Las verdaderas razones de una guerra equivocada

Il Sussidiario
Giorgio Vittadini

Más allá del sufrimiento de un pueblo amenazado por armas de fuego, ataques aéreos y bombardeos, en este momento impresiona la hipocresía de los gobiernos occidentales, que se refugian en un derecho internacional que resulta ambiguo. La operación militar en Libia es la expresión lógica de una política neocolonial que domina las dinámicas internacionales de Occidente. El pretexto siempre es la intervención humanitaria o la defensa de la paz que se ha puesto en peligro. Comenzó con Serbia en los años noventa. Con la justificación de intervenciones humanitarias, Belgrado y Serbia fueron bombardeadas de forma indiscriminada hasta conseguir la caída de Milosevic.
Arrestado y procesado por crímenes contra la humanidad en La Haya, se puso en evidencia que, a la luz de los principios internacionales defendidos, las razones adoptadas para la intervención contra su gobierno no tenían base jurídica. En este punto, murió misteriosamente en la cárcel. El de Milosevic no era precisamente un gobierno ejemplar por su respeto a los derechos de su pueblo, pero había sido elegido democráticamente y no era peor que otros regímenes (como por ejemplo el chino) ante los cuales algunos países, como Francia, se inclinan. Luego le llegó el turno a Saddam Hussein y a las dos guerras de los Bush: la primera por la invasión de Kuwait y la segunda por la presunta posesión de armas atómicas. Se demostró luego que Saddam no poseía armas de destrucción masiva. Sólo Juan Pablo II y pocos más se mostraron verdaderamente contrarios a la guerra.
Muchos intelectuales, sin embargo, celebraron el intervencionismo protestante de Condoleeza Rice, que por fin pondría a Oriente Medio en su lugar, frente a la invitación a la paz de Juan Pablo II. El resultado de las intervenciones militares en ambos casos está a la vista de todos. En la ex Yugoslavia no se ha conseguido estabilidad alguna, es más, la situación podría volver a estallar de un momento a otro a causa de la creación de estados sin tradición de independencia, mientras que los cristianos son expulsados de la nueva Bosnia musulmana. En Oriente Medio, vemos renacer un terrorismo sin tregua en Iraq, la masacre de civiles, la persecución de los cristianos en muchos países musulmanes, el espacio involuntariamente concedido al sanguinario régimen iraní, la ayuda indirecta a Al Qaeda…
No contentos con todo esto, vuelven a empezar con Gadafi. Invocan una intervención por razones de emergencia humanitaria para después comprobar en estos días que Francia y Gran Bretaña, con la aquiescencia del pensamiento débil de Obama-Clinton y otros, están desarrollando no una operación humanitaria sino una auténtica guerra para derrocar al régimen a expensas de la población libia. Está claro: Gadafi, como Milosevic y Saddam, es un dictador, pero también los son los líderes de China, Irán, Cuba, Venezuela, Corea del Norte o la junta militar birmana. ¿Debemos entonces declarar una guerra humanitaria contra cada uno de estos países, es decir, una guerra mundial? ¿Quién piensa en una alternativa para evitar lo que sucedió en Iraq después de la guerra, la expansión de Al Qaeda y la amenaza de la guerra civil, o los 130.000 muertos causados por los fundamentalistas en Argelia?
La verdad es que se ha vuelto a retomar la política neocolonial, por el petróleo, por el prestigio internacional, por el control del Norte de África y Oriente Medio, por la victoria electoral interna de los líderes europeos o pacifistas (!) como Obama. Todo esto muestra una vez más la debilidad de la Unión Europea, que cubre las acciones de Estados que, tras despertar de un benéfico letargo de 60 años, vuelven a la política colonial. Por eso, frente a la intervención armada de la coalición, la única alternativa a esta hipocresía sangrante es la línea que sigue la Santa Sede. Una mirada a cada hombre que anima al diálogo, que siempre es preferible a la intervención armada, que considera la política internacional como el arte del compromiso, destinado a valorar todos los factores en juego: ¿cuál es la alternativa a un régimen? Instaurar un sistema político basado en elecciones multipartidistas, ¿qué condiciones exige? ¿Es posible imponer la democracia con violencia?
Se podría seguir, pero esto ya impondría a todos los países occidentales una política distinta para el bien de los pueblos…