El milagro que nos ha alejado de la muerte

Redacción

Testimonio de Rose Busingye y de dos jóvenes que han contado en el Meeting de Rimini cómo han cambiado sus vidas después de un encuentro. “Nuestro pasado ha sido vencido por una mirada”

Rose Busingye
Después de la muerte de don Giussani, me parecía que el mundo se había acabado. Cuando Julián Carrón lo sustituyó no tuve ningún problema para seguirle, porque me fiaba de don Gius. Pero miraba a Carrón sólo como el sustituto, como el nuevo capo y nada más. Hasta que Carrón vino a Uganda, y sucedió todo lo que estos chicos cuentan, algo que ha cambiado completamente mi mirada hacia él.
Cuando, después de su visita, los chavales empezaron a pedir el Bautismo, traté de entender qué palabras les habrían impactado tanto, y fui a buscar en mis apuntes a ver si había dicho algo sobre el Bautismo, pero no encontré nada, lo que me dejó aún más sorprendida. ¿Qué habrían visto en Carrón que yo no veía? Carrón no estuvo con ellos personalmente, hablaba a una multitud, pero era evidente que a ellos les había sucedido otra cosa. Yo también había estado allí, pero no estaba tan conmovida como ellos.
Mientras tanto, los chicos iban haciendo la catequesis y traían a sus amigos. Habían aprendido por su cuenta los cantos alpinos del movimiento a través de internet y querían ir a las canteras para cantar a las mujeres que trabajan allí, para darles un poco de reposo. Pero yo seguía preguntándome si este cambio era verdadero o no. Ellos cambiaban, hacían un camino, y yo me quedaba atrás, parada en las palabras y en las citas.
Hasta que un día me dije: “Qué me importa lo que haya dicho o no Carrón, el Misterio cambia a quien quiere cuando quiere”. Y empecé a seguir a estos muchachos.
Cuando volví a encontrarme con Carrón mi posición había cambiado por completo. Yo también le miraba de una forma distinta, a mí también me había sucedido lo mismos que a los chicos. Me di cuenta de que mi error había sido no mirar lo que miraba Carrón, le miraba a él pero no allí donde él miraba.
Ahora, sin embargo, mientras miraba lo que él miraba, me daba cuenta de que me era una sola cosa con él y una sola cosa con aquello que él miraba. Ya no lo miro como el capo, sino como un amigo, como un compañero de camino.

Luigi
Me llamo Luigi Giussani. Os preguntaréis por qué me llamo así, pero es el nombre del hombre que, junto a Julián Carrón, ha alejado de mí la sombra de la muerte y me ha llenado de cantos de alegría.
He vivido el terror oscuro de la muerte, un terror sin límite. Mi padre y mi madre murieron quemados en un autobús a manos de los rebeldes mientras volvían de Soroti a Kampala. Me quedé solo con un tío mío que trabajaba en una fábrica de Kampala, pero al poco tiempo él también sufrió un accidente en el trabajo que le costó la vida. El mundo se oscureció para mí. La vida se había terminado, estaba solo, esperando el día de mi muerte. Pensaba que la vida era sólo aquello que había visto y vivido.
Oí hablar del Meeting Point International y me pregunté: “¿Habrá todavía algo bueno para mí en el mundo?”. Fui allí y vi a jóvenes y viejos convivir juntos, despertó mi curiosidad y fui a ver. Alguien allí notó mi presencia y me invitó a ir a la escuela. Pero mientras estudiaba, no dejaba de oír continuamente un rumor en mis oídos: los gritos de mi madre y de mi padre entre las llamas. Era imposible concentrarse.
Rose solía llevarme a la Escuela de Comunidad y la palabra que me pareció más importante fue “valor”. ¿Qué clase de valor puede ser más grande que la muerte? ¿Qué podría devolverme a mis padres?
Seguí estudiando con dificultad hasta 2007. Ese año un hombre llamado Julián Carrón llegó a Uganda.
No recuerdo el día de mi cumpleaños, pero recuerdo aquel día como si fuera el día de mi nacimiento. Carrón participó en el Meeting Point y habló con los enfermos y con los niños. Todavía recuerdo su mirada, que penetraba hasta mis huesos. Mientras hablaba, yo seguía sus ojos y era como si la sombra de la muerte se hiciera cada vez más pequeña y mi corazón saltara en mi pecho. Aquella noche no pude dormir, quería ir a verle de nuevo. La mañana siguiente me invitaron a ir a una asamblea en la Escuela Saint Kizito con la gente del movimiento. No sabía nada al respecto, pero fui porque quería volver a verlo. De nuevo, le miraba mientras hablaba y el terror de la muerte empezó a aliviarse. Quería seguir a aquel hombre a donde fuera, quería ser uno con él.
Mi corazón saltaba arriba y abajo, ¡estaba a punto de explotar! Fui a tía Rose a decirle que quería ser bautizado inmediatamente. Me dijo que iría a pedirle a alguien que me preparara y se encontró con que mis amigos también querían lo mismo. Lo que estaba sucediendo en mí también les pasaba a otros. Nuestros corazones ardían con la música y nuestra vida se convirtió en un canto, cantábamos por todo lo que nos había sucedido. Fuimos bautizados 12 chicos y chicas después de un viaje que comenzó aquel día. La mirada de Carrón eliminó el terror de la muerte y me llenó de cantos de alegría.
Queríamos todo esto también para nuestros amigos de la escuela, donde empezamos a hacer catequesis para otros estudiantes, y 38 de ellos han sido bautizados con la ayuda de Mauro y del padre Archetti. Queríamos comunicar la belleza que habíamos encontrado, la belleza de la vida que nos hace cantar. Pedimos ayuda para hacer la Escuela de Comunidad y cuando cantamos entendemos mejor hasta la Escuela de Comunidad. Hemos formado el “batallón de Carrón”, los alpinos de Uganda. Cantamos las canciones alpinas igual que los italianos que iban a la guerra cantando.
Algunos de nosotros hemos sido niños soldado, tenemos historias diferentes y terribles, pero todo lo que nos ha pasado ha sido vencido por una mirada, una mirada que vence hasta la muerte. Somos hombres y mujeres nuevos, y vivimos para testimoniar que vivir así es posible.

