Manifestaciones por la independencia de Sudán del Sur.

Signos de paz en Sudán

Anna Pozzi

Los estragos de la guerra, el papel de la Iglesia, los deseos de un pueblo… En Missionline.org, el obispo de Rumbek, en el corazón de África, muestra el rostro de una tierra que, después de años de violencia, declarará su independencia el próximo 9 de julio

Una escuela, un hospital, una iglesia... Signos concretos del despertar del corazón en el sur de Sudán, donde la Iglesia continúa acompañando el proceso de paz y reconciliación.
«En esta región hemos votado por la secesión, ¡el cien por cien!», exclama Rebeca, que sueña con un futuro mejor en un país por fin libre. Estamos en la periferia de Rumbek, la ciudad principal del estado de Lagos. Una escuela superior femenina es uno de los signos más proféticos de la nueva República del Sur de Sudán que nace el 9 de julio de 2011.
Vuelven a empezar por las mujeres, que son muchas, más que los hombres –que han muerto en la guerra o que han emigrado–, y que son los pilares de una sociedad trastornada por una guerra que la ha sacudido duramente, sobre todo aquí. Estamos en el corazón del mundo dinka, una de las etnias mayoritarias del Sur de Sudán, que ha apoyado masivamente al Sudan People’s Liberation Army (Spla), guiado no por casualidad por un dinka, John Garang, líder carismático muerto al día siguiente de la firma del acuerdo de paz de Nairobi en enero de 2005.
En la Loreto Secondary School, una de las pocas escuelas superiores femeninas en el Sur de Sudán, las jóvenes estudiantes no tienen muchas ganas de hablar del pasado ni de la guerra. Prefieren mirar al futuro, un horizonte que hasta hace pocos meses parecía limitado y cerrado. Se vivía –y en muchos casos se sigue viviendo– al día: comer, curarse, sobrevivir… atender las necesidades primarias.
Ahora, sin embargo, algo está cambiando. Así lo testimonian estas chicas que sueñan con llegar a ser médicos, dedicarse a la política o a la economía, que hablan de desarrollo, pero también de vacas, las que servirán para pagar su dote. Puesto que están estudiando, «valen» más. Y porque están estudiando, se casarán un poco más tarde que la media, por lo que también «valdrán» un poco menos. Es un discurso que les apasiona. La tradición, por lo demás, sigue siendo muy fuerte, y para los dinka todo gira en torno a la posesión de reses, que son miles aquí, y que a menudo son causa de redadas, conflictos y tensiones.
«Es un problema –reconoce monseñor Cesare Mazzolari, obispo comboniano de Rumbek– que aún hoy se da en una dimensión nueva, la de un Estado que está naciendo y que debe construir muchas cosas, incluso a sus ciudadanos». Divididos por la guerra, anclados en sus tradiciones, a menudo enemigos históricos, los pueblos del Sur de Sudán tienen ahora que aprender a vivir juntos pacíficamente.
No es ni será fácil. En Mapourdit, a poca distancia de Rumbek, donde los combonianos gestionan uno de los mejores hospitales del país, no es posible caminar, por los continuos enfrentamientos entre jur y dinka, que en un tiempo luchaban con lanzas y que ahora lo hacen con kalashnikov. Como resultado, decenas de muertos y cientos de huidos. Incluidos los seminaristas que fueron evacuados a Rumbek.
El doctor Enzo Pisani está acostumbrado. En cirugía, la principal causa de hospitalización son las heridas por arma de fuego. Después de muchos años en Angola, el doctor Pisani gestiona con su mujer, también médico, este hospital de Yirol, reconstruido a partir de ruinas gracias al CUAMM (Médicos con África) de Padua y, sobre todo, gracias a una intervención de la Protección Civil italiana, que construyó un puente sobre la carretera que une Rumbek y Yirol.
Hay una larga fila de gente a la puerta del ambulatorio y muchas personas dentro, colocadas en camillas a lo largo del pasillo. Son más de dos mil los pacientes externos que llegan aquí cada mes y las camas (cuarenta en total) nunca son suficientes, a pesar de que «intentamos reducir al mínimo los ingresos hospitalarios», cuenta el doctor. Este hospital parece un milagro, aunque Pisani, escrupuloso y exigente, no estaría del todo de acuerdo. Todavía faltan muchas cosas, sobre todo personal cualificado, no hay ningún enfermero que se haya formado, pero este hospital es un buen signo. Hace diez años era inimaginable.
