¿Los voluntarios? Un espectáculo

Tras la Colecta de Alimentos del sábado 27 de noviembre, reproducimos algunas de las muchas cartas y testimonios de algunos de los 100.000 voluntarios que la han hecho posible
Banco de Alimentos

Me han pedido que cuente las cosas más bonitas. Pues bien, la más bonita de todas fue la conversación telefónica con el gerente del supermercado el domingo por la mañana. Me dijo que cuando se dio cuenta de que me iba por la puerta nada más abrir (tenía que ir a organizar otro punto de recogida de alimentos) y vio que dejaba allí a los voluntarios, casi todos menores de 20 años, se quedó preocupado. Bueno, enfadado conmigo porque pensaba que me quedaría allí todo el día. Pero después me dijo que tuvo que reconocer que estaba impresionado y conmovido por la atención y seriedad con que los “chavales” habían trabajado, atentos a no molestar a los clientes, a recoger los manifiestos y sobres que estaban en el suelo, que tenían limpísima la entrada. Resumiendo, me dijo que por la noche, en su casa, mirando a sus hijos, decidió que el año que viene les propondrá participar en la jornada de recogida de alimentos.
También me ha impresionado esto que ha escrito un voluntario: “Cuando acaba la jornada, estamos cansados, muy cansados. Nos duelen los pies (si hemos estado de pie en la puerta del supermercado) o la espalda (si hemos estado haciendo cajas), o los pies y la espalda. Pero pensándolo bien, la alegría por lo que hacemos es directamente proporcional al dolor de pies y/o espalda. Porque si los pies y/o la espalda no se quejaran, significaría que no lo habrían dado todo, y cuando no lo das todo, no puedes estar contento”.
Rita (Roma)

Como cada año, el cansancio es mucho. Cuando se acerca el día de la Colecta, me digo: “Este año no lo hago”. E intento buscar justificaciones: “Ya no tengo edad, hace frío, tengo mucho que hacer...”.
Luego oigo hablar a Carrón y nos repite las razones. Entonces “vuelvo a caer”. Tres días antes, llamo para dar la disponibilidad, con la esperanza de que ya no sea necesario. Pero no es así. Me indican el supermercado (no era el de debajo de mi casa, para el que había dado la disponibilidad) y el sábado por la mañana, puntual a las 8.30h, allí estoy. Al entrar veo a los voluntarios con los que voy a compartir tres horas de mi jornada. Mi primera reacción es volver sobre mis pasos e invertar algo que justifique mi deserción. No sólo no me habían asignado el mercado más cercano, sino que me encontraba con las personas que nunca habría elegido, a las que conozco desde hace años pero con las que nunca he hablado ni para intercambiar un saludo. En aquel instante, en una fracción de segundo, sucedió el milagro: me vino a la mente la pregunta que nos hacemos desde hace años: ¿por quién estoy haciendo esto? ¿Por qué el Señor me pide este sacrificio? Y la respuesta fue clara: “Es por ti, Inés, esto que vas a hacer es por ti”. En aquel instante se derribó la barrera. Ya no tuve más necesidad de autoconvencerme y cambió mi mirada hacia las personas que tenía delante: las saludé como nunca lo había hecho, les pregunté por sus hijos y les invité a un café. Y empecé a repartir las bolsas a las personas que entraban mientras les preguntaba: “¿sabe qué es el Banco de Alimentos?”. Y algo dentro de mí decía: “¡yo no lo he sabido hasta hoy!”.
Todos los años, después de la Colecta, los amigos cuentan las experiencias que han hecho y yo siempre me he preguntado: ¿pero por qué a mí nunca me sucede nada? Siempre volvía a casa molesta y helada, diciéndome a mí misma: ya no vuelvo más. ¡Sin embargo ahora me ha sucedido a mí! Todavía hoy aquel momento me llena de gratitud y alegría.
Inés (Buccinasco)

