El Cristo de la iglesia de los Santos en Alejandría.

“He visto morir a mis amigos, y no sé por qué”

Linda Stroppa

“El Gobierno había dicho a nuestros hermanos que podían estar tranquilos. Sin embargo, ya hemos visto lo que ha pasado”. Habla el padre Bimen, sacerdote copto ortodoxo que vive en Milán desde 1992, pero que viaja con frecuencia a Alejandría. Allí se aloja muy cerca de la iglesia de San Marcos y San Pedro, donde se produjo el atentado de Año Nuevo. Apenas pasaban quince minutos de la medianoche cuando se produjo la explosión. Fue un segundo, un trueno y un Skoda verde que saltaba por los aires delante de la iglesia, en el barrio de Sidi Bishr. La bomba quedó envuelta entre los hierros, dicen que podía pesar casi cien kilos.
“Me enteré del atentado después de la celebración de medianoche. En Egipto eran poco más de las dos de la madrugada. Me llamó el padre Makara, uno de los sacerdotes de Alejandría. Quisiera no haber recibido nunca aquella llamada. Las agencias de prensa y la televisión yan han contado el resto”. Al colgar, el corazón del padre Bimen quedó invadido por una profunda tristeza y por la angustia de lo que podría suceder. “Es muy doloroso ver a tus amigos morir por un odio que no puedes explicar. Por teléfono, Makara me dijo que ni siquiera podían reconocer los cuerpos, muchos de ellos sin cabeza”.
Entre las víctimas, Mariam Fekri, de 21 años, la chica egipcia que inmediatamente se convirtió en símbolo de la masacre por el mensaje que había dejado en Facebook y que hoy suena como un testamento involuntario. “Yo la conocía”, explica el padre Bimen, “era catequista”. Aquella noche, ella estaba con “sus” chicos de la parroquia a la salida de la Misa solemne, felicitándose por el año nuevo.
“El poder de Dios dentro de ti es más fuerte que la presión de los que te rodean”. Es la frase que Mariam había escrito en su perfil de Facebook. Pocas palabras, escritas junto a una de sus fotos más bonitas. Al leerlas ahora, parecen proféticas. “Por favor, Dios, quédate cerca de mí y haz que todo se cumpla”. Antes de salir de casa para ir a la Misa de Año Nuevo, dejó este mensaje para sus amigos de la red social. Con ella, aquella noche, estaban también su madre y su tía. Ellas tampoco regresaron a casa.
“Igual que Adel. No dejo de pensar en él”, continúa el padre Bimen. “Tenía cuarenta años. Salió deprisa después de la celebración, dejando en la iglesia a su mujer y a su hijo. Quería ir a por el coche para salir pronto y evitar el atasco de vuelta. Pero se quedó en tierra, junto a todos los demás”. Quizá hoy estarían vivos si hubieran tomado en serio un mensaje, publicado en internet, que amenazaba a la Iglesia copta de Egipto después de la masacre de Bagdad.
El de Alejandría ha sido el atentado más cruento contra los cristianos coptos en la última década. Pero no es el único, forma parte de una larga cadena. “Llevamos años de persecución a nuestra comunidad”, explica Barnaba El Soryany, obispo de la Iglesia copta ortodoxa en Italia. “Durante el Año Nuevo de 2000, veintiún coptos fueron asesinados en el pueblo de El-Kosheh. Nunca se castigó a nadie por aquella matanza”. De nuevo, durante la pasada Pascua, en el pueblo de Hagaza, al norte de Luxor, los fundamentalistas islámicos mataron a tres coptos, un católico y dos ortodoxos. Les mataron en la calle, mientras iban caminando para ir a Misa. “Es comprensible que los fieles se sientan olvidados”.
“En esta situación, la única esperanza es la fe”, dice el padre Bimen. “Es una lucha eterna contra la incertidumbre. Incluso nuestros niños lo están aprendiendo: el martirio, en el fondo, es un camino posible para llegar al Cielo”. El padre Bimen lo sabe. Tienen miedo, claro, y la fe no quita el dolor. “Pero sin duda es la única fuerza que tenemos para hacer frente a esta tortura”. Entre los heridos la noche de Año Nuevo, hay también una niña de cuatro años. La bomba le rompió un brazo y una pierna. Estaba sentada en las primeras filas, con su familia, y durante la Misa le había pedido a Dios “un año feliz”. A los periodistas que la visitan en el hospital, les pregunta, entre lágrimas, por qué “los hombres hacen tanto mal”.
“Pero el pecado está en nuestro corazón. Ninguno de nosotros está enfadado con Dios”, dice el padre Bimen. “De Él no puede venir nada que no sea bueno”. Sin embargo, muchos jóvenes sí están enfadados porque no esperan nada de la justicia, ya han visto demasiado, y por eso protestan. “Para esta Navidad (la Navidad copta se celebra el 7 de enero), pedimor la fuerza para aceptar todo lo que nos sea dado. Porque ‘el poder de Dios es más fuerte’”.