Refugiados somalíes huyen de su país.

Somalia, donde el hambre muerde

Matteo Fraschini Koffi

«En veinte años, nunca he visto en África una situación como ésta», describe con gran preocupación Leo Capobianco, responsable de Avsi en Kenya y coordinador de proyectos en el campo de refugiados de Dadaab, en colaboración con la organización Agire. «Desde el punto de vista profesional, pero sobre todo humano. Nunca me había imaginado en una crisis de estas dimensiones». Son palabras graves y angustiosas, que reflejan la esencia del campo de refugiados más grande del mundo, el de Dadaab, considerado sin eufemismos como un infierno en la tierra.
«Los testimonios de los refugiados que atendemos cada día son increíbles –declara durante su breve estancia en Nairobi para participar en las reuniones de emergencia de las agencias humanitarias–. La historia que más me ha impactado ha sido la de una familia cuyo padre e hijo han sido literalmente devorados por las hienas durante su trayecto desde el sur de Somalia a Dadaab». Capobianco cuenta también que ha visto a miles de refugiados que, después de caminar durante semanas por una de las zonas más áridas del Cono de África, llegaban en condiciones de extrema pobreza, sin ni siquiera un trapo con que cubrirse.
Avsi y Agire son algunas de las organizaciones humanitarias que desde hace tiempo trabajan en todas las secciones del campo de Dadaab con proyectos principalmente orientados hacia la educación. «Desde hace tres años, estamos construyendo escuelas y damos formación a cientos de profesores, a pesar de que esta crisis nos haya pillado a todos por sorpresa, estamos trabajando duro para sacar adelante nuestros proyectos con todas nuestras fuerzas».
La emergencia humanitaria en que ha quedado sumido el campo de Dadaab empeora día tras día. A los más de cuatrocientos mil refugiados ya presentes en el campo, cada día se añaden entre dos mil y tres mil. La mayoría huye de Somalia, un país en guerra desde hace más de veinte años y que durante la última semana ha alcanzado al menos en dos regiones el estado oficial de “carestía”, el último nivel en las emergencias humanitarias.
Las agencias de Naciones Unidas, además de fijar una reunión de emergencia-crisis, han declarado que, para frenar el cada vez más imparable flujo de refugiados, se verán obligadas a dejar caer la ayuda desde los aviones que sobrevuelen el sur de Somalia. Estas zonas están ocupadas por los rebeldes de Al-Shabaab, grupo vinculado a Al-Qaeda, que aunque ha permitido la distribución de víveres y medicinas en la zona, no parece garantizar la completa seguridad de los trabajadores sobre el terreno. Una nota de Cáritas Italia, que lleva años trabajando en el Cono de África, además de poner en marcha una recogida de fondos, invita a reflexionar sobre las causas estructurales de este sufrimiento: «La dependencia del exterior para conseguir alimento, el encarecimiento de los precios, las situaciones de conflicto y los cambios climáticos».
Son innumerables los desafíos que el pueblo somalí, desde el inicio de la guerra civil en 1991, sigue afrontando. El pasado martes, el primer ministro Abdiwali Mohamed Ali hizo pública la lista del nuevo gobierno federal de transición, y dos días después los islamistas secuestraron en Balad a Asha Osman Aqiil, que acababa de ser nombrada ministra somalí para los asuntos de Familia y Mujer. «Es trágico, no nos queda más que rezar por su liberación», ha declarado un miembro del gobierno provisional que ha preferido quedar en el anonimato.
(publicado en Avvenire el 22 de julio de 2011)