Celebración del funeral (©Orlando Poni).

Mensaje del Santo Padre para las exequias de Manuela Camagni

30 de noviembre de 2010
Benedicto XVI

Publicamos el Mensaje que el Santo Padre Benedicto XVI ha enviado con ocasión de las Exequias fúnebres de Manuela Camagni, Memor Domini de la Familia Pontificia, que murió el pasado miércoles, y que Mons. Georg Gänswein leyó ayer en el curso de la Liturgia Exequial en San Piero in Bagno di Romaña

Queridos hermanos y hermanas,
de todo corazón hubiera querido presidir las Exequias de la querida Manuela Camagni, pero –como os podéis imaginar– me ha sido imposible. De todas formas, la comunión en Cristo nos permite a los cristianos tener una verdadera cercanía espiritual, en la cual compartimos la oración y el afecto del alma. En este vínculo profundo os saludo a todos, de manera especial a los familiares de Manuela, al obispo diocesano, los sacerdotes, los Memores Domini y los amigos.
Quisiera muy brevemente ofrecer mi testimonio sobre esta Hermana nuestra, que acaba de ir al Cielo. Muchos entre vosotros conocen a Manuela desde hace tiempo. Yo he podido beneficiarme de su presencia y de su servicio en el apartamento pontificio en los últimos cincos años, en una dimensión familiar. Por ello deseo dar gracias al Señor por el don de la vida de Manuela, por su fe, por su generosa respuesta a la vocación. La Divina Providencia la llevó a ejercer un servicio discreto pero precioso en la casa del Papa. Ella estaba contenta de esto, y participaba con gozo en los momentos familiares: la santa Misa por la mañana, las Vísperas, las comidas en común y las varias y significativas celebraciones de la casa.
La separación tan repentina, y también el modo en que nos ha sido arrebatada, nos provocan un gran dolor, que sólo la fe puede consolar. Me conforta mucho pensar en las palabras que dan el nombre a su comunidad: Memores Domini. Meditando sobre estas palabras y su significado, encuentro un sentido de paz, porque ellas nos remiten a una relación tan profunda que es más fuerte que la muerte. Memores Domini quiere decir: “que recuerdan al Señor”, es decir, personas que viven en la memoria de Dios y de Jesús, y en esta memoria cotidiana, colmada de fe y de amor, encuentran el sentido de todo, de los pequeños actos y de las grandes elecciones, del trabajo, del estudio, de la fraternidad. La memoria del Señor colma el corazón de una alegría profunda, como dice un antiguo himno de la Iglesia: “Jesu dulcis memoria, dans vera cordis gaudia” [Jesús, dulce memoria, que das al corazón la alegría verdadera].
Por esto me da paz pensar que Manuela es una Memor Domini, una persona que vive en la memoria del Señor. La relación con Él es más profunda que el abismo de la muerte. Es un vínculo que nada ni nadie puede romper, como dice san Pablo: “[Nada] podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,39). Sí, si nosotros nos acordamos del Señor, es porque Él, antes, se acuerda de nosotros. Nosotros somos memores Domini porque Él es Memor nostri, y se acuerda de nosotros con el amor de un Padre, de un Hermano, de un Amigo, también en el momento de la muerte. Aunque a veces pueda parecer que en ese momento esté ausente, que se olvida de nosotros, en realidad Él siempre nos tiene presentes, pues estamos en su corazón. Cuando caemos, caemos siempre en sus manos. Incluso donde nadie puede acompañarnos, nos espera Dios: nuestra Vida.
Queridos hermanos y hermanas, en esta fe llena de esperanza, que es la fe de María al pie de la cruz de Jesús, la misma mañana de su muerte he celebrado la Santa Misa en sufragio por Manuela. Y mientras acompaño con la oración el rito cristiano de su sepultura, imparto con afecto a los familiares, a sus confraternas y a todos vosotros mi Bendición.