Giuliana Guerra.

«Los testigos permanecen para siempre»

Stefania Ragusa

Una donación inesperada a la asociación hace que Marcos y Cleuza conozcan la historia de Giuliana Guerra, que murió de cáncer poco después.

Una llamada del banco: en la cuenta corriente aparece el ingreso de una considerable suma de dinero. Una donación imprevista que llega precisamente en un momento de dificultad económica por el que atraviesan Cleuza y Marcos Zerbini, los fundadores de la Asociación de los Trabajadores Sin Tierra de Sao Paulo, en Brasil, que reúne a más de cien mil personas: familias que se sacrifican para conseguir la propiedad de una casa y jóvenes que luchan por conseguir una titulación. Una realidad que no deja de crecer, al mismo ritmo que sus necesidades. Los recursos nunca son suficientes.
De pronto llega ese dinero. Un regalo que no resuelve un problema, sino que abre un mundo. ¿Quién nos lo ha mandado? ¿Y por qué? Marcos y Cleuza buscaron y descubrieron que la donación era de una mujer de Rimini, Giuliana Guerra. Así que el mes pasado viajaron a Italia y en Milán conocieron a la familia de Giuliana. Allí estaban su hermana y algunos amigos. Ella no, pues murió poco después de hacer la donación por un tumor de colon que se extendió hasta el cerebro. Tenía cincuenta y cinco años.
Giuliana conoció la Asociación de los Sin Tierra en la revista Huellas. Le impresionó profundamente la historia de aquellos jóvenes que hacen un sacrificio tan grande para estudiar y seguir trabajando para construirse un futuro.
«Es fácil que uno quiera a su familia –dice Cleuza–, pero que Giuliana nos haya querido así a nosotros, que estamos al otro lado del mundo, esto es el amor de Cristo. El sentido de la vida es dar la vida por la obra de Otro. Eso es lo que ella nos testimonia, ésa es su herencia».
Giuliana buscó la Belleza durante toda su vida. Era una apasionada de la literatura, el arte y la poesía, pero sobre todo de la danza. En los últimos años se dedicó a la enseñanza tras conseguir el traslado a Patrignano como profesora de Arte. Después continuaba con su jornada en Portofranco, donde ayudaba a los chicos a estudiar. Se implicaba con ellos sin reservas, compartiendo también con ellos experiencias atrevidas, como volar en parapente.
Junto a otros amigos, había fundado en Rimini la asociación “Stalker - mendicanti dello sguardo” (mendigos de la mirada), un lugar de encuentro para profesores de artes visuales. Giuliana escribía mucho. Reflexiones, poesías, comentarios de obras pictóricas que serán recogidos en un libro que se está preparando. «Raramente se puede entrar en el misterio de lo cotidiano y leer la Belleza. Tenemos la mirada ofuscada, el pensamiento obtuso, y sólo rara vez hacemos experiencia de la realidad, de lo que tenemos delante, como un hueco que da acceso a la possibilidad de disfrutar de la Belleza». Éste era su comentario a Las lavanderas de Abram Archipov.
Durante el tiempo de la enfermedad, «Giuliana pidió insistentemente al Misterio que la curara», cuenta Laura, su hermana mayor, «pero luego se abandonó totalmente». Repetía una y otra vez: «Amo la voluntad de Jesús». Durante el último mes, el dolor en el hígado y la cabeza se hicieron lacerantes. Decía: «Jesús ha llamado a mi puerta con la cruz. ¿Cómo le voy a decir “Deja esa cruz, no me la des”?».
Poco antes de morir, había dicho: «Yo quiero ofrecerlo todo a Cristo para la salvación de los que son duros de corazón». Y también: «Lo ofrezco todo… ¿Pero cuándo aterrizaré, cuando planearé, cuando llegaré a estar ante Él? Parece que nunca, pero mientras tanto sufro y ofrezco. Y cuando llegue ante Él, esa vez no valdrá lo que le dijo a las mujeres después de la Resurrección, “Noli me tangere”, no me toques. Le llenaré de besos».
Aunque a una gran distancia, vivía su vida cotidiana en comunión con los que sentía como sus amigos en la misión: sor Paola en Venezuela, el padre Aldo en Paraguay, el padre Bepi en Sierra Leona, los sacerdotes de la Fraternidad de San Carlos... Con cada uno de ellos se prodigaba como podía, enviando material o lo que pudiera servir de ayuda. «Un espíritu vivo y grande como el de Giuliana va en consonancia con otros espíritus y verdaderos testigos de Cristo», dijo Claudio Parma durante la homilía del funeral. Coincide con Cleuza: «Lo que estimo de Giuliana no es el dinero que nos ha mandado, sino su pertenencia a Cristo, porque cuando uno sufre, piensa en sí mismo; sin embargo, ella ha pensado en nosotros, y ni siquiera nos conocía. Giuliana es un ejemplo. Hay muchas ideas, uno puede tener buenas ideas, pero el cristianismo no se funda en ideas, sino en los testigos que Lo hacen presente. Y los testigos permanecen para siempre».