El jurista Joseph Weiler.

Europa: mucha palabra, poco valor

Francesca Sforza

«Los precios en Europa nunca han sido tan bajos». Así, sin medias tintas, Joseph Wailer, presidente de la Institución Europea Jean Monnet en la Universidad de Nueva York, intervino en un encuentro celebrado en Turín. Y eso que dice que él no es alguien que dé respuestas concretas ni estrategias políticas. «Prefiero las explicaciones a las soluciones, las lecturas desde la primera línea».

Durante su intervención ha usado varias veces la expresión «nosotros, europeos». ¿Le puedo preguntar dónde ha nacido?
Nací en Suráfrica, pero me considero un judío errante: cuando estoy en Europa, soy europeo; cuando estoy en América, soy americano; y en Tokio soy japonés. En el fondo, me considero hijo de Europa, mis raíces son europeas, hablo y pienso como un europeo, pero vivo en Estados Unidos desde hace veinte años.

Hablemos de los males de la UE. La crisis libia ha puesto en evidencia las divisiones existentes, y también viejos prejuicios: con los franceses, con los alemanes, con los italianos... ¿Pero qué piensan los americanos de los europeos?
El caso libio pone en evidencia dos cosas. Por un lado, es el mare nostrum, es decir, es una cuestión donde Europa, con su pasado colonialista, está mucho más implicada que los americanos. Pero aunque Europa hubiera hablado con una sola voz, aunque Sarkozy hubiera dicho lo mismo que Merkel y Berlusconi, no habría podido hacer nada sin los americanos, porque la estructura interna del funcionamiento europeo no permite una política común de seguridad. ¿Durante cuánto tiempo Europa tendrá que seguir recurriendo a los americanos siempre que llegue al uso de la fuerza? Es dramático, y en este sentido me parece que los europeos se obstinan en no cambiar. Y no es tanto una cuestión de estructura sino de falta de costumbre para cooperar en materia de seguridad y política exterior común, como sin embargo sí sucede con otras materias.

Y en su opinión, ¿a qué se debe?
Tiene que ver con lo que yo llamo el trauma de la infancia europea. En 1952-54 la Comunidad Europea de defensa ya había preparado el tratado de acuerdo con todos los gobiernos. Pero aquel acuerdo encontró el rechazo del parlamento francés y desde entonces el tema se ha convertido en tabú. Hasta el presidente italiano Giorgio Napolitano, cuando le pedí su opinión durante un viaje que hizo a Nueva York, admitió que aquello fue un error.

¿Todo por culpa de los franceses?
No, lo mismo podría haber sucedido en Italia, el hecho de que sucediera en Francia es del todo contingente. El problema es que se hizo muy difícil poner en marcha una dinámica nueva. Hoy se dice que una política común de seguridad incide demasiado en la soberanía nacional, sin embargo en 1954 todos los gobiernos europeos estuvieron de acuerdo en ponerla en marcha.

¿Por qué esta reticencia?
El proyecto de mesianismo político presente en la declaración de Schuman estaba claro: movilizar a la gente no por los medios sino por el destino. Si lees la declaración, dices: cuánta retórica, la palabra democracia no aparece una sola vez. Destino, civilización, futuro... palabras todas grandiosas y bellísimas, pero no se habla de derechos fundamentales, de estructuras democráticas, y ése es el problema. Iba bien en aquella época, la Asamblea de entonces era perfecta, pero todas las políticas mesiánicas terminan derrumbándose, bien porque evolucionan de forma trágica, o bien porque se desintegran, víctimas de su propio éxito. Europa, en este sentido, es víctima de su éxito, porque una vez que el mesianismo político ha perdido su fuerza de impacto -y la fuerza de impacto es una cuestión fisiológica, basta con un par de generaciones-, si no tiene una constitución capaz de sostenerla, todo se esfuma y a la gente le resulta indiferente, como sucede hoy.

Ha hablado usted de una Europa cobarde, ¿en qué sentido?
Europa es muy valiente a la hora de hablar de valores, pero cuando se trata de hacer un auténtico sacrificio, nunca ha tenido el valor de hacerlo sola. Dependía de los americanos para su seguridad durante la Guerra Fría, y después nunca se hizo con instrumentos que la permitieran actuar con determinación. No soy belicista, no defiendo a Bush, pero tampoco sufro de amnesia. Pensemos en Bosnia, en el genocidio que se consumó delante de nuestros ojos...

¿Tal vez Europa tiene mala relación con el uso de la fuerza?
Un poco sí, y si miramos al pasado veremos también por qué, pero con el tiempo esta explicación se ha transformado en una coartada, sobre todo en la medida en que, delante de una verdadera emergencia, termina llamando a los americanos, para que actúen ellos. Y cuando lo hacen bien, “muchas gracias”, pero cuando lo hacen mal se abren los cielos.
(publicado en La Stampa)