Asomada a la ventana durante el toque de queda

Fabrizio Rossi

Los gritos, los ruidos de claxon, los eslóganes... los disparos. Una hora después de que se declare el toque de queda, las calles del centro de El Cairo siguen llenas de gente. La situación está degenerando, cuenta Rachele, estudiante de último curso de Ciencias Políticas en Italia, que llegó a Egipto el 23 de enero para participar en el spring semester de la American University en la capital egipcia. Dos días después estalló la protesta que ha llevado a la plaza a más de un millón de personas.
Nadie sabe qué es lo que puede pasar en las próximas horas. A la plaza Tahir han empezado a llegar manifestantes a favor del presidente Hosni Mubarak? que se mezclan con los miles de egipcios contrarios al régimen que se dan cita allí. Esto ha generado una tensión que los días previos no existía. El ejército respondió con varios disparos al aire para poner fin a los enfrentamientos, y Al-Yazhra informó de varias muertes.
La casa de Rachele no está lejos de allí. Por la noche oímos los gritos de protesta y desde la ventana vemos a hombres armados con palos y machetes? para atacar a los que aprovechan el toque de queda para destruir todo lo que encuentran. Algunos decían que la protesta se haría violenta si acudía la policía, así que decidieron retirarla. El resultado son robos en bancos, comercios destrozados, cristales rotos... Casi nadie va a trabajar, los supermercados están llenos de gente, pero no queda nada.
Obligada a permanecer en casa durante el toque de queda, Rachele sabe que de un momento a otro se puede quedar sin teléfono o internet. Pero sabe también que para explicar lo que está sucediendo no bastan los balances de los enfrentamientos. “Wael Farouq me dice que éste es un momento histórico. Hasta el punto de que él, que da clase en la American University, no ha tenido miedo de exponerse y ha salido a la plaza”. A su lado, Hossam Mikawy, presidente del Tribunal del Sur de El Cairo, quien además improvisó un encuentro “para decir a todos que hay jueces que están del lado de los manifestantes, y en contra de la corrupción del Gobierno”. Realmente, “en la plaza hay gente de todo tipo: jóvenes estudiantes y madres con niños. Es el pueblo egipcio”.
¿Y los fundamentalistas? “No se han quedado mirando, no pueden quedarse al margen, pero, según una estimación de Al-Yazhra, los Hermanos Musulmanes son apenas una decena, como mucho el veinte por ciento de los manifestantes. Sucede alguna vez que alguien grita: El islam es la única solución. Pero inmeditamente la gente lo acalla diciendo: No: cristianos o musulmanes, todos somos egipcios”.
El hecho de unirse a estas multitudinarias protestas expresa “un deseo de cambio” que se ha visto obstaculizado por el rais. “Sin embargo, nadie parece preocupado por lo que sucederá después de Mubarak. ¿Cuándo se celebrarán las elecciones? ¿Quién ocupará el puesto del rais? Ahora todos tienen en mente una sola cosa: que se vaya. Ya sucedió algo con lo que realmente empezó el cambio en este país: el Meeting de El Cairo de finales de octubre pasado”, que permitió que cristianos y musulmanes se encontraran. “Aquel hecho hizo posible un auténtico diálogo”, explica Rachele, que trabajó allí como voluntaria. “El otro día le conté a Mikawy que estuve a punto de sufrir una agresión en la calle y me dijo: Ya no reconozco mi país. Y añadió: Nosotros juntos podemos cambiarlo”. Nosotros. Juntos. Un juez musulmán y una estudiante cristiana. “Ésta es la lección del Meeting de El Cairo. Que permanece”.