Los pequeños deseos han acabado con el “gran” deseo

Il Sussidiario
Eugenio Borgna

“Tenemos que diferenciar entre deseos grandes y pequeños. Sólo el gran deseo nos puede hacer conscientes de la nulidad de los deseos pequeños, huecos, flacos, que vacían nuestra alma y nos impiden captar hasta el fondo el sentido de la vida”. Eugenio Borgna, psiquiatra, tiene en la mano el último manifiesto de CL, donde se habla de deseo, experiencia e ideología, a propósito del informe Censis sobre la crisis italiana, que la define como una crisis del deseo que ha debilitado a nuestra sociedad, “peligrosamente marcada por el vacío”.

¿Es verdad que existe un declive del deseo?
Yo diferenciaría entre deseos grandes y pequeños. Estos últimos son los de quien desea que los días le traigan riqueza, luz y fortuna; el que me parece que hoy está en crisis es el gran deseo, que sólo permanece vivo si es atravesado por una indómita aspiración al infinito, y eso es algo que pervive incluso cuando los pequeños deseos de la vida no se cumplen. La gran crisis actual es el declive del deseo de Dios, de modo que el futuro queda en manos de los pequeños deseos, aspiraciones huecas que acaban siendo, por desgracia, el único horizonte de la vida para todos. Por tanto, la cuestión del Censis se puede articular en estos dos aspectos.

En su opinión, ¿existe hoy el riesgo de confundir una crisis antropológica con una patológica?
Si distinguimos los deseos pequeños, efímeros, precarios, temporales, insignificantes, de los deseos grandes, los que dan un sentido a la vida sólo permanecen vivos en las personas que son concientes de que el significado de la existencia sólo se cumple si vivimos en comunión –y no sólo en comunicación- con los demás, en un diálogo sin fin. Con los demás y en último término con Dios, que es el fundamento de cualquier deseo real.

¿Qué es lo que hace peligrar la integridad de nuestro deseo?
El nihilismo y ese veneno que se expresa cada día en un contexto de búsqueda de bienes, ocasiones y horizontes que, sin embargo, no tienen la inspiración, la incidencia, la grandeza ni la nobleza de los grandes deseos. Si éstos están en crisis, obviamente también los pequeños mostrarán su inconsistencia. Este impacto puede estar en el origen de muchas depresiones.

“El deseo –escribe Luigi Giussani- puede flaquear si no encuentra un objeto a la altura de sus exigencias”. ¿Qué hace posible que el deseo no sucumba al poder?
Eso sólo puede suceder si el deseo no se quema por la insatisfacción de los deseos egoístas, sino que se coloca en su lugar, en la gran perspectiva humana, psicológica y religiosa que constituyen los deseos que van más allá de lo finito, alimentando la percepción de nuestro límite y, por tanto, de nuestra necesidad original de que el infinito “vuelva a entrar” en nuestro círculo, que se haga una presencia constante en nuestra vida.

¿Es ése el cor inquietum de Agustín?
Precisamente.

“¿Quién o qué puede despertar el deseo? Es éste el problema cultural de nuestra época”, dice el manifiesto de CL. “Con esto están obligados a medirse todos los que tienen algo que decir para salir de la crisis: partidos, asociaciones, sindicatos profesores”. ¿Comparte usted esta afirmación?
Hasta el fondo. Sólo el gran deseo nos puede hacer conscientes de la nulidad de los deseos pequeños, huecos, flacos, que vacían nuestra alma y nos impiden captar hasta el fondo el sentido de la vida. En último término, sólo Dios puede sacarnos del egoísmo. Aquí empieza el drama de la comunicación de un horizonte en la vida que hoy ha quedado olvidado, sacrificado o negado.

¿Qué puede ayudar hoy a una persona olvidada de sí misma a recuperar la importancia inconmensurable de su propio deseo?
“Noli foras ire, in te ipsum redi, in interiore homine habitat veritas” (No salgas afuera, entra en ti mismo: en el hombre interior habita la verdad), decía San Agustín. Sentir el latido del propio corazón, seguir el camino misterioso que lleva hacia nuestra intimidad, ver, escuchar la voz del Infinito, que está presente en cada uno de nosotros pero que no siempre, o casi nunca, de vez en cuando, sabemos escuchar, inmersos en el fuego fatuo de las circunstancias. No somos piedras inertes, somos almas abiertas a todo lo que nos rodea y, si sabemos acoger y escuchar la voz misteriosa del infinito, seguro que esa ansia por recuperar el significado más profundo de nuestra vida se realiza.

¿La fe es un obstáculo al deseo?
¡Al contrario! La fe, en cualquier caso, es la sustancia misma del deseo. El deseo de infinito sólo se puede cumplir en el ámbito de una vida confiada a la fe. Sin fe, el deseo terminará por perder su grandeza en algo que ya no nos permitirá entrever la estela de la esperanza ni de la luz.