice: “Tú eres mía”. Descubrí quién soy a través del descubrimiento de a quién pertenezco, y ahora todo me remite a Dios. Mi certeza es este vínculo.

¿Es esta relación el centro de su vida?
Yo empecé a vivir cuando supe responder a la pregunta de quién soy yo. Empecé a ver rostros precisos, con nombres y apellidos, y a ver que era libre perteneciendo a Otro, teniendo este vínculo, esta relación. Él se ha convertido en mi relación: mi vida es una sobreabundancia de mi relación con Cristo. Sólo cuando eres libre puedes estar frente a la realidad sin miedo, porque sabes de quién eres. Entonces no tienes pretensiones sobre los demás... porque ya lo tienes todo.

¿Así nació su afán de estar al lado del que sufre?
Descubrí en mí una conciencia que hacía que me uniera a la realidad, como si una luz hubiera iluminado la totalidad de lo real. Experimentaba una atracción, un afecto, una ternura hacia mi vida que también experimentaba hacia la de los demás, y vi que todo lo que hago es un simple instrumento, un medio para abrirles a algo más grande que yo no poseo pero que podemos descubrir juntos.