Este año me ha tocado trabajar de camionero comodín y he terminado la jornada realmente agotado (el último viaje lo hice a las 23h). Precisamente por ser comodín tuve la gran oportunidad de trabajar un poco en todas partes: en el almacén, en el punto de venta y, obviamente, en varios supermercados. Desde el principio me sorprendió la buena gente que trabaja en la Colecta. En estos días, con lo que veo en la televisión, en la política y en la universidad, no hay que dar por descontado encontrar gente así. Felices por trabajar juntos, y así empecé la jornada.
Luego llegó el momento clave para el camionero comodín, cerca de las 19h. Recibí la llamada de Leonardo, que me pedía hacer los últimos viajes en los puntos de venta más pequeños... Cuanto más cansado, más contento, así que salí con mi camión para recoger el cargamento. Después de todos los viajes volví a casa agotado, casi se me cerraban los ojos. Llegué a las 24h.
Al día siguiente, pensándolo, se me hizo evidente la unidad con aquella gente, también con los que tienen un temperamento completamente alejado del mío, incluso a éstos los sentía como amigos, porque trabajábamos juntos para lo mismo, para una obra grande, más grande que nosotros, más grande que la pequeña ayuda que recibirán las familias necesitadas gracias a esta colecta.
Marco

Como cada año, he participado como voluntaria en el supermercado. Para mí, es un gesto que todos los años se repite casi de forma automática, lo doy por descontado. Pero algo ha cambiado. Aprovechando un momento de calma, entré en el supermercado para comprar algo también yo. Mientras esperaba mi turno en la caja para pagar, vi a mi lado a un señor al que había pedido su colaboración y que me había despachado diciendo que no le interesaba porque no creía en estas cosas. Me miró y me dijo: “¿Pero tú también compras?”. Y le respondí: “Claro, no estoy aquí para pedir la caridad de otros sino para ejercerla yo”. Él me quitó una bolsa de la mano y me dijo: “Entonces no puedo no ejercerla yo también”. No me explico cómo su posición inicial pudo ser vencida por aquel hecho. Pero yo me he dado cuenta de hasta qué punto ese gesto que yo doy por descontado es en realidad una Gracia que se me da a mí en primer lugar, pero también a quien, como aquel señor, queda fascinado por algo tan aparentemente banal como una compra.
Emanuela (Palermo)

Cobré mi primer sueldo después de 18 meses de paro: 110 euros en bonos por trabajar una semana. Mientras lo contaba me acordé de la Colecta de Alimentos, me vino a la mente, como un flashback, la escena vivida años atrás, cuando una voluntaria entregó el manifiesto y el sobre a una anciana que entraba en el supermercado. Le dijo: “Señora, hoy es la jornada de la Colecta, si puede dejar algún alimento a la salida...”. Pero la señora la interrumpió: “Lo siento, pero ahora yo estoy del otro lado”. La voluntaria insistía y yo pensaba: “Déjala en paz, pobrecilla...”. Sin embargo, a la salida la señora volvió a nuestro puesto para dejar unas latas. El manifiesto y la insistencia –que yo juzgué precipitadamente como una falta de delicadeza- habían puesto en marcha la dinámica según la cual al compartir las necesidades se comunica el sentido de la vida.
Francesco

A las nueve en punto estaba en el supermercado más grande de Florencia. Inmediatamente me sorprenden los 20 alpinos que ya estaba en acción dispuestos a recoger todas las bolsas que la gente dejaba al salir. Todos superaban los 70 años, era precioso verles con su sombrero y la pluma de águila planchada para la ocasión. Cuando poco después un grupo de unos quince chavales de la escuela de fútbol vino para encargarse de transportar lo recogido, fue impresionante ver a jóvenes y mayores trabajar juntos con la misma alegría.
Gabriel, hijo de uno de nuestros mejores amigos que murió hace cuatro años, estaba en la puerta del supermercado desde las nueve de la mañana y no pasaba nadie sin llevarse el manifiesto. Él siempre ha pasado así el último sábado de noviembre, desde que tenía tres o cuatro años, cuando acompañaba a su padre. Darse así a otros es probablmente el mejor legado que le ha dejado.
Cuánta gente, cuántos amigos y cuántas cosas... Un hombre, después de dejar tres bolsas llenas en el puesto, se fue y luego volvió diciendo que todavía tenía 120 euros de compra para el Banco. Es increíble; ya se había ido, ya había colaborado, y sin embargo sintió la necesidad de volver, como el décimo leproso del Evangelio. O un chico senegalés que, después de donar sus cosas, se quedó mirando a los voluntarios y finalmente se acercó para preguntar cómo podía ayudar. Una voluntaria, sin responder nada, le dio la camiseta amarilla de los voluntarios y él se conmovió hasta las lágrimas. Era como si le hubieran dicho: “Mira que tú también eres uno de los nuestros, eres como nosotros, con la misma necesidad de entender y experimentar la caridad”.
Leonardo Carrai (Florencia)