Él, que vivió la guerra de Angola, dice que aquí es todavía más difícil. No hay nada estructurado, pero la gente empieza a fiarse y a venir. «Nunca han pedido ayuda a alguien que no sea un curandero tradicional. No saben que la sanidad existe y que es un derecho. Cuando terminó la emergencia del conflicto, no quedó nada. Ahora toda la sanidad debe reconstruirse a partir de cero». En realidad, al menos aquí, se ha hecho mucho y se sigue trabajando. Una vieja estructura colonial está en fase de reestructuración para albergar un nuevo pabellón para los pacientes ambulatorios.
Hay muchas mujeres, y eso también es una buena señal. La mayoría sigue dando a luz en casa, aquí sólo llegan los casos más difíciles, a menudo demasiado tarde. Todavía mueren dos mujeres de cada cien a causa del parto, la tasa más alta del mundo. En el pasillo vemos a una chica que ya ha tenido seis abortos espontáneos, ahora espera a su séptimo hijo, esta vez bajo estrecha vigilancia. Hay muchos casos dramáticos, pero constituyen la normalidad. Paso a paso, se intenta dejar atrás la guerra para construir algo nuevo, todo está por hacer.
Yirol habla por sí mismo de este anhelo de futuro. Alrededor del imprescindible mercado de reses, el pueblo crece y se desarrolla rápidamente. Aquí, como en todo el país, muchos ya tienen teléfono y la conexión a internet funciona discretamente. Aquí, como en todo el Sur, los comerciantes árabes del Norte aprovechan la paz para hacer negocios. Ellos son los que controlan el comercio a través de Darfur. Por la carretera, camiones enormes transportan todo tipo de mercancías porque aquí no hay nada. Los precios están por las nubes, pero existe un dinamismo inédito. Algo se mueve, y todos esperan la nueva capital que el Gobierno del Sur de Sudán (Goss) ha prometido construir (de la nada) en Rumciel, no lejos de aquí.
La misión es también un testimonio luminoso de esta nueva vivacidad. Un conjunto de chozas en precarias condiciones de hace diez años hoy se ha convertido en edificios sencillos, sí, pero con paredes de ladrillo y con una gran iglesia. El padre José Javier Parladé, sevillano, ha dado un impulso extraordinario a esta misión comboniana, una de las históricas del país. Tiene setenta años, está en Sudán desde 1970: primero en Kosti y Puerto Sudán, luego en Baman, en la frontera con Etiopía, donde estuvo doce años solo, para llegar después hasta la parte opuesta, Raja, cerca del centro de África. Ahora, desde 2003, está en Yirol, en el corazón del Sur de Sudán, donde continúa con gran entusiasmo y dinamismo promoviendo las actividades pastorales para construir iglesias y escuelas. Ha llegado a las 27 construcciones, pero no se detiene. Están construyendo otra escuela elemental en Yirol porque los niños ya no caben en la antigua. Este año son casi 2.700, fruto de «una gran obra de sensibilización de las familias», dice el misionero. También tiene previsto hacer una escuela materna. «Hay que cambiar la mentalidad de la gente, hasta hoy cada uno pensaba en sí mismo, es el momento de tomar en consideración también a los demás».
«El campo de la educación siempre ha sido central –declara el obispo Mazzolari–. Incluso durante la guerra seguimos abriendo escuelas con la idea de que pasaran a formar parte de la comunidad local, al principio hasta el tercer o quinto grado, algunas hasta el octavo. Teníamos cincuenta mil estudiantes. Algunos consiguieron grandes calificaciones. Hoy en la diócesis tenemos quince escuelas elementales y en cada una hay entre mil y dos mil estudiantes, cuatro escuelas secundarias, dos escuelas profesionales, y gestionamos con el gobierno de Lagos una escuela para enfermeros en Mapourdit. Además, ahora hemos puesto en marcha el proyecto de un nuevo instituto para profesores». La primera piedra se puso el pasado mes de marzo y los trabajos avanzan con rapidez. Las monjas combonianas ya están allí y pronto llegarán los misioneros maristas. Una nueva presencia que se suma a las muchas que en estos años monseñor Mazzolari ha implicado en su diócesis, donde están presentes once congregaciones femeninas y seis masculinas, con veinte nacionalidades representadas. Muchos proyectos e iniciativas, como esta escuela para profesores, que mira hacia el futuro en un país donde la educación está a un nivel bajísimo y la falta de profesionales formados es dramática; o como la de agricultura, a cargo de los jesuitas.
