¿Generar o fabricar?

Alessandra Stoppa

El Nobel concedido al biólogo Robert Edwards por la fecundación in vitro ha generado reacciones de todo tipo. Entre ellas, la gran perplejidad del Vaticano: “un premio fuera de lugar”. No sólo por sus consecuencias éticas sino sobre todo, paradójicamente, por las científicas. Se otorga el máximo reconocimiento médico al “padre” de la fecundación asistida cuando su descubrimiento no ha “resuelto” el problema de la fertilidad. “Ni desde el punto de vista patológico, ni desde el punto de vista epidemiológico”, afirma Ignacio Carrasco de Paula, presidente de la Academia Pontificia para la Vida. “La fecundación in vitro no responde de ninguna manera al problema de la fertilidad”, añade Leandro Aletti, ginecólogo del Hospital Santa Maria delle Stelle en Melzo (Italia).

¿Por qué la fecundación en probeta no responde al problema de la esterilidad?
No es una verdadera respuesta desde el punto de vista médico porque no va al origen del problema. Las causas de la esterilidad pueden ser múltiples y muy diversas. La fecundación in vitro no entra en ellas, no es una intervención terapéutia.

¿De qué se trata entonces?
Se trata de aplicar en el ser humano un método veterinario. Cambia el objetivo porque en el caso de los animales se usa para buscar el mejor ejemplar, no a causa de la esterilidad, pero en cualquier caso la técnica de Edwards desvía el problema, no lo afronta ni lo cura, lo cual afecta a la investigación médico-científica.

¿En qué sentido?
Todos los estudios sobre esterilidad se han detenido de pronto, precisamente porque se ha impuesto este método. El cual, y éste es un dato que se suele omitir, tiene un éxito relativo, en torno al 30%; sin contar en este porcentaje el drama que suponen los embriones congelados que se generan. Además de los abortos provocados por esta técnica, que en la jerga del sector se denominan “pérdidas embrionales”. Y luego está el drama y la frustración de esas mujeres a las que se le ha hecho una promesa incomparable (“tendrás el hijo que no puedes tener”) que no siempre se cumple. A este precio, la investigación sobre la esterilidad se ha paralizado, en nombre de la “fabricación” de embriones, que asume cada vez más el perfil de una auténtica industria y que, sobre todo, no tiene nada que ver con la fertilidad.

No resuelve las causas, pero obtiene el mismo “resultado”, de modo que sí tiene algo que ver con la fertilidad.
No, porque la fertilidad no es sólo un problema médico.

¿Qué es, entonces?
Ésta es la pregunta a la que hay que responder. La fertilidad de la persona no coincide con su capacidad reproductiva. De hecho, no es éste su interés fundamental. La fertilidad es acoger la vida hasta el fondo, es decir, de un modo total. Esto significa que generar quiere decir acoger la vida para su realización. La propia experiencia afirma esto: generar un hijo no significa “sólo” traerlo al mundo, sino educarlo. Al menos, traerlo al mundo para su realización. Esto es, acoger la vida con un sentido, porque la vida debe cumplir el motivo por el que existe. Con total seguridad, si se elimina el sentido de vivir, la fertilidad no tiene significado alguno, porque no hay amor, y la fertilidad se genera en el amor, no en acto de concebir ocho hijos, como mi mujer y yo.

¿Sería igual para quien no concibe ninguno?
En la exhortación apostólica Familiaris Consortio, Juan Pablo II asocia inmediatamente el acto conyugal con la virginidad. ¿Por qué? Porque un matrimonio no es fecundo por el hecho de tener veinte hijos. El Papa nos indica ahí que el núcleo de la realidad es virgen. Por ejemplo, nosotros no nos relacionamos con el otro, mucho menos en el matrimonio, para tener un hijo, sino por la felicidad. Buscando la felicidad, uno descubre que lo que determina su relación es la virginidad, es decir, la persona es siempre otra, distinta a mí. Sucede con la mujer, con el hijo... Por eso la fecundidad no es la “reproducción”, sino una acogida recíproca, la apertura a la vida del otro. Hasta tal punto que la misión es el paradigma supremo de la fecundidad y la Iglesia ha elegido como patrona de las misiones a Santa Teresa de Lisieux, que vivió toda su vida en un convento de clausura. Habría que preguntarle a una mujer cuál es la fertilidad de Santa Teresita.