La gran necesidad del hombre

Velada de cantos y lecturas de Comunión y Liberación en el marco de la JMJ
Ignacio Santa María

Tres mil quinientos jóvenes y adultos reunidos en el Parque de Berlín para la velada organizada por Comunión y Liberación en el marco de la JMJ fijaron su mirada en una pantalla gigante, colgada a quince metros de altura. Han venido a Madrid desde diversos lugares de España, Italia, Portugal, Austria, Alemania, Irlanda, Rusia, Brasil, Argentina, Estados Unidos, Canadá, Venezuela e incluso de Taiwán. Muchos vistiendo la camiseta verde de los voluntarios de la JMJ. Al inicio del acto, numerosos saludos, abrazos. Amigos que se reencontraban y se contaban sus experiencias en estos días históricos. Los hay que guían una exposición o que se ocupan de dar de comer cada día a 1.500 peregrinos o atender a varios cientos de ellos por las noches mientras trabajan durante el día. Rostros cansados pero alegres.
La lectura del mensaje que el entonces cardenal Ratzinger envió al Meeting de Rímini en 2002 hizo de hilo conductor del acto. De la mano del actual Pontífice, pudimos comprender de qué «belleza» está necesitado el hombre.
Unas imágenes de Cristo crucificado, tomadas del Románico catalán, así como una escena de la película De dioses y hombres, hicieron palpable que «sólo se puede encontrar la belleza aceptando el dolor y no ignorándolo». Algo que queda magistralmente plasmado en la preciosa secuencia de la última cena que compartieron los monjes de Thibirine.
Belleza y dolor parecen incompatibles y, sin embargo, son los que arrancan al hombre de su letargo habitual. «La belleza lo arranca del acomodamiento cotidiano. Le hace sufrir. Podríamos decir que el dardo de la nostalgia lo hiere y justamente de este modo le da alas y lo atrae hacia lo alto». El hombre, herido y despertado por la belleza, sale de sí mismo y busca en lo alto algo que aún no conoce. «Todavía no he encontrado lo que estoy buscando», reza la canción de U2 que interpretó el coro de bachilleres de Madrid.
Luego, Manoli Ramírez de Arellano cantó la canción gallega Lela, llevándonos hasta el umbral de la novedad cristiana: «El ser alcanzados y cautivados por la belleza de Cristo produce un conocimiento más real y profundo que la mera deducción racional».
El fado portugués Foi Deus, que cantó Antonio Moniz Pereira, nos remitió a la apertura racional, que con sencillez reconoce cómo todas las cosas remiten al misterio de Dios.
Tras esto, nos trasladamos al interior de la Basílica de San Pedro en Roma, justo en aquel momento único en que el director Herbert Von Karajan dirigía a la soprano Kathleen Battle y a la Orquesta Filarmónica de Viena para interpretar el Agnus Dei de la Misa de la Coronación de Mozart. Y glosando el fragmento de la soprano, comprendimos otro pasaje de Ratzinger: «Si en lugar de conocer a Cristo simplemente de palabra nos dejamos traspasar por el dardo de su belleza paradójica, entonces empezamos a conocerlo de verdad y no sólo de oídas. Entonces habremos encontrado la belleza de la Verdad, de la Verdad redentora».
Verdad que redime al hombre a través de una carne, a través de personas reales que le acompañan en la cotidianidad de su vida, saliendo al paso de sus necesidades. Rostros concretos que pudimos contemplar en un montaje sobre las obras sociales y caritativas surgidas en España a partir de la experiencia de Comunión y Liberación. La velada finalizó con los miles de asistentes de pie, unidos en la invocación «Non nobis, Domine, sed nomini Tuo da gloriam».