Voluntarios preparando las “cajas”.

El verdadero don dentro de la “caja”

Milán. Mil voluntarios participan en una asamblea “para ir al fondo de la propia experiencia”. Una necesidad desmedida, que pasa también por un cartón de leche
Davide Perillo

¿El objetivo? Es evidente. “Ayudarnos para ceder a la iniciativa de aquel hombre, Cristo, en nuestra vida”. Como hace dos mil años, cuando empezó todo, cuando la caridad entró en el mundo para quedarse. Igual que con la caja de alimentos. Así dio comienzo la asamblea nacional de Bancos de Solidaridad en Milán. Con palabras que tienen que ver poco o nada con las cuestiones organizativas, con las “cosas que hay que hacer” y las múltiples tareas de una red de 170 asociaciones y más de 4.000 voluntarios que se encargan de recoger y distribuir alimentos para 30.000 personas necesitadas en varios países.
Mil personas en la sala, 38 ciudades conectadas; la señal llega hasta Kazajistán. Andrea Franchi, responsable de esta obra, ata en corto desde el principio. Quiere dirigirse al corazón de una iniciativa que se ha convertido en la “caritativa” de miles de personas, es decir, en uno de los gestos educativos más importantes sugeridos desde siempre por el movimiento de CL. Un modo de aprender la caridad recibida y, por tanto, vivida, hasta traducirla en hechos. “Por eso hemos pedido a Eugenio Nembrini que nos acompañe, para ir hasta el fondo de la experiencia que estamos haciendo, para juzgarla”. Ir hasta el fondo, subraya Nembrini, es sobre todo descubrir “la iniciativa de Dios, que se ha hecho hombre. De modo que otros hombres, hace dos mil años, empezaron a gustar, a sentirse objeto de esta atención infinita de Dios. Si no es por esto, será inútil todo el bien que de algún modo intentéis hacer”.
Empiezan las intervenciones, que rápidamente llegan allí, a esa necesidad que va dentro de la “caja” y que es infinitamente más grande. Graziella cuenta cómo, a través de “dos paquetes de lentejas”, ha descubierto “a uno con el que hablar sin que nos juzgue: un amigo, en definitiva”. Grazia empezó llevando la “caja” a una familia donde la madre estaba en la cárcel y ha nacido una amistad, hecha de comidas y cenas y de compartir la vida, que ha llegado al otro lado de los barrotes, hasta el punto de que la madre escribe: “A través de vosotros he descubierto el verdadero regalo que Jesús me quería hacer: el de ser libre en cualquier parte”. “¿Véis? No es cosa nuestra, pero sucede”, subraya Nembrini. “¿Estamos aquí para decirnos lo buenos que somos o lo impresionante que es cuando Dios se encuentra con la necesidad del hombre? Nosotros somos como el cable de la luz. La luz es otra cosa, pero el cable es lo que permite que la luz llegue”.
Siguen los testimonios y los hechos. Fabrizio es iraní y vive en Turín desde hace treinta años. Encontró a “los del Banco” y “comenzó mi segunda vida. Un gran regalo de Dios”. Fabrizio no está bautizado pero ahora va a misa, “porque siento que Jesús está cada vez más cerca de mí”. Nembrini: “Los Bancos, en su forma, podrían cambiar mañana, tener otros rostros, pero la cuestión es si en ese rostro particular tenemos todos la sencillez de reconocer los rasgos inconfundibles de la presencia del Misterio. Qué conmoción que dentro de mi necesidad, y en la realidad que en cierto modo responde, empiezo a ver ese rostro misterioso”, como hace Fabrizio.
También lo testimonian Valentina, Norberto o Chiara, que lleva la caja a una familia donde la madre murió hace poco. “Al terminar el funeral, todos se marcharon rápidamente. No sabíamos qué hacer, qué decirle a una niña de nueve años que te pregunta: ¿por qué ha muerto mi mamá?”. Sin embargo, ella y sus amigos del Banco se quedaron allí. “Tenía que hacer las cuentas con mi experiencia. ¿Cómo afrontar esta situación si tú no has encontrado algo que vence la muerte?”. Valentina describe cómo, al ponerse delante de la familia que visita, se encuentra “como delante de un espejo que me dice: tú también eres así. Tienes un agujero en el estómago como el mío. Es increíble cómo un gesto aparentemente tan pequeño llega a tocar todo lo que haces en la vida”.
Una hora y media, densa e intensa. Pero “yo me quedaría aquí”, afirma Nembrini, “para oír hablar de Cristo, que es una presencia, no una idea. Debió de ser algo parecido con aquellos dos a los que aquel día el Bautista les dijo: ‘Ése es el Cordero de Dios’. Todos tenían delante al mismo testigo, todos tenían el mismo deseo, pero estos dos fueron hasta el fondo, completaron el recorrido. El deseo, el testigo, ¿de qué son signo? La necesidad, ¿de qué es signo? De Él. No tengáis miedo de hacer todo el recorrido del conocimiento, de juzgar lo que os sucede, para poder llegar hasta Él. Ceder a esto es la caridad más grande, para nosotros y para el mundo”.
Termina la asamblea. Concluye Franchi, llamando por su nombre a lo que todos llevan ahora en los ojos y en el corazón. “Estamos conmovidos. Una humanidad cambiada por Cristo conmueve y esto es un juicio sobre nuestra obra, porque lo que emerge es el valor educativo de este gesto. El gesto de caridad es la dimensión de un hombre que empieza a ceder ante Cristo”. Está dentro de la “caja”, pero va mucho más allá.