Participo en la Colecta desde hace 10 años y desde la primera vez vuelvo siempre a casa cansado pero feliz, con más certeza de que la caridad cumple mi vida mucho más que el individualismo habitual en que vivo. Este año ha sido una sucesión de signos. Ver la cantidad de personas que se han implicado como voluntarios, entre los de mi supermercado había incluso una chica musulmana con el velo, y ver cuántas personas han ofrecido parte de su compra para los más necesitados (sinceramente, los que parecían más pobres eran los que daban más) me ha suscitado una pregunta: ¿por qué? ¿Por qué existe un gesto como éste, un gesto de caridad de un pueblo entero? ¿Por qué un sacrificio así (dar el propio tiempo, el propio dinero) implica a tanta gente? La respuesta es siempre la misma, el “porqué último” por el que yo me he adherido a la Colecta.
La caridad entró en la historia de manera estable cuando un hombre, que era Dios, dio su vida en la cruz para salvar a pobre gente, como yo, se ha inclinado sobre mí. Mi caridad no brilla con luz propia, es reflejo de la inmensa caridad que yo recibo todos los días de Cristo. Con mi sacrificio participo, respondo, con lo poco de lo que soy capaz, en el Sacrificio de Cristo. La Colecta me cambia porque me hace más concreto a Cristo. Ahora Lo conozco un poco más porque he vuelto a reconocer sus “rasgos inconfundibles” en mi gente, y también en mí. Ahora deseo que esta mirada nueva entre también en mi trabajo diario.
Guido (Segrate)

Desde hace seis años, los seminaristas del Colegio Pontificio Urbano “De Propaganda Fide”, junto a un amigo sacerdote, prestamos nuestra humilde contribución para este gesto, pequeño pero grande al mismo tiempo. Estábamos en Fiumicino y nos encontramos con muchísima gente. Mientras proponíamos este gesto gratuito de caridad, nos dábamos cuenta de que cada vez se hacía más claro el motivo por el que estábamos allí. Nuestro sí al padre Remigio, que como todos los años nos había propuesto participar en este momento, se convertía en nuestro sí a Cristo. Muchas personas nos dieron las gracias y nos animaron.
Trabajamos toda la tarde hasta las 22.30h y luego ordenamos las cajas. Pero a pesar del trabajo y el cansancio, hemos experimentado una gran alegría y leticia. De vuelta al colegio, mientras cenábamos a las 23.30h, nos repetíamos que si teníamos claro el motivo por el que habíamos ido, hasta el cansancio podía transformarse en alegría, a pesar del dolor muscular.
Nosotros venimos de países en situaciones difíciles, como la India, México, Ecuador, Camerún y tantos otros países de África y Asia, y enseguida nos surgió una pregunta: “Hemos visto algo precioso, ¿podría ser posible también en nuestros países?”. Sabemos que es muy difícil, pero no estamos solos.
Gracias, de corazón.
Los seminaristas del Colegio Pontificio Urbano “De Propaganda Fide”

El espectáculo del Banco ha sido realmente un milagro. En el Angelus de medianoche, antes de cenar 110 pizzas con los voluntarios que, después de una jornada en los supermercados, habían estado hasta bien entrada la noche descargando los camiones que llegaban al almacén, decíamos: “Hemos visto milagros”. Si ahora vivimos como si nada, como los nueve leprosos curados, nos perderemos lo mejor. Queremos ser como el décimo leproso, que a partir del milagro reconoce a Jesús presente que actúa. Esto permanece y cambia la vida.
Massimo (Catania)