Canto y fiesta en tierra guaraní

Horacio Morel

Viernes 9 de julio por la tarde. La sede de CL en Asunción del Paraguay es una construcción que evoca un abrazo, o por lo menos eso parece cuando uno ingresa a esta bella casa de estilo colonial, situada en el corazón de la ciudad y adquirida hace más de quince años gracias al sacrificio de cien familias que renunciaron a sus vacaciones donando su aguinaldo y reuniendo así el dinero necesario.
El edificio original, que ha sido restaurado respetando su estilo antiguo, tiene en efecto la forma de una letra U que deja en el centro un generoso patio al que no le faltan árbol, cocina y parrilla, convirtiéndose en el ámbito propicio para los encuentros de esta fiel comunidad nacida hace un cuarto de siglo.
Sobre el patio central, se erige un edificio más moderno, un sencillo pero amplísimo auditorio con capacidad para trescientas personas donde se llevan a cabo tanto las múltiples actividades culturales del movimiento como la celebración de la Misa, centro y vector de la vida común que allí y desde allí se desarrolla para toda la ciudad y el resto del país.
Cae la tarde, va llegando la gente a la cita, y la sospecha inicial se confirma: esta casa es un verdadero abrazo, tal como lo comunica espontáneamente el cálido pueblo anfitrión.
Quienes llegan -familias, adultos, universitarios y estudiantes secundarios entre los que se cuentan sesenta argentinos venidos desde Santa Fe principalmente y otras ciudades- suben la escalera rumbo al auditorio y lo colman. No quedan asientos libres y muchos deben quedarse de pie.
Yo también subo, y apenas alcanzo el primer piso, antes de ingresar al auditorio, descubro en la pared lateral una magnífica fotografía de Francesco Ricci y Lucho Meyer abrazados, los dos con los ojos abiertos de par en par y sonriendo como para la eternidad, casi riéndose. Me detengo frente a la foto, y por mi mente pasan veinticinco años de historia, de encuentros, de desencuentros y de reencuentros definitivos, el mismo camino que llevó a Claudia a componer canciones, a vivir un añoso silencio luego, y volver a escribir y cantar con una fuerza y una inspiración absolutamente nuevas, reunidas en un trabajo discográfico en tributo a Don Giussani, que concibió –no sin vencer su gran temor de pasar por presumida- únicamente para que sea un instrumento para la vida de las comunidades puesto en la manos de Dios.
En la sala contigua al escenario, Claudia y Lalo –el amigo guitarrista que la acompaña- rezan juntos el Gloria antes de salir a cantar, ofreciendo así su trova.
Los acordes de Cambiar al hombre, la primera canción escrita por Claudia y que tanto le gustaba a Don Giussani, abren el concierto. Empieza la fiesta, y la gente canta con ella. Una tras otra van pasando las canciones. Despiértame, que da título al disco y es un himno a la amistad, Alas de paloma, Quién soy, Mi esperanza, La verdad de la vida, Insisto, la festejada y repetida Toda la vida, de la cual Claudia dirá que expresa la certeza de un camino, Como un niño, Encarnación, entre otras, y Para gloria Tuya, con la que suele concluir cada presentación. La mayoría son conocidas por todos, otras son nuevas. Cada tanto, Claudia cuenta cómo nació cada tema, qué le llevó a escribirlo, y pide con insistencia que canten con ella, que todos la acompañen con sus voces y sus palmas.
Este marido devenido en cronista está en la última fila, contemplando con estupor lo que acontece, y piensa: “Tranquila, estas canciones ya no te pertenecen, tu miedo está conjurado”. Recuerdo tantos mensajes recibidos por Claudia en estos meses, o aquel llanto agradecido con el que una mujer hace apenas quince días al final de otro encuentro le contó que las canciones le habían ayudado a superar la soledad tras la muerte del marido.
La música se apaga, Claudia agradece. Jorge toma el micrófono, cuenta cómo nació esta amistad que nos une siguiendo por el continente a Juan Pablo II, por sugerencia paterna de Don Giussani, y que el genio del poeta le lleva a escribir los deseos más profundos de nuestro corazón, así como Claudia esta noche lo ha despertado, exaltándolo. Todos rezamos juntos, siguiendo la guía y la invitación de nuestro amigo.
Termina el concierto, pero la fiesta sigue.
Pregunto cómo se dice comunión en guaraní. Me responden: TEKO JOJHU, y está todo dicho.