Se vuelve a empezar gracias a un "cubo"

En los últimos años se ha duplicado el número de personas que se implican en el Banco de Solidaridad. Su presidente Andrea Franchi explica porqué: «trabajamos para conseguir que otros estén mejor, pero en primer lugar para crecer nosotros»
Niccolò De Carolis

«¿Por qué en los últimos cinco años se ha duplicado el número de personas que hace con nosotros este gesto de caridad?». Andrea Franchi, llamado "Branco", presidente de los Bancos de Solidaridad, parte de esta pregunta para lanzar la asamblea nacional de la Federación que tuvo lugar el sábado en Milán. Un momento para juzgar juntos un año de experiencia, con la ayuda de Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación. Hoy cuenta con 6.000 voluntarios y atiende a 50.000 personas y se han abierto ocho nuevos bancos también en España. Cada dos semanas, llaman a la puerta de familias con dificultades para llevarles comida (la "caja", como la llaman ellos) y compartir un poco de su tiempo. Un gesto incómodo que con frecuencia te planta frente a situaciones que te dejan sobrecogido: «cada vez encontramos más historias de soledad, violencia y abandono. Padres que pierden el trabajo y familias que se destruyen. Lo más normal sería que nuestros voluntarios se cansarán al cabo de un tiempo. Si yo no sé ni siquiera responder a mi necesidad, imagínate al de una familia desesperada». Pero entonces ¿por qué cada vez hay más personas que se comprometen con este gesto? «Tienen el deseo de dejarse educar. Quien se encuentra con nosotros entrevé un gusto por la vida que no quiere perder». Parece obvio, pero no lo es: «hoy tenemos más conciencia de que no es sólo un gesto de ayuda a otros, sino que sobre todo nos hace crecer a nosotros».
Hace algunas semanas Andrea con un amigo suyo fue a llevar la "caja" a una familia que hacía poco había conseguido una casa del ayuntamiento: «Les habíamos ayudado a cambiarse de vivienda: el lugar donde vivían se caía a pedazos y cada vez que llovía tenían que poner un cubo en medio del salón para recoger el agua». Andrea no veía el momento de ir a visitarles, de ver sus caras contentas, finalmente en una casa digna de este nombre. «Por esos días estaba lloviendo mucho en Milán. Al entrar en su casa no encontré un cubo, sino seis. Y ellos que me miraban entre tristes y resignados». Esas miradas le fulminaron y abrieron de nuevo la pregunta: ¿qué quiere decir, en este momento, que la realidad es positiva? «El trabajo de Escuela de Comunidad es cada vez más urgente y decisivo. Ver esos rostros derrotados volvió a abrir la herida de mi corazón. Cuanto más verdadera sea para mí esa experiencia, más llegará a ser un desafío también para ellos».