¿Cómo encontrar a Cristo hoy?

Angelo Scola

Fragmento de la intervención del Patriarca de Venecia
en el Meeting de Rimini 2010


Llevamos quince años oyendo hablar del eclipse de Dios, se ha llegado a afirmar que la esfera religiosa debería desaparecer de la sociedad. Hoy, exceptuando ciertos intentos de construir un “nuevo ateísmo”, que los críticos juzgan más como extravagantes que como objetivamente pertinentes, nos encontramos con una gran sorpresa: Dios ha vuelto.
La que era cuestión central al final de la época moderna, el binomio eclipse / retorno de Dios, asume en la post-modernidad un formulación distinta, quizá más adecuada. Hoy la pregunta crucial ya no es “¿existe Dios?” sino “¿cómo tener noticias de Dios?”. Por tanto: “¿Cómo Dios se comunica a nosotros, como Dios vivo al hombre real, que vive en el mundo real? ¿Cómo nombrar a este Dios para que el hombre post-moderno, es decir, cada uno de nosotros, lo perciba como significativo y conveniente?”.
Desde el punto de vista occidental, influenciado radicalmente por el judaísmo y el cristianismo, “Dios es Aquél que viene al mundo”. Si viene al mundo, es distinto del mundo, pero esto no impide la posibilidad de que los hombres lo perciban como familiar. De modo que, para hablar de Dios al hombre post-moderno, “hay que lanzar la hipótesis de que sea Dios mismo el que viene al mundo para hacer al hombre capaz de reconocerlo como familiar” (Jungel).
Hay que preguntarse antes si existe una familiaridad entre Dios y el hombre para que Dios pueda ser conocido verdaderamente. Es el problema de siempre, que se ha hecho particularmente agudo en la post-modernidad, donde no interesan los discursos sobre los grandes sistemas, sobre las visiones del mundo, sino que cada vez está más ligada a los problemas de la vida cotidiana.
Para el hombre de hoy, la cuestión no es tanto si existe Dios, sino si tiene algo que hacer conmigo cada día. ¿Me resulta familiar? La convicción de que Dios se ha dejado conocer y se ha hecho familiar porque se ha comprometido con la historia de los hombres está en el ADN de la mentalidad occidental.
Así las cosas, debemos descubrir cómo la presencia de Dios se hace familiar cotidianamente, llegando a colmar de forma gratuita el deseo, en un sentido pleno, eliminando la inquietud de la que habla San Agustín.
De este modo, la palabra deseo adquiere todo su espesor, no deja que lo reduzcamos, como casi siempre intentamos hacer, a pura aspiración subjetiva sino que vive en su plenitud bipolar, nos hace tender con todas nuestras fuerzas hacia la realidad, cuyo horizonte último es el infinito, Dios mismo.
La posibilidad de tener noticia de Dios y de hablar de Él está en la escucha de todo lo que Él quiera comunicarnos libremente. Y hay que decir que la comunicación gratuita y plena del Dios invisible tiene un nombre propio, es una persona viva: Jesucristo. En él, muerto y resucitado, Dios nos sale al encuentro en cuanto Dios.
Para decir Dios hay, por tanto, que profundizar en la lengua de la criatura que el Verbo encarnado ha querido asumir libremente. Es necesario comprender la gramática, esa gramática que es capaz de hablarnos de lo Divino. Así, no sólo el cristiano será capaz de confesarlo como su Señor y su Dios, sino que todos los hombres, también los que se dicen no creyentes, lo podrán reconocer.
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