Los festejos tras la caída de Mubarak.

La revolución cotidiana

Alessandra Stoppa

Tras las revueltas de enero, la gente protesta para conseguir cualquier cosa: desde los empleados de la universidad a los de la banca. Mientras tanto, los jóvenes salen a limpiar las calles y pintar las verjas.

Cuando regresó, con el régimen caído y la revolución terminada, no reconocía Zamalek, el barrio en que vivía, una isla en medio del Nilo a la altura de la plaza Tahrir. Todo era una fiesta. Parecido a la victoria del Mundial. «Pero continuamente, día y noche, sin interrupción. Hay mucha alegría y muchas incógnitas». Raquel ha vuelto a El Cairo tras la caída de Mubarak. En los días más agitados de la revuelta fue repatriada y ahora retoma el semestre en la American University.
Las aulas y los pasillos de la facultad estuvieron desiertos hasta la semana pasada, ya que para los americanos se mantenía el estado de alerta. Ahora vuelven a estar llenos de gente. El ritmo es frenético, pues hay que recuperar las semanas de estudio que se han perdido. En las clases, el eco del estallido de nuevos enfrentamientos llega sólo como invitación a volver a casa antes de lo habitual. «Nos han dicho que el toque de queda era a las siete, cuando siempre ha sido a medianoche. Ha sido entonces cuando nos hemos dado cuenta de que algo estaba sucediendo». Así que llamó a la embajada y le dijeron: «No subas sola a ningún taxi, ni te desplaces a zonas de la periferia. Y cierra las puertas cuando vayas en coche».
El reflejo de la inestabilidad política, el problema que más afecta a la vida cotidiana, es la seguridad, el orden público. «La presencia policial se ha restablecido en la ciudad», cuenta Raquel, «pero no como antes de la revolución. Antes, te encontrabas con un policía a cada paso. Ahora hay menos y sobre todo se temen menos sus controles. Por eso el riesgo de que haya desórdenes es alto».
Y no sólo por eso. Actualmente, en la capital, y también en otros lugares, lo normal es que haya manifestaciones. La gente protesta casi por cualquier cosa. «Al volver a la universidad», continúa Raquel, «se puso en huelga el personal de limpieza. Al día siguiente, los empleados. Y así sucesivamente». Protestan los basureros, protestan los empleados de banco. «La gente ha adquirido una especie de pretensión sobre su propio “poder”: el de hacerse oír». De modo que ante cualquier exigencia se manifiestan a golpe de eslogan.
Pero esto está bloqueando el país. Las agencias de prensa, desde la dimisión de Mubarak, informan de “revueltas” diarias. Protestas en el sector de transportes y en el de turismo «para mejorar las condiciones salariales». Protestas en el hospital de Al-Azhar, también pidiendo un aumento de sueldo. Una sentada en el hospital universitario de Al Hussein, otra de los camelleros, otra de los empleados de turismo en las Pirámides, de los policías, de los empleados públicos en el Ministerio de Interior... Así hasta llegar a dos mil cristianos que han salido a la calle tres días para pedir la liberación de un obispo copto acusado de falsificar documentos para una mujer musulmana convertida al cristianismo.
«Así se paraliza todo en un momento decisivo, en el que habría que ser absolutamente razonables», afirma el obispo auxiliar del Patriarcado de Alejandría para los coptos, monseñor Boutros Fahim Awad Hanna. «La gente no sabía qué significaba manifestarse y ahora se ha convertido en el “método” para conseguir casi todo. Ante cualquier injusticia o exigencia, las personas protestan. “Nos falta esto, nos falta aquello...”, dicen. Pero no se puede conseguir inmediatamente lo que no se ha conseguido en cuarenta años. Estamos tratando de hacer ver a nuestros fieles la gran debilidad de este camino que se está tomando».
También para la Constitución ha habido ciertas prisas. El 19 de marzo, el país está llamado a votar el referéndum sobre las reformas constitucionales, en las que está trabajando una comisión creada ad hoc por el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas. El referéndum prevé enmendar ocho artículos de la Carta fundamental y anular un noveno. Por ejemplo, se propone que el presidente no pueda permanecer en el cargo durante más de dos mandatos consecutivos de cuatro años cada uno (hasta hoy, era indefinido). Los jóvenes militantes de la revolución son contrarios al referéndum, igual que los candidatos a la presidencia Amr Moussa y Mohamed ElBaradei, que lo ven como un “parche”. Lo que ellos piden es una nueva Constitución. «En realidad, ni siquiera ha habido tiempo para debatir las modificaciones constitucionales», dice moseñor Boutros Awad. «Es un paso importante, para el que la gente no está preparada». Pero las prisas, en este caso, están dictadas por la junta militar, que da señales de no querer estar en el poder durante mucho tiempo. «Por eso el referéndum se considera como una transición, un cambio provisional, a la espera del definitivo». Lo que también se quiere acelerar es el voto político: celebrar elecciones anticipadas en junio y seis semanas después, las presidenciales.
«Es muy importante ahora la sensibilización hacia el voto», añade Raquel. «Este pueblo no está acostumbrado a ir a las urnas porque el sistema era corrupto. Sin embargo, ahora la gente tiene entre manos algo que considera “suyo”, que les ha costado un gran sacrificio». Es algo que se ve por todas partes: la revolución se adora. La gente lleva las camisetas con los rostros de los jóvenes “mártires”, hay carteles para no olvidar, en la televisión prácticamente ha desaparecido la publicidad y la programación se alterna con videos musicales con textos patrióticos e imágenes de la revuelta. «En la Universidad de El Cairo, los estudiantes han organizado una conferencia para decir a las familias de las víctimas: “Nosotros somos vuestros hijos, el sacrificio de vuestros hijos no se perderá”». Y en las clases, la revolución se define como thaura al shabeb, la revolución joven. Ellos, los jóvenes, para demostrar su adhesión a los hechos de enero, salen a limpiar las calles y pintar las verjas. Es su forma de mantener viva la revolución. «En el autobús que me lleva a la universidad, los chicos de veinte años sólo hablan de la economía del país, de las reformas de la justicia... Lo comparan todo con lo que están estudiando. Y todos sus discursos los cierran así: “Nosotros haremos algo, tenemos que pensarlo. Egipto somos nosotros”».