Obama pierde, pero la América que cambia vence

Marco Bardazzi

“Estados Unidos es un país en crisis”. Es la coletilla que se repite últimamente. Crisis económica, crisis de identidad, crisis de superpotencia envejecida. Es un análisis sobre la necesidad, también en Europa, de dejar de mirar a Occidente y volver la mirada a Oriente, a China, donde parece que está el futuro. Entre las muchas consecuencias de las elecciones norteamericanas de medio mandato, está la necesidad de revisar estas conclusiones: los Estados Unidos están tan vivos como siempre, puede que incluso más, y todavía tienen mucho que enseñar.
Ningún otro país del mundo, y sobre todo ningún país en crisis, sería capaz de una novedad política tan absoluta como Barack Obama, con toda la carga innovadora que supone, y tampoco de otra novedad política, igualmente absoluta pero de signo contrario, como es el Tea Party. Y todo ello en sólo dos años.
Sin duda, América atraviesa una fase coyuntural de crisis que está provocando miedo y malestar en Estados Unidos, sobre todo por la ausencia de signos de recuperación y por el índice de desempleo, que supera lo que la gente está dispuesta a aceptar. Por los estados de Medio Oeste, también del Oeste, resuena un grito de dolor. Viviendas en propiedad que pasan a manos de los bancos, puestos de trabajo que se evaporan, la bancarrota se ha convertido en un estilo de vida forzoso. Pero sería un error quedarse en una lectura de los resultados electorales como si fueran sólo un signo de protesta, un desahogo de la clase media contra un presidente que tal vez prometió demasiado, en comparación con lo que razonablemente podía ofrecer. Impresiona sin embargo la carga de energía e innovación, también política, que estas elecciones en tiempos de crisis ha llegado a generar.
Se ha ironizado mucho sobre el Tea Party; no cabe duda de que se trata de un movimiento con diversos aspectos folclóricos, destinados a tener una vida breve. Pero sólo en América podría convertirse en una opción ganadora, en sólo un año y medio, un movimiento tan emotivo, que ha unido a millones de personas que estaban desvinculadas de los partidos tradicionales. Gente que comparte la misma preocupación por el aumento del gasto público y que reclama el derecho a decidir en sus ámbitos locales, sin tener que delegar en el gobierno federal ni en la burocracia de Washington. Sin conocerse, entrando en contacto primero a través de las redes sociales, luego por teléfono, por fin en persona en manifestaciones y mítines, esta variopinta coalición de gente normal ha puesto en pie, de la nada, una narrativa política completa, tomando como punto de partida el té que solían tomar sus bisabuelos en el siglo XVIII.
El Tea Party ha obligado y obligará cada vez más a los partidos tradicionales a cambiar, e impondrá a la administración Obama un compromiso con la oposición que forzará al presidente a revisar su agenda. Este movimiento, por otro lado, ha ofrecido a la política de Washington una serie de nuevos rostros, sin experiencia, que pueden irrumpir como un elefante en la cacharrería del Capitolio, aunque también podrían ser la vanguardia de una nueva generación de políticos que obligue a sus adversarios demócratas a repensar sus decisiones. Políticos como el nuevo senador de Florida, Marco Rubio, o su colega de Kentucky, Rand Paul, han conseguido su escaño gracias al apoyo del Tea Party, pero son mucho más que los ingenuos recién llegados de Washington: se trata más bien de una raza nueva, que lleva consigo un deseo de cambio idéntico al que Obama encarnó en 2008.
La ola de conservadurismo fiscal que suponen los resultados electorales hará florecer en Washington una amplia gama de estudios y teorías nuevas sobre cómo afrontar la situación económica el país. Los hombres del staff económico del presidente, por su parte, se verán así estimulados para encontrar una nueva creatividad que les permita mantener sus tesis frente a la invasión de los enemigos del gasto público, que controlarán la agenda del gobierno en la Cámara.
En general, los aficionados a la política que viven ahora su primera experiencia en los bancos del Congreso aportarán a Washington, en todos los ámbitos, una generosa dosis de sentido común que puede hacer mucho bien en la capital estadounidense.
La novedad de lo que acaba de suceder en Estados Unidos tiene aquí su raíz. Mientras que en Europa las propuestas más innovadoras son del género de la “Big Society” de David Cameron, que prevé que el gobierno anime a la gente a participar en la gestión de la cosa pública, en Estados Unidos los ciudadanos lo hacen ya directamente, sin esperar la propuesta del gobierno.
Esta capacidad para reinventarse, más sorprendente que nunca, es la mejor respuesta para los que afirman que América está en crisis. El mundo contempló sorprendido cómo hace dos años fue elegido un presidente antes impensable. Ahora se vuelve a sorprender por la nueva generación de políticos que acaba de nacer. Sólo nos queda imaginar qué sucederá en 2012, cuando se celebren las próximas elecciones presidenciales. Con el permiso de China…