El padre Aldo con uno de sus enfermos.

Ese abrazo que para mí es lo más querido

El Meeting culmina con la presentación del nuevo volumen de diálogos entre don Giussani y los universitarios. Algunos fragmentos de la intervención del padre Aldo.
Aldo Trento

«No se vive si no es por algo que está sucediendo ahora». Esto es lo que sentía vibrar en mí durante estos meses mientras devoraba el libro Ciò che abbiamo di più caro (Lo que tenemos como más querido)... ¿Qué es lo que tenemos como más querido en el cristianismo? ¿Qué tengo yo como más querido en mi vida? Que Cristo hace nuevas todas las cosas de un modo definitivo. Es una novedad continua, es el acontecer del abrazo, de aquel abrazo, de aquel Hecho, en cada momento. Ésa es la única novedad, una novedad que comienza desde que abro los ojos por la mañana, después de una noche en la que he dormido bien o cuando me despierto como un perro rabioso. Te levantas de la cama por la mañana, deprisa, pero eso no es la mañana, porque la mañana es cuando vuelves a tomar conciencia de estar vivo, cuando el punto de partida está determinado por la pertenencia a aquel Hecho (...).
Entre las muchas páginas apasionantes de este libro, hay algunas que me han impresionado muchísimo. En la página 286, cuando habla de la lección del profesor Borgna en Corvara, dice: «Me impresiona el hecho de que estamos todos locos... No tenemos ninguna dificultad para entender que el equilibrio absoluto no lo tiene nadie». Y luego habla del «corazón agitado, como si estuviera cojo, dislocado». Describe así esa locura que durante años me ha dejado K.O. Veía el ideal, sentía su razonabilidad, percibía su conveniencia, pero mi sentimiento se rebelaba... Miraba la realidad, pero era como si mi yo estuviera en otra parte. Una patología terrible, que me hizo escupir sangre, donde la única salida posible era la locura... ¿Cómo he sido salvado de esta disociación, cómo Cristo ha reconstruido y reconstruye cada día mi yo, tal como es? Mediante el encuentro, pero no un encuentro cualquiera; el encuentro con uno con el que he podido experimentar la misma ternura de Jesús con Juan y Andrés, Zaqueo, la adúltera, la samaritana, Mateo (...).
Dice don Giussani: «No debemos escandalizarnos de nuestra locura, sea cual sea el grado que ésta alcance. La conciencia de esta dislocación o de esta locura, que es generalizada, nos hace percibir nuestra humanidad delante de nuestros ojos igual que la percibía Cristo: “Se volvió y tuvo compasión de ellos, de su locura”. ¡Compasión! Cristo lloró por ese pueblo... Es como una madre que tiene un niño con una malformación que tendrá que cuidar durante toda su vida: ¡qué piedad, qué dolor! Pero esto es ser hombre». Por tanto, existe la posibilidad de mirar a través de la mirada de Cristo mi propia humanidad (...).
¿Cómo comenzar la mañana partiendo de una gratuidad y no de una pretensión? ¿Cómo experimentar cada mañana la posibilidad de ser hechos de nuevo? La respuesta es la misma que para Zaqueo o la Magdalena: un abrazo, un ser acogido... ¿Qué es lo que salva a Cristo, qué salva a este abrazo, a esta amistad, a esta compañía, de mí mismo y de la continua reducción a la que estamos tentados? Lo que salva a Cristo, a la amistad, a la compañía, de mí mismo, es tomar en serio el carisma, aquel abrazo de don Gius hoy, siguiendo ahora a aquel hombre que Giussani mismo decidió como punto de garantía para que la verdad no se cristalice en doctrina (...).
Mirar donde mira Carrón, verificar cada día el modo como él vive el carisma, es la única posibilidad para que vuelva a suceder en cada momento aquel abrazo en el que el yo renace como un sujeto apasionado por el hombre de hoy, hambriento de Inifinito, aunque aparentemente cínico y vacío. La misma experiencia de amistad con Marcos, Cleuza y otros amigos, es el presente de ese carisma que me ha salvado la vida. Una amistad que tuvo su origen en el desafío que Carrón nos lanzó cuando nos dijo: «Quiero ver qué nace de la relación entre vosotros» (...).
Este desafío era en realidad un abrazo al hombre y a su locura, al mundo y a su locura. Y es lo que me sucede a mí en Paraguay, que ya se ha convertido en mi tierra. Acompañamos a morir cantando a aquellos que recogemos por la calle o en las favelas en los úlimos momentos de sus vidas, destruidos por la enfermedad. Nos convertimos en padres y madres de niños abandonados y violados, y ése es el mismo impulso que nos lleva a juzgar todo lo que sucede en nuestro ambiente a nivel político, social y económico, recordando con cuánta pasión Giussani educó a generaciones de jóvenes a vivir la experiencia de la fe según lo que indicaba San Pablo: «Valoradlo todo y quedáos con lo bueno».