Una misa en memoria de las víctimas.

“Mataron a la gente cara a cara”

Alessandra Stoppa

El Padre Thaer era su compañero de pupitre en el seminario, su amigo, el sacerdote que hace unos días fue asesinado en Bagdad mientras celebraba la misa. Tenía 32 años. “Estaba celebrando la Eucaristía, su sangre se ha mezclado con la de Cristo en el altar”, afirma Robert Jarjis. Después de la ordenación sacerdotal, él viajó a Roma para seguir sus estudios, mientras que Thear se quedó en Bagdad. Se enteró de su muerte por teléfono, antes de que las agencias de prensa informaran al mundo entero de la masacre de Al Qaeda en la iglesia sirio-católica de Nuestra Señora del Socorro. Luego la noticia llegó a las primeras páginas de los periódicos. “Pero ahora se ha instalado el silencio; es un holocausto al que nadie quiere mirar”.

¿El Padre Thaer tenía miedo de vivir y servir a la Iglesia en Bagdad?
En los últimos meses, todo parecía muy tranquilo. De hecho, me llegaron a decir desde allí: “Robert, aquí por fin se respira”. Y después, de repente, sucede esto. Un ataque cruel, parece una nueva etapa de persecución.

¿Por qué?
Es el primer caso de este tipo, no tiene precedentes. Las iglesias siempre han sido atacadas desde fuera. Pero estos hombres entraron durante la misa. Mataron a la gente cara a cara. Incluso a mujeres y niños (nueve niños, entre ellos uno de tres años y dos de pocos meses). Para un hombre islámico, eso es una deshonra inconcebible. Sin embargo, ellos no hicieron distinciones, como si desearan un exterminio.

Los dos sacerdotes fueron los primeros asesinados.
Los terroristas cerraron las puertas. Thaer hizo subir a la gente al altar para que se refugiaran en la sacristía. Cerró con llave y pidió a los terroristas que dejaran en paz a sus fieles y le tomaran a él. Le acribillaron. El Padre Wasim estaba en el confesionario, salió y les suplicó que rezaran juntos por la paz en Iraq, cada uno a su manera y cada uno a su Dios, y que dejaran estar a los inocentes. Lo llevaron al altar y lo mataron, tenía 27 años. En la iglesia estaba el hermano de Thaer, también murió. Y estaba su madre, que lo vio todo.

¿Qué pasó con las personas de la sacristía?
Algunos se salvaron, otros fueron alcanzados por las ametralladoras a través de la puerta. Una madre salvó a su hijo de cinco meses metiéndole en un cajón. Una mujer embarazada fue tomada como rehén por uno de los terroristas, que se autoinmoló con ella. Sin piedad, ni hacia los vivos ni hacia los que estaban por nacer.

¿Y la intervención de la policía?
Parece que no hubo negociación alguna con el comando extremista y los militares no intervinieron hasta que muchos ya habían muerto. El gobierno ahora sólo intenta salvar la cara.

¿Volverá usted a Iraq?
Probablemente, sí. Iré adonde me quiera la Iglesia. Para mí lo importante no es mi propia vida, mi vida es la Iglesia y yo quiero hacer todo lo posible por mi pueblo.

¿No tiene miedo?
Soy un ser humano. A mí también me pueden matar y eso me da miedo, pero Cristo estará siempre a mi lado. Y si muero, otros hombres continuarán mi tarea. Ahora sólo queda el dolor por las personas que han muerto. Aquel domingo, la sangre de Cristo se hizo suya, ese día debe ser recordado siempre. El domingo siguiente, en todas las iglesias de Iraq se celebró una misa por las víctimas, y la gente fue. Gracias a Dios no pasó nada, pero el silencio del mundo va contra nosotros, es como si nos hubieran abandonado a nuestra suerte. ¿Por qué no se habla más, en vez de esperar a la próxima masacre? Que el Señor tenga piedad de todos nosotros.