Soñé que estaba atrapada en una mina

Los 33 mineros atrapados en la mina han sido rescatados. Todos nos hemos conmovido ante esta noticia, pero ¿cuántos nos hemos dejado provocar hasta el fondo por este acontecimiento?
M. Palacios Montt – M. Lugli

Somos bombardeados por miles de noticias, pero no nos dejamos conmover verdaderamente, es decir mover, por lo que sucede. Dentro de poco nuestra atención será capturada por otro hecho: un avión que se precipita por un fallo técnico, un terremoto o un huracán que destruye un país, un atentado de los terroristas de Al Qaeda. Queremos conocer morbosamente todos los detalles de las noticias para conversar con los amigos. Incluso a veces lloramos, pero pronto nos acostumbramos y cambiamos de canal buscando algo nuevo. Nos sentamos en el sillón de casa delante de la tele sin sentirnos involucrados por lo que sucede. Creemos poder apagar el drama apagando la tele. Creemos que una distancia infinita nos separa de lo que sucede. Somos sentimentales, no queremos pensar.
Pensemos en los 33 mineros que, atrapados en la mina, no pueden salir y que necesitan que otros les ayuden. A mí esta situación me suena muy familiar porque yo veo tanta gente atrapada en una mina: la mina de sus sueños, sus caprichos, su orgullo, su pecado, sus problemas y su soledad, la incomprensión, la rutina y el alcohol. Resbalaron sin darse cuenta y cayeron en un hoyo. Su vida se transformó en una mina oscura y sin salida…
Hace una semana, me acosté pensando en estos 33 mineros y en los tantos mineros atrapados en la mina de la vida. Aquella noche tuve un sueno. Estaba escapando de algo o de alguien cuando resbalé y me caí en una mina. Un grupo de amigos intentaba rescatarme. Excavaban sin parar para poderme alcanzar, pero su esfuerzo era inútil porque yo me escapaba y me escondía. Cada vez que ellos llegaban a mí, yo me refugiaba más al fondo de la mina. Tenía miedo de salir, había perdido el deseo de ver el sol y el cielo azul, me daba miedo la luz, prefería vivir en la sombra donde podía esconderme. Prefería conformarme con un pequeño mundo triste y oscuro donde yo era el rey. Me gustaba sentirme la víctima. Me alimentaba de piedras, comía el pan de la amargura, del resentimiento y del odio hacia los demás, que yo sentía culpables por mi situación. Al principio las piedras eran duras y sin sabor, pero con el tiempo me acostumbré y luego perdí las ganas de comer…
Tenía amigos en la mina. Eran otros como yo, con la cara oscura, que caminaban encorvados sobre sí mismos. Jugábamos con las sombras, imaginando que la mina era un lugar bellísimo…
Sólo uno de mis amigos estaba triste. Todos lo llamaban “el niño”. El niño quería que nos fuéramos de allí, que buscáramos el camino para salir, que nos dejáramos encontrar sin escapar. Pero los demás lo insultaban cada vez que hablaba, su voz les molestaba, no querían que hablara…
Yo pensaba: “puedo salir cuando quiera pero ahora no quiero”. Así pasaron los días, los meses y los años, pasó tanto tiempo que me olvidé de dónde estaba el camino para salir y cuando quise salir no pude. Estaba atrapada…
Gracias a Dios el equipo de rescate no paraba de excavar hasta que un día me encontraron. El niño me tomó de la mano y me arrastró hacia la salida. No sé por qué aquella vez no me escapé, no resistí. Me rodearon varias personas que me preguntaban cómo estaba, pero entre ellos había alguien que tenía una voz distinta, una voz de padre. No vi bien su rostro porque no había mucha luz. Me dijo: “fuera brilla el sol y el cielo es azul, el mundo te espera, te necesitamos, tienes que salir de aquí”. Mi corazón vibró como nunca había hecho antes. Me dejé llevar sin oponer resistencia…
Mis amigos de la mina no querían que yo me fuera. “¡Traidor! -me gritaron-¡traidor, nos abandonas!”. Yo les dije que vinieran conmigo, pero ellos no quisieron. No paraban de gritar: “¡Eres un traidor!”. Me dio mucha pena, no conseguía convencerlos. Entonces el niño me dijo: “tenemos que irnos, no mires atrás, cada uno tiene que decidir por su vida”, y nos fuimos…
El túnel para salir de la mina era muy largo. No me había dado cuenta de que me encontraba tan hundido y tan lejos de la superficie. Fue porque escapé muchas veces. Tuvimos que caminar mucho. Mis piernas estando en la mina habían perdido fuerza, caminar me cansaba mucho. Entonces el hombre con la voz de padre me tomó en brazos y me vendó los ojos. Había pasado mucho tiempo en la oscuridad, escondida y encerrada. “Tus ojos no soportarían la luz del día”, me dijo. Cuando salí de la mina sentí el calor del sol que iluminaba mi cara, el aire fresco que entraba en mis pulmones, la luz atravesaba las vendas. Yo intentaba mantener los ojos abiertos pero no podía, los ojos me dolían. Oía a la gente que gritaba de alegría, reconocí unas voces de amigos que había olvidado…
Alguien me dio pan y agua. Había olvidado su olor y su sabor. En ese momento me di cuenta de que tenía hambre de nuevo. Quería más, pero sobre todo quería que me quitasen las vendas, quería ver el rostro del hombre que me había rescatado, quería ver el sol, el mundo, la gente. El que me acompañaba me dijo: “ten paciencia, la vida es un camino, todo se dará a su tiempo. Volverás a ver, pero tienes que acostumbrarte poco a poco a la luz. Confía en mí y sígueme”.
Cuando me quitaron las vendas me costó acostumbrarme a la luz. Vi los rostros de quienes me habían salvado. Pregunté: “¿quién me llevó en sus brazos fuera de la mina? ¿Quién de ustedes?”. Los rescatistas se miraron divertidos. “Nadie te llevó en brazos, caminaste tú sola”, me respondieron. “¡No es posible! Alguien me llevó en brazos”, dije. Me miraron sonriendo. Entonces busqué al niño. “¿Dónde está el niño que estaba conmigo?”. “¿Qué niño? Te encontramos sólo a ti”, respondieron los rescatistas. “¡No es posible! Siempre estuvo conmigo un niño, era el único de mis compañeros que quería ser encontrado, que quería salir de la mina”. Entonces me desperté…
Pienso mucho en este sueño, en los 33 mineros y en los mineros atrapados en la mina de la vida. Pienso que no es difícil resbalar y quedar atrapados en una mina, pero cuando caemos en una mina oscura y profunda siempre hay un niño dentro de nosotros que nos acompaña y nos mantiene despiertos, que nos impulsa a salir, que no se conforma con la mina. El niño es la voz de tu conciencia, la voz de Dios dentro de ti…
Pienso además que, cuando quedamos atrapados en una mina, hay siempre un equipo de rescate que nos busca. Hay alguien muy grande que guía este equipo de rescate. No verás su rostro, pero recuerdas los rostros de los otros miembros del equipo. Él está siempre con ellos, se esconde detrás y dentro de ellos. Si estás atenta puedes reconocer Su voz…
Jesús nos busca con su equipo de rescate que es la compañía de la Iglesia. Cuando Jesús nos invita a dejarlo todo para seguirlo, quiere liberarnos de la mina. La mina es nuestra forma angosta de mirar la vida.
Los 33 mineros querían salir de la mina, querían ser ayudados, encontrados, ¿y yo?