Una idea nueva que aún está por concretar sus detalles, pero que nace del deseo de crear más estabilidad y mejores condiciones de vida. El padre Francis Njuguna, keniata licenciado en ciencias ambientales, es el creador. «Se pondrá en marcha en 2012 con dos cursos: uno para las actividades agrícolas y otro para el pastoreo. Aquí la agricultura está especialmente descuidada. Tradicionalmente, los hombres no la toman en consideración, por lo que resulta más fácil trabajar con las mujeres. Pero queríamos intentar generar personal preparado para relanzar una actividad fundamental para el país. Aquí sólo existe la agricultura de subsistencia y se importa mucho alimento del exterior a precios desorbitados. Por eso queremos contribuir a la recuperación de este sector». Mientras tanto, los jesuitas han creado una escuela profesional donde enseñan, además de algunas materias básicas –inglés, matemáticas e informática–, la utilización de la energía solar y técnicas de mejora del hábitat. «Queremos introducir también el estudio de las energías verdes. De momento, no disponemos de tecnología ni de equipamiento, pero nos estamos organizando».
«El compromiso en el campo educativo –afirma mons. Mazzolari– no siempre ha dado el fruto esperado, sobre todo por lo que respecta a los seminaristas. Pero muchos de ellos ahora trabajan en el gobierno y en las grandes organizaciones internacionales, y siguen vinculados a nosotros. Casi trescientos de ellos pertenecen a una red de antiguos alumnos llamada St. Bakhita Association. Tratamos de que sigan unidos, nos ayudan a construir la nueva catedral y representan también el liderazgo para una nación un poco más estable».
Pero incluso quien no frecuenta las escuelas católicas reconoce el gran trabajo que ha hecho la Iglesia durante todo el periodo de la guerra. Como el gobernador de Lagos, Mabior Neen Wol: «La educación es fundamental, especialmente por lo que respecta a las jóvenes. Hoy, todavía más que en el pasado, con un país por construir, es necesario cambiar la mentalidad de la gente. Hacerles entender, por ejemplo, que las jóvenes no son sólo un “bien” económico, sino seres humanos cuya aportación es fundamental para el futuro de Sudán del Sur. En este sentido, nosotros, los políticos, tenemos una gran responsabilidad, porque ahora debemos transformar las promesas en hechos: no sólo educación, también sanidad, carreteras y sobre todo seguridad, que es la premisa necesaria para poder hacer todo lo demás».
Santo Domic Chor, responsable de la seguridad del Estado, habla de una situación de «calma on-off». Una vez terminada la guerra con el Norte, no se puede hablar de una auténtica paz. Su receta consiste en «fomentar la formación en el seno del Estado y, con los Estados vecinos, formar cuerpos especiales para contrarrestar los conflictos internos y sobre todo proceder a una campaña seria de desarme. Todavía circulan demasiadas armas, y la gente sigue pensando que todo se puede conseguir por la fuerza. Debemos trabajar para cambiar los comportamientos y promover el respeto de los derechos humanos».
El problema de los repatriados –sudaneses del sur desplazados al Norte que ahora regresan– no hace más que agravar algunas situaciones ya de por sí muy críticas. En la periferia de Rumbek, el ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) ha instalado un campo donde viven sobre todo mujeres y niños que esperan poder establecerse en cualquier parte. «Esto podría agudizar los problemas de seguridad –admite el presidente del Parlamento, John Marik Makur–; es una cuestión de tierra, pero también de acceso al agua y a los alimentos. Hay mucha pobreza en esta región y es difícil acoger a otras personas en un contexto donde la gente vive una situación de enorme precariedad».
«Nosotros estamos aquí –concluye el obispo– para seguir enseñando sin descanso el arte paciente del diálogo y la comunicación, para animar desde dentro a una sociedad que no conoce sus derechos, que no tiene la capacidad de expresarlos y reivindicarlos pacíficamente, y para promover, desde la base de la doctrina social de la Iglesia, la paz y la reconciliación. Y por otro lado, tratamos de ser observadores atentos y estimuladores de este nuevo gobierno, llamado a asumir directamente responsabilidades que son muy grandes para construir la historia de esta nueva República de Sudán del Sur».