Algunas mujeres con las que Avsi trabaja en Ruanda (©Ponzone).

“Hace diez años que os busco para daros las gracias”

Giovanni Galli

Ruanda. Monasterio benedictino de Butare. Estoy con Lorette, Elavanie y Domitille, de AVSI. Tenemos que evaluar a las personas que formarán el equipo ruandés de asistentes sociales y docentes para dar formación sobre el valor de la vida a profesores y adolescentes, dentro del programa de prevención del SIDA. Es casi de noche cuando recibo una llamada telefónica de Narcise, que trabaja como mensajero para AVSI en Kigali. Me llama para contarme lo que le acaba de suceder mientras iba en moto por el distrito de Kicukiro. De repente, a lo lejos, una chica empezó a mover los brazos para que parara. Al ver cómo corría a trompicones a su encuentro, pensó que algo había pasado. Cuando llega a él jadeando, le dice: “Me llamo Solange. Menos mal que ha parado, ¡qué alegría cuando he visto el logo de su moto! Por fin encuentro a uno de la asociación”. Hacía mucho tiempo que quería volver a AVSI. “Quería daros las gracias por todo lo que hicistéis por mí en 1994”. Después del genocidio. Solange formaba parte entonces de un grupo de treinta niños de Gatagara, una localidad cerca de Nyanza, donde había un centro de los Hermanos de la Caridad para niños con discapacidad.
En julio de 1994, las autoridades militares llevaron allí a Solange y los demás niños. A todos les faltaba una pierna o un brazo, o ambos: se los habían cortado a machete durante el genocidio. En agosto de aquel año, AVSI empezó a ofrecer asistencia médica en el centro. Y Solange ahora estaba buscando los rostros de los que la habían acompañado: Giovanni, Annette, Luci, Honoré. “Les quiero ver para darles las gracias por lo mucho que me ayudaron”, repetía con insistencia a Narcise. Así que, en cuanto volví de Butare a Kigali, la busqué.
Desde el primer mes después del genocidio, tuvimos varios encuentros con aquellos treinta niños para ayudarles a superar el trauma de las amputaciones que habían sufrido. Todavía conservo los cuadernos con sus dibujos, sus poesías y sus canciones. Pero desde 1995 no había vuelto a tener noticias suyas: todos habían quedado a cargo de organizaciones de podían darles una prótesis, como la que Solange tiene ahora en lugar de su pierna izquierda. La veo delante del Ayuntamiento de Kigali, viene por el camino de tierra y al saludarme le tiembla la voz. Era una niña de doce años y hoy tiene veintiocho. Cuando le amputaron la pierna con el machete, la dieron por muerta y la abandonaron. Ahora me lleva a su casa, donde vive con sus hermanos. Me ofrece algo para beber y me da las gracias por toda la ayuda moral y psicológica de aquellos meses. “Ha sido más útil que la prótesis. Con el dolor que tenía en el alma, ni siquiera habría querido ponerme la prótesis”. Me recuerda los encuentros de grupo que tuvimos y cómo la cuidábamos todos en el Land Cruiser cuando la llevábamos a dar una vuelta algún fin de semana a las afueras de Gatagara. “Nos transmitistéis la experiencia de que la vida no está definida por lo que falta, sino por lo que somos y por lo que todavía podemos hacer, a pesar del límite y del drama”. Entonces, Solange y los demás niños caminaban con las pocas muletas que había o avanzaban arrastrándose porque no había carritos. Luego vinieron la rehabilitación, las operaciones, la estabilización de la prótesis, hasta la licenciatura en Ciencias Sociales. Todavía ve a Thomas y Veneranda, dos de los niños que estaban con ella. También viven en Kigali, donde han construido su vida y su familia.
La saludo y me voy, con la certeza de que sólo una brizna de atención a la vida del hombre como don precioso de Dios puede dar mucho fruto. Hay que mirar al que está delante por el encuentro único e irrepetible que es. Cada hombre ha nacido para ser amado y para amar.
Ésta es una canción que escribió Veneranda, el 11 de octubre de 1994, hace quince años:

Canción de la paz
¿Qué es lo que te inquieta?
¿Son las dificultades que te rodean?
Incluso cuando todos los enemigos te ataquen,
haz siempre el bien a Dios que está contigo.
No estés inquieto, no pienses demasiado en el futuro,
Dios no puede olvidar a los suyos, a los que Él ha salvado.
No temas al Rey de la paz
Él conoce todos tus sufrimientos
Él inclina Su cabeza hacia ti, Él te ama y te protegerá de todo mal.