¿Hay algo capaz de salvarnos de nosotros mismos?

Manifiesto de CL en Estados Unidos tras la masacre de Tucson (Arizona)

¿Quién no ha sentido tristeza y náuseas por el tiroteo de Arizona contra Gabrielle Giffords y otras 17 personas, que se ha saldado con seis muertos, entre ellos una niña de nueve años? Rápidamente hemos empezado a buscar culpables y anunciar nuestros resultados. Acusamos a otros, o a políticas inadecuadas. Sugerimos posibles soluciones, discutimos un poco y luego seguimos. Pero hechos como éste nos obligan a hacernos preguntas más profundas, como por qué puede suceder algo así, en primer lugar, o cuál es el significado de la justicia y del mal.
Todos estamos sedientos de amor y de verdad, de bondad y plenitud, y los disparos de Tucson nos violentan porque van en contra de esos deseos. Sin embargo, a pesar de nuestra sed, el mal habita en todos nosotros. Este hecho tan dramático nos recuerda la herida que tenemos cada uno de nosotros, nos recuerda nuestro mal.
Deseamos la justicia, y sin embargo la justicia humana es limitada frente al mal: su poder es incapaz de restaurar el bien que el mal destruye. Nadie puede devolver la vida a los que han sido asesinados. Ninguna política puede resucitar a la niña de nueve años. Sólo hay Uno que posee el poder de restaurar todo el bien destruido y desea ardientemente poder usarlo: es Dios. “El hombre (…) necesita una respuesta que él, por sí mismo, no se puede dar”, afirma el Papa Benedicto en su último libro.
¿Qué hace falta? Que nuestra sed de felicidad se convierta en la aceptación sencilla del don de Su presencia entre nosotros. Lo que hace falta es una conversión real, y “parte de esta conversión es volver a poner a Dios en primer lugar. (…) Debemos, por así decirlo, volver a dejar espacio a Dios –para permitirle actuar dentro de nuestra sociedad” (Benedicto XVI).
Ofrecemos las palabras del Papa Benedicto en su homilía de Nochebuena como las más adecuadas ante una tragedia como ésta, especialmente por el sufrimiento de las familias de los que han muerto y de los que han resultado heridos:
“Dios nos ha precedido con el don de su Hijo. Una y otra vez, nos precede de manera inesperada. No deja de buscarnos, de levantarnos cada vez que lo necesitamos. No abandona a la oveja extraviada en el desierto en que se ha perdido. Dios no se deja confundir por nuestro pecado. Él siempre vuelve a comenzar con nosotros. No obstante, espera que amemos con Él. Él nos ama para que nosotros podamos convertirnos en personas que aman junto con Él y así haya paz en la tierra”.