Un buen tándem

El Programa Tándem para los estudiantes de las becas Erasmus ofrece un compañero nativo para formar “un buen tándem”. Es también lo que tendríamos que formar en el trabajo
Carmen Pérez

Un buen tándem. Una bicicleta para dos personas que se sientan una tras otra, provista de pedales para ambas. Dos elementos que se complementan, dos personas que tienen una actividad común, o colaboran en algo. Dos personas que realmente se solidarizan. Un buen tándem es la oferta que se presenta como la mejor ayuda para los estudiantes de las becas Erasmus. Cuando viajas a un país nuevo, con una lengua diferente y una cultura distinta, te falta sobre todo una cosa: un amigo. Una persona que te apoye, te ayude y guíe por las calles de tu nueva ciudad. El Programa Tándem ofrece un compañero nativo para formarlo.
“Un buen tándem” es lo que tendríamos que formar en el trabajo. Es una satisfacción trabajar así. Se tonifica el ánimo al encontrarse con personas que te ensanchan, que te miran bien. Se prepara todo con gusto y se goza en el trabajo. Es la expresión de S. Pablo: adelantaos unos a otros en respeto.
El trabajo es la gran realidad de la vida, desde que uno nace hasta que muere.
Juan Pablo II, en su Carta Encíclica de 1981, escribía que el hombre con su trabajo ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las ciencias y la técnica, y sobre todo a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad con sus hermanos. Y “trabajo” es toda acción que el hombre realiza con este fin. Hecho a imagen y semejanza de Dios en el mundo visible, y puesto en él para que dominase la tierra, el hombre está por ello, desde el principio, llamado al trabajo. Es una de las características que le distinguen del resto de las criaturas. El trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza.
La expresión de S. Pablo expresa de manera gráfica lo que debería ser la actitud en el trabajo, en nuestra vida diaria: adelantaos unos a otros en respeto. No sólo honraos unos a otros. Sino adelantaos unos a otros en el respeto. En un tono cotidiano y diario se podía traducir: sabeos tratar como personas. Realmente esto en el trabajo diario, desde la familia, hasta la empresa, desde los ratos de ocio hasta los duros momentos que se pasan, por ejemplo, en los hospitales, sería de lo más gratificante que hay en la vida. Algunos pueden estar pensando en lo que realmente es “la buena educación”, que parece estar ya en otra galaxia. Pero todo va unido en la existencia, lo extraordinario y lo cotidiano, porque todo nace del respeto entre las personas, de nuestro sentido del trabajo y del respeto al trabajo del otro. Nadie se puede poner ante otro poseído de sus ventajas. Se requiere el espacio de libertad, no una cercanía apremiante sino cordial. Reconocer en el otro el bien y hacerle sentir que se le estima. No presentar de mil formas, más o menos solapadas, las ventajas propias. Tener consideración, y por tanto saber dejar atrás lo propio. Quitar veneno a las situaciones difíciles, evitar lo desagradable, lo que hiere. En cada uno de nosotros residen todas las posibilidades para hacerlo.
La persona que sabe lo que realmente es el trabajo en el ser humano lo vive con humanidad, tiene una conducta que se anticipa a las posibilidades de tensión, de choque, de molestia y ofensa mutua. Su manera de estar, de hacer, de actuar, genera gratitud, buenos sentimientos. En todos los seres humanos está lo que se llama “dignidad”. Las cosas no tienen dignidad, se tratan conforme a sus propiedades, se pueden comprar y vender, regalar y recibir, aprovechar o destruir. Pero la persona siempre requiere respeto. Y el respeto, la educación embellece la vida. Pues a formar “buenos tándem” en nuestra labor cotidiana.