Una imagen de Govindo.

“Un bien que es infinito”

Redacción

Govindo era un chico de 18 años. Tenía el aspecto y la sonrisa de un bebé. Gogo, así le llamaban todos, padecía una enfermedad incurable. Nació en India, su madre lo abandonó y las hermanas de Madre Teresa se hicieron cargo de él. En el orfanato de Calcuta, en 1996, lo conocería Marina, que estaba en la India por motivos laborales, para hacer un reportaje sobre las casas de Madre Teresa. En aquella de Shaishu Bhavan encontró a Govindo. Ella y su marido Tommaso tenían cuatro hijos. Además, tenían un trabajo exigente, familia… Sin embargo, una noche Marina llamó a Tommaso desde Calcuta y le habló de Gogo. Él le respondió: “Sí, adoptémoslo, hagámoslo”.
Las hermanas fueron explícitas, no ocultaron el durísimo diagnóstico: “Lo que tiene Gogo es una enfermedad degenerativa. No crecerá, no caminará”. Govindo llegó a Italia en junio de 1998. Los médicos le dieron pocos años de vida y en cambio vivió hasta el pasado 5 de noviembre.
Un mes después de su muerte, publicamos parte de lo que su padre dijo el día de su funeral, a partir de apuntes y de la memoria de algunos de los presentes. Un testimonio sencillo del don precioso que ha sido Govindo para su familia y para los que, a través de sus padres, hermanos y amigos, lo han conocido.
“La historia de Govindo ha sido una aventura dramática, preciosa y misteriosa. Custodiando este misterio durante estos días, se ha quedado grabada en mi corazón una imagen indeleble del día de su muerte: toda mi familia de rodillas, llorando y rezando, alrededor de la cama de Govindo, que nos dejaba. Era una primera respuesta, un primer fragmento de ese misterio: Govindo mantenía unida a mi familia. En esa imagen veía también a un pequeño patriarca que, desde su lecho de muerte, con sus ojos de niño sobre nosotros, casi tapados por la máscara de oxígeno que no se adaptaba bien a su pequeña carita, nos decía: os he dado amor hasta hoy, y seguiré haciéndolo. Por eso no os quiero hablar de dolor, sino de gratitud. Por eso tengo tanto que decir.
En primer lugar, gracias a Ti, Señor de la vida, que has llamado a Govindo a la existencia, sin Ti Govindo no habría existido. Tú fijaste para él un destino lleno de sorpresas, con muchos colores, con muchas personas. A través de él has vuelto a elegir tu método preferido, tu truco para hacerTe encontrar: Tú escondes las piedras preciosas de Tu creación en envoltorios frágiles, pobres, enfermos. Envoltorios que muchos rechazan. Como decía la hermana en el orfanato de Calcuta a mi mujer: no te llevas un niño sano, te llevas uno de ésos que nadie quiere. Y gracias a la Virgen, que en todos estos años, llenos de problemas y tribulaciones, pero también de alegría, no ha permitido que nos faltara nunca nada, ha guardado a toda mi familia bajo Su manto protector.
Govindo tuvo muchos amigos. Es evidente al ver hoy esta iglesia, abarrotada, pero además hoy rezan por él en varias partes del mundo, en Buenos Aires, en Jerusalén, en Calcuta, en Milán, en África, en China. También ha tenido muchas madres. La celestial, a la que ya he dado las gracias. Y también quiero darle las gracias a su madre biológica, que no conozco. Tú abandonaste a tu hijo, seguramente presa de la angustia, no sé por qué, quizá por la enfermedad incurable… seguramente te costó mucho. Gracias porque no lo eliminaste, lo entregaste a quien podría dejarle vivir.
Y llegamos así a una madre potente, madre de muchísimos hijos, como es la Madre Teresa. Querida Madre, en estos días de intenso dolor en los que he rezado tanto para conservar a Govindo, he tenido un ligero conflicto contigo. He tenido incluso la sospecha de que tú también rezabas porque querías volver a jugar con él, como hacías en el último año de tu vida, cuando Govindo se convirtió en uno de tus preferidos en el orfanato. Y me he imaginado a una especie de árbitro celestial que debía decidir qué oración ganaba, la tuya o la mía. Naturalmente, no ha habido árbitro y tus oraciones han vencido porque tú, Beata, conoces el verdadero bien de las personas y el de Govindo. Un bien que está a la altura del Bien infinito y que supera los criterios humanos, incluso los más sinceros y profundos de nuestros afectos.
Llegamos a la última madre, mi mujer, Marina. Esta parte de la historia de Govindo empezó contigo, en noviembre hace 14 años, cuando le conociste en Calcuta. De uno de esos impulsos de tu corazón generoso nació aquella mirada entre Govindo y tú que está en el origen de su llegada a nuestra familia.
Por último, no puedo dejar de dar las gracias a mis hijos: la segunda madre, Maria, la primogénita, que ha cuidado de su hermano cuando era necesario; la sensible Angela, que ha tenido el honor de ser quien suministraba el antibiótico en el cuerpecito de su hermano estos últimos días, nosotros no éramos capaces y ella ha tenido el coraje de hacerlo; gracias a Cristina, la cantante, la fotógrafa, la que le vestía para las fotos y que ha sido también modista para Gogo; y gracias a Luigi, el compañero de juegos preferido.
Para terminar, un doble agradecimiento para ti, hijo mío. Me has hecho sentir un padre elegido por su hijo, elegido de antemano, siempre me has hecho sentir un padre mejor de lo que era, no has escatimado en sonrisas, siempre me has buscado con tus brazos, siempre te has colgado de mi cuello, incluso cuando no era justo contigo. Me has hecho, junto con tus hermanos, un padre feliz. Y el segundo gracias sólo te lo anticipo. Mi alma, tan llena de pecados, incoherencias, aridez, no puede competir con la tuya, tan pura, limpia, inocente y por eso tan cercana a Dios. Pero todavía me queda una carta por jugar; soy tu padre, me debes obediencia, te pido por tanto que me ayudes a transformar, de ahora en adelante, este vacío que me aniquila, que nos aniquila, en algo bueno, en una forma nueva de ese bien que tan abundantemente nos has regalado. Tú eres un hijo bueno y sé que lo harás. Y entonces yo iré a darte mi segundo gracias, el definitivo, en persona, cuando Dios quiera”.