Nyeko
Me llamo Nyeko Ceasar. Estudio en la Escuela Superior de San Kizito. En 1997 mis padres fueron asesinados por los rebeldes en la guerra de Uganda del norte. Uno de mis hermanos fue capturado y todavía no sé si ha muerto o no. Quedamos dos hermanas y cuatro hermanos. El mayor vivía en Kampala y después de la muerte de mis padres me dijo que me fuera a vivir con él, pues yo era el más pequeño y no conseguía aceptar la situación en el pueblo. Era peligroso porque los rebeldes me podrían secuestrar en el camino, pero al cabo de un año llegué a Kampala y allí empecé la escuela elemental. Por desgracia, el año que iba a terminar la elemental (en 2004) mi hermano tuvo problemas en el trabajo y se quedó sin empleo. Así que nos fuimos a Kireka, donde mi hermano tenía la posibilidad de trabajar en una cantera.
Mi hermano picaba piedras y la única vida que conocíamos era la del pueblo, con enfermedades, pobreza y muerte. Pero había mujeres que picaban piedras cantando y bailando. Estaban contentas. ¿Quién puede estar contento sufriendo hambre, enfermedades y pobreza? Sólo las estúpidas mujeres del pueblo: tal vez están borrachas –pensaba- o locas, no están bien de la cabeza. ¡Están locas y necesitan a alguien que les cure!
Alguien nos dijo que eran las mujeres del Meeting Point y nos explicó lo que era. Fuimos y vimos que eran mujeres normales. No presentaban síntomas de embriaguez ni de locura, sabían quiénes eran y los problemas que tenían. Me prometieron que me presentarían a Rose y que volvería a la escuela.
Mientras estudiaba allí, sentía odio por aquellos que habían matado a mis padres. ¿Cómo podría vivir sin ellos? ¿Para qué estudiaba? ¡La vida es sólo vivir y morir! ¿Para qué vivir, si no hay alegría en la tierra? Estudiaba sin interés, sólo por pasar el tiempo, incluso pensaba que estaba perdiendo tiempo y dinero. ¿Por qué no iba a alistarme como soldado para morir en el frente o matar a alguien, como habían hecho con mis padres?
Yo me debatía en estos pensamientos cuando en 2007 encontré a un hombre en el que vi una mirada que me trastornó. Una mirada que parecía recomponer los “trozos rotos” de mi vida. Si vas a Kireka, la vida es trabajar en la cantera, caer enfermo y, para algunos, robar por las noches; ¡algunos vuelven al bosque, donde se sienten fuertes con una pistola en la mano! Algunos niños van por los caminos pidiendo limosna y robando a la gente que viene de comprar.
Carrón fue allí, su mirada penetró en toda esta confusión, y me pareció que era posible seguir a aquel hombre como si todo eso no existiera: la vida parecía más ligera y mi corazón se llenaba de alegría.
Mientras iba a buscar a Rose para preguntarle cómo seguir a este hombre, me encontré a Luigi, que estaba tan excitado que iba dando saltos de alegría. Entendí que lo que me estaba sucediendo a mí era lo mismo que le pasaba a él, y era precioso sentirse así. Mi deseo y el de Luigi era pertenecer a aquel hombre.
En vez de tomar un taxi, fui al despacho de Rose a pie porque quería estar en silencio y pensar bien lo que me estaba pasando. Por el camino me di cuenta de que iba corriendo porque quería llegar cuanto antes. Le dije que quería ser bautizado porque estando con Carrón aquel día me di cuenta de que no estaba bautizado.
El Bautismo era el único modo que tenía para acercarme a Carrón. Quería estar donde estaba él, es decir, en Cristo. Rose me habló de los encuentros de catequesis, pero para mí eso era demasiado tiempo. Quería ser bautizado inmediatamente, pero si ése era el modo de acercarme a Carrón, no había problema. Acepté la catequesis con alegría, porque ya no estaba solo, había encontrado amigos. Lo hicimos juntos, cantando y bailando. Incluso después del Bautismo nos pareció buena idea continuar con la catequesis para otros nuevos amigos que encontramos en la escuela, aunque en realidad lo hacíamos para nosotros mismos.