Monseñor Giovanni Martinelli, obispo de Tripoli.

«¿Pero cómo nos vamos a ir?»

Paolo Perego

Las bombas caen a lo lejos, al Este de la ciudad, cerca del aeropuerto. Allí es donde se concentran las baterías antiaéreas de las milicias de Gadafi. Pero el cielo de Tripoli continuamente es atravesado por cazas franceses e ingleses. «Estamos debajo de las bombas. Ya sean favorables o contrarios a Gadafi, la gente tiene miedo». Monseñor Giovanni Innocenzo Martinelli es obispo en la capital libia. Ha decidido quedarse allí, con casi todos los religiosos de la comunidad católica local. «Algunos han regresado por motivos de salud». Nos atiende por teléfono desde la vicaría. «Estamos muy preocupados. Hemos asistido a una escalada absurda, los acontecimientos se han precipitado, literalmente». Sin embargo, había espacio para el diálogo. Quizá el viernes pasado ya no, pero antes sí lo había. «No se ha tomado en consideración una posibilidad que era real. Muchas instituciones estaban trabajando en la sombra, por caminos alternativos informales. Yo estaba en contacto con un líder musulmán de la Islamic Society, una especie de Congregación Propaganda Fide musulmana, muy abierta al diálogo. Esta persona estaba en contacto a su vez con representantes del Gobierno libio, y me decía: “Lo estamos intentando, y debemos probar juntos por este camino. Es posible, la guerra no puede ser la última palabra”. Por eso ahora no consigo entender... No veo solución posible en este ataque».
Las embajadas han cerrados sus puertas. Todos se han marchado. «Hablé con el embajador italiano el otro día, cuando estaba en el aeropuerto, y me pidió que me fuera». ¿Y enconces? «¿Pero cómo me voy a ir? Yo ya he elegido. He elegido quedarme, no sólo como “pastor” para guiar al rebaño que sufre, sino también como hermano. Mis hermanos eritreos, por ejemplo, se han quedado en Libia sin ningún punto de referencia. Están realmente solos, no tenían otra opción más que quedarse. Pero también se han quedado los laicos, como las enfermeras filipinas que trabajan en los hospitales». En Tripoli, la comunidad filipina era muy numerosa. Manila, poco a poco, ha repatriado a decenas de miles de compatriotas. «Pero ellas han decidido quedarse y seguir trabajando. No porque no tengan miedo, pero se dan cuenta de que son indispensables. Una de ellas me contó que, mientras dudaba sobre si irse o no, el director del hospital les imploró que se quedaran: “No podéis dejarnos”. Su presencia, nuestra presencia, es un bien para la gente».
Mientras tanto, la comida empieza a escasear en la ciudad. «La gente nos trae alimentos, nos trae pan. Antes lo hacían panaderos egipcios, pero ahora que se han ido es difícil encontrarlo». En toda la costa Norte de Libia se desarrolla la batalla: Misurata, Brega... «De Bengasi no hemos recibido noticias en los últimos tres días. Con monseñor Magro, vicario de la ciudad, siempre hemos estado en contacto en este útlimo periodo, pero ahora los teléfonos han enmudecido. Tratamos de mantener unida a la comunidad, estar aquí para la gente. Por ahora conseguimos celebrar tres misas a la semana. Esperemos poder seguir haciéndolo. Pero vosotros no dejés de recordarnos en vuestras oraciones. Son de gran ayuda. Estamos agradecidos a la Iglesia y a todos los cristianos que en este momento nos tienen cerca. Este abrazo es de las cosas más importantes en este momento».