La ruta del odio. 100 respuestas claves sobre el terrorismo

José Basaburua

El pasado martes 24 de mayo, se desarrolló en Pamplona la primera de las jornadas “Sociedad libre y terrorismo” organizadas por la Fundación sociocultural Leyre. En esa jornada también se presentó el libro La ruta del odio. 100 respuestas claves sobre el terrorismo, de Fernando Vaquero Oroquieta.
La presentación de los ponentes corrió a cargo del historiador Pascual Tamburri, redactor de Elsemanaldigital.com, por parte de la Fundación Leyre. Inició el turno de intervenciones Inma Castilla de Cortázar, presidenta del Foro Ermua y decana de Medicina de la Universidad CEU – San Pablo de Madrid. Denunció, en primer lugar, la negociación del Gobierno con ETA, “cuyo precio es desconocido. Prueba de ello es cómo el Tribunal Constitucional, de naturaleza eminentemente política, ha dado paso a la expresión política de ETA, Bildu”. Tras repasar la tortuosa historia reciente de la lucha antiterrorista, afirmó que si ETA ha sobrevivido, ha sido por haber disfrutado, globalmente considerado este periodo, de una “casi absoluta impunidad”. ETA-Bildu, aseguró, “están deslegitimados, pues persiguen sus objetivos de siempre, por los que han asesinado y extorsionado a toda la sociedad española: ellos no se han movido”. Y, ante el cortoplacismo de los políticos, reclamó que es la ciudadanía la que de nuevo tendrá que movilizarse. “Es un problema político, que no partidista”, aseguró.
Le siguió Salvador Ulayar, víctima del terrorismo y colaborador de Voces Contra el Terrorismo. Partió de una convicción personal: “Hay batallas morales que hay que dar. Por eso estoy en esta mesa”. Denunció falsos tópicos, tales como que los terroristas están locos, o que esto no se acaba porque no lo quieren los políticos. Tales excusas son el fruto de la pereza intelectual o de una cobardía moral. Manifestó su acuerdo con la afirmación insistente del libro presentado en el sentido de que hay ideologías que sustentan a los terroristas. No se trata de un fácil modus vivendi, sino de una opción de rentabilidad política por la que están dispuestos a asesinar y a sufrir para ello.
“Las víctimas quieren justicia política”, según la fórmula del filósofo Aurelio Arteta, catedrático de la Universidad del País Vasco, pues los terroristas han perpetrado delitos políticos contra toda la sociedad, destrozando la convivencia y tantos otros bienes públicos. En el contexto actual, de retroceso en la lucha antiterrorista, hizo suya la afirmación de Primo Levi: “Siempre nos quedará la libertad de no dar nuestro consentimiento”. Por último, explicó que “pedir justicia no es querer venganza. Las víctimas no se han tomado nunca la justicia por su mano. Pero pretender destrozar a ETA desde la legalidad democrática es tratar de destrozar al odio y al terror”.
Fernando Vaquero, autor del texto, en su larga exposición, afirmó que “el terrorista se transforma en una especie de zombi, cuya afectividad y todos sus procesos humanos son distorsionados por el virus de la utopía; lo que deriva en la destrucción del ‘otro’, ya sea entendido como enemigo de clase, de la construcción nacional, de la raza elegida… ciertamente, en ese recorrido deberá experimentar varias etapas y desarrollar varios mecanismos psicológicos: la transferencia de la responsabilidad de sus crímenes al líder o al objetivo final de su utopía; las deshumanización o extrema cosificación de las víctimas; y la transferencia de culpabilidad a la propia víctima. En todo ese proceso juega un papel decisivo la manipulación del lenguaje”.
Aseguró que muchos análisis sobre el terrorismo “evitan tocar un tema tabú: las complicidades ideológicas, intelectuales y políticas con el terrorismo. Sea como justificación ideológica (son unos chicos un poco equivocados, pero son nuestros chicos; como persiguen objetivos políticos, habrá que escucharlos); sea en permisividad por cobardía y cortoplacismo; ya por instrumentalización (unos mueven el árbol y otros recogen las nueces).
Concluyó asegurando que “la respuesta de una sociedad y de un Estado al terrorismo es termómetro de su salud colectiva, expresión muy concreta de sus valores morales. Aunque según los estudios demoscópicos ya no constituya una de las preocupaciones más acuciantes de los ciudadanos -¡qué corta memoria la nuestra!- esa respuesta cuestiona las bases de nuestra convivencia: coloca en la lupa del análisis y de la movilización la textura y consistencia de la vida en común y de nuestra viveza humana”. Por ello, “desde la esperanza en el cambio personal y colectivo, no hay otra salida que la resistencia. No hay atajos. Apoyo y escucha de las víctimas; fortalecimiento de la moral ciudadana; combate cultural; reconstrucción constante del movimiento cívico; interpelación y vigilancia de los políticos; denuncia de los atropellos y desenmascaramiento de las coartadas ideológicas de terroristas, cómplices y oportunistas; lucha legal; trabajo doctrinal...”.