Wakako Saito en el Meeting 2004.

«Delante del terremoto, lo que nos sostiene es una amistad»

Paolo Perego

Cuando era budista, hace veinticinco años, conoció a don Giussani. Entonces dio comienzo una relación con el movimiento que hoy se revela «esencial» para afrontar el drama del terremoto

«Lo que ha sucedido en Japón es ante todo un Misterio. Y el misterio nunca es en último término un mal para el hombre». Wakako Saito es profesora de lengua y literatura italiana en la Universidad de Nagoya, seiscientos kilómetros al sur de Tokio. El 11 de marzo estaba en Italia con unos amigos a los que conoció hace veinticinco años, cuando invitó a don Giussani, al que había conocido en la Universidad Católica de Milán, a visitar Japón. Ella, budista, no sabía mucho de él. Trabajaba entonces en el Centro Internacional de Nagoya y fue en aquel viaje cuando Giussani conoció a Shodo Habukawa y a los monjes del Monte Koya. De momento, Wakako ve las imágenes del terremoto en la televisión. «Todo este drama tiene que ver con nosotros, los japoneses, pero no sólo. Nos pide un cambio».

Un cambio, ¿en qué sentido?
Es un momento de dolor. Hay muchas dificultades. La Segunda Guerra Mundial en Japón lo destruyó todo: la identidad, la cultura. Aniquiló lo que Giussani llama el sentido religioso. Durante décadas hemos trabajado por dinero, para reconstruir, sí, pero de un modo superficial, sin preguntarnos el porqué de las cosas. Por eso, este dolor nos ha sido dado por el Misterio para educarnos, para nosotros, para ayudarnos a recuperar lo que habíamos perdido. Ya con el terremoto de Kobe nos dimos cuenta de que algo tenía que cambiar, que la sociedad tenía problemas. Pero luego no hicimos nada, nos ha faltado la voluntad de cambiar realmente. Ahora el desafío se nos vuelve a plantear, y no sólo a nosotros. Todo el mundo ha sido desafiado: la política, los jóvenes que no encuentran trabajo, la crisis educativa, el problema de la fe y de la secularización. ¿Pero acaso no sucede lo mismo en Italia? Entonces, qué sostiene a un pueblo ante una tragedia como ésta es un problema que nos atañe a todos. Si no cambiamos, la sociedad no puede funcionar.

Pero en Japón, la sociedad, incluso en situación de emergencia, parece funcionar bien. Todo está organizado, todo en orden, ¿no es así?
Nosotros, como pueblo, como cultura, no estamos acostumbrados a expresar nuestros sentimientos, pero somos gente muy sensible al dolor y a la muerte. Por cómo hemos sido educados, tratamos de contener las emociones, parecer tranquilos, en paz. Pero en el fondo el dolor es enorme. Lo contenemos, y quizá eso sea aún peor. Poque, ¿qué puede sosternos? Hablo de una dimensión humana. Leemos los periódicos y vemos que todos destacan como cuestiones prioritarias la solidaridad, la economía, la amenaza nuclear... ¿Y la humanidad? La cuestión central es la humanidad, el ser hombres. El problema es recuperar la humanidad, la fe, la identidad. Sin esto, podemos reconstruirlo todo, pero seguimos igual que antes. O algo cambia, o será duro.

¿Volverá pronto a Japón?
En unos días. Quiero ver la realidad y saber cómo podemos ayudar. Tal vez pueda hacer alguna caritativa con mis alumnos. Quiero llevar también la oración de muchos amigos italianos del movmiento a los que están en Japón. Cuando me enteré del terremoto, pedía dos cosas: poder ser instrumento de Dios en esta circunstancia y poder ser útil incluso desde Italia. Luego pensé qué habría hecho don Giussani ante este hecho. En estos días he estado con muchas personas en Bergamo, Milán, Varese, Suiza. Rezando juntos. Es un misterio, pero habrá una razón por la que yo estaba y estoy aquí en este momento.

Hablaba hace un momento de lo que nos puede sostener, ¿se refería a esta amistad?
Conocí a don Giussani siendo budista. Entonces comenzó una amistad que ya dura veinticinco años. Era algo que necesitaba. El designio de Dios empezó a desvelarse entonces, cuando el Misterio me tomó, y me sigue tomando, como instrumento suyo. Esta amistad es útil porque nosotros solos somos frágiles. Estamos aprendiendo mucho de vosotros. La oración de los amigos nos ayuda muchísimo. Y el pensar continuamente en Giussani: ¿qué haría él? Ahora lo veo todo por televisión, como si estuviera en el cine, es casi irreal. Quiero ir y ver, y sé que eso será más duro, pero para eso sirven las oraciones. No vendréis conmigo a Japón, pero vuestra presencia será de gran ayuda. Rezad por mi pueblo.