«Una amistad que traspasa el tiempo»

En el monte Koya, en el corazón del budismo Shingon, la conclusión del congreso japonés. He aquí cómo «ha germinado la semilla plantada en el encuentro con don Giussani»
Davide Perillo

Aquí estamos, en el Monte Koya. La tercera jornada de encuentros sobre «tradición y globalización» tiene lugar aquí, en una sala de la Ciudadela sagrada del budismo singhon. La que visitó en 1987 don Giussani, en los inicios de esta amistad. Bóveda de madera, ornamentos dorados por todas partes, miles de luces. Por lo menos trescientas personas en la platea. Y dos grandes fotos detrás del palco. Don Giussani y Juan Pablo II con Francesco Ricci.
Se comienza con una oración por los muertos del terremoto de marzo. Una ronda de saludos oficiales: el embajador italiano, Yoshinobo Nisaka, gobernador local («una de las cosas que sirven más al mundo es ese espíritu de hermandad que encontramos en las dos religiones presentes aquí»). Después Yukei Matsunaga, la máxima autoridad del budismo Shingon. «Con don Giussani discutimos de dos temas: las ideas de Kobo Daishi, nuestro fundador y la educación. Se plantó una semilla que hoy es una bellísima flor». También Massimo Camisasca trasladando el saludo de Julián Carrón retoma ese hilo: «¿Por qué hemos querido reunirnos? Porque nos importa la educación, la posibilidad de que el hombre sea él mismo. Queremos ayudarnos a crecer, por eso estamos juntos».
Por eso inmediatamente después se habla de belleza. Es más, de la búsqueda de la belleza. Con Etsuro Sotoo, el escultor de la Sagrada Familia, que esta vez juega en casa. Y a sus paisanos les explica su trabajo así: «A través de Gaudí busco lo que los japoneses tienen en el corazón, la sensibilidad japonesa, aunque la palabra sensibilidad no expresa todo». Pero una parte decisiva es reconocer la belleza. «Es la belleza la que construye todo. Se ve por fuera, pero tiene una raíz interna». Habla de algo que va más allá de lo que se ve y «está en la raíz de todo lo humano». Por eso no importa cuándo se terminará: «la Sagrada Familia se terminará cuando lo humano alcance su plenitud».
Después le toca a Shizuka Jien, director del museo Reihokan del Koyasan, hablar de los tesoros custodiados en esta tierra sagrada desde hace mil doscientos años: «Nuestra cultura consiste en escalar todo como una montaña». Se habla de caligrafía y de arte. Se suceden imágenes de escritos originales de Kobo Daishi, de estatuas del siglo XIII de una belleza absoluta, divinidad mandala. Un mundo completamente diferente al tuyo pero ante el que te encuentras imprevisiblemente conmovido.
Pausa, sushi. Y se vuelve a la sala, con ritmos muy nipones, entre gran cantidad de estudiantes de la Universidad de aquí. Mesa redonda a seis voces. El argumento: la educación y los maestros.
Introduce Shingen Takagi, ex rector de la Universidad. «No hemos podido preparar mucho este encuentro, pero tenemos la misma mirada y esto basta». Y dado que »la finalidad fundamental de don Giussani es la educación», pide a don Ambrosio Pisoni que vaya al fondo de esto. Así lo hace. Habla de Giussani, de la importancia del encuentro, de «corazón» y «acontecimiento». Habla del «método que siempre nos ha enseñado, el ecumenismo». Pero habla también de sí mismo, de porqué «la amistad con Habukawa es todavía hoy el acontecimiento que me obliga a mirar con estupor y respeto a la persona viva de Jesucristo, a su acción en el mundo siempre viva e imprevisible». Y habla también de una comida milanesa de hace casi veinte años al final de la cual, mientras el monje se iba, don Giussani dijo a los presentes: «Si este hombre hubiese vivido en los tiempos de Jesús, habría sido uno de los doce».
Habukawa interviene inmediatamente después. Hablando de «ese 28 de junio de 1987» cuando «a las once, trayendo una luz radiante vino a visitarnos una persona: don Giussani. Se entretuvo con alguno de nosotros sin preocuparse por su cansancio. Hablamos inmediatamente del conocimiento del hombre y de la educación». Después habla de las invitaciones a Rímini. Y el Meeting visto por él, hecho de «buscadores de paz, hermandad entre los hombres». Habla de los voluntarios «sin los cuales una cosa así no podría existir». Habla de la pasión educativa que vio en él y acaba diciendo que «don Giussani me hizo sentir un gran afecto por las personas que viven su misión con esta pasión».
Sigue Chiun Takahashi, también monje, pero con una tarea especial, es constructor de templos. Estuvo en Rímini, empieza canturreando «Danos un corazón...». Piensas que es una forma simpática de saludar a los italianos y, en cambio, te sorprende: «En 1988 cuando aprendí esta canción estaba trabajando en la construcción de un templo en Hirosima que me ha llevado diez años. Ese canto vuestro me ha sostenido durante todo este tiempo». Después explica cómo en su trabajo es fundamental el espíritu que ha visto, «la importancia de una pasión, de un corazón que desea cosas grandes sin buscar el interés personal».
Le toca de nuevo a Emilia Guarnieri. Esta vez habla mucho de sí misma y de la relación con su maestro, don Giussani. Habla de su experiencia como profesora, de «belleza, arte y música que son grandes factores educativos porque despiertan la nostalgia del infinito». Del Meeting: «en estos treinta y dos años de experiencia, en los que tenido la fortuna de encontrar hombres completamente diferentes por fe, cultura y religión, he experimentado que los verdaderos maestros son aquellos que saben comunicar pasión por la vida». Y de don Giussani dice que «ha educado mi corazón a la verdad y a la belleza para que yo fuera capaz de juzgar la realidad. La primera gran hipótesis que me ofreció fue que mi corazón es exigencia de infinito».
Por último, Franco Marcoaldi, poeta y escritor. Que retoma a Sotoo y une desde su punto de vista educación, belleza («espina dorsal de lo humano») y «diferencia. Porque los caminos y los rostros de esa belleza son múltiples». Habla de diálogo y, a la vez, de la salvaguardia de estas diferencias, «de otra forma pagaríamos las consecuencias: cuidado de no trasladar la cabeza de una oveja en el cuerpo de un yak, dijo el Dalai Lama». Tagaki recuerda que para don Giussani el ecumenismo era precisamente esta valoración total del otro. Otra ronda rápida de intervenciones, algunas preguntas del público. Y a tres horas del inicio, Camisasca propone las conclusiones: «¿Que hemos vivido hoy? ¿Un congreso? No, hemos asistido a un acontecimiento fruto de una amistad. Que cuando es verdadera traspasa el tiempo. Alcanza a otros hombres. Ha llegado hasta nosotros hoy. Nos ha unido. Estemos abiertos a lo que pueda suceder».