Simon Suweis (segundo por la derecha) con los promotores del proyecto.

La fuga de Hussein y un camino

Maria Acqua Simi

Hay en Jordania una herida difícil de curar: la de los refugiados iraquíes, que huyeron de su país durante la guerra para llegar a una tierra donde su situación no es mucho mejor. Aquí comienza la historia de Hussein, un niño de nueve años, en el viaje que le llevó con su familia a Jordania.
Detrás dejan un país maltratado y el horror de las persecuciones del régimen. Al cruzar la frontera, un sello en el visado les califica de “asilados”, igual que a más de 350.000 exiliados iraquíes que ahora viven en Jordania y a los que no se les ha reconocido el estatus de “refugiados”. Una situación que cada día se hace más pesada. Hasta hace dos años, los niños como Hussein ni siquiera se podían inscribir en las escuelas públicas jordanas, con el consiguiente retraso escolar que eso suponía para ellos. Para su familia las cosas tampoco son fáciles: obligados a abandonar Iraq, se encuentran en una situación económica insostenible. No pueden trabajar regularmente si no tienen un permiso de residencia, que no pueden obtener sin un trabajo.
Sin embargo, algo sucede. Gracias a un proyecto de escolarización promovido por AVSI y Cáritas Jordania, Hussein empieza a frecuentar las clases de apoyo en la St. Joseph School de Zarqa. Simon Suweis, representante de AVSI en Amman, explica que, al principio, “tener que tratar con ese chaval tan testarudo no ha sido nada fácil”. Era cerrado, agresivo, incapaz de comunicarse. Los profesores empezaron a preparar lecciones que pudieran interesarle, los voluntarios de Cáritas empezaron a acompañarle en las jornadas de juegos al aire libre. Y así, poco a poco, Hussein empezó a sentirse valorado y querido. Empezó a sentir que tenía un lugar en el que podía estar, aprender, jugar. Empezó a intervenir en las clases y a hacer los deberes. Algo había cambiado.
Los profesores fueron los primeros sorprendidos. Aquel chico tan hostil y violento empezaba a hablar de su experiencia en Iraq sin censurar nada, con una gran confianza hacia sus interlocutores. Un cambio que también notó su familia. “Sus padres, empeñados en buscar ayuda en todas partes, ya estaban cansados de estar siempre detrás de los niños”, explica Suweis. “Pero cuando se dieron cuenta de cómo estaba mejorando el rendimiento escolar de sus hijos y de la alegría que tenían en la cara, se pusieron a recoger firmas, de forma espontánea, para la continuidad del programa. De esta experiencia, de estos encuentros, ha surgido una esperanza”.
Una esperanza que nace al responder concretamente a las necesidades inmediatas (la escuela, el trabajo, la casa), pero que hunde sus raíces en algo más que el simple proyecto asistencialista. En una visita a estos centros de formación, Mario Dupuis, consultor internacional, se reunió con los profesores y trabajadores de AVSI y Cáritas Jordania. “Quien viene a la escuela desvela una necesidad más profunda, la que nace del deseo de conocer”, afirma Dupuis. “El conocimiento humano tiene lugar dentro de una relación que implica a toda la persona. Hace falta una compañía que sostenga el corazón de estos chicos, su deseo de conocerse a sí mismos y de conocer el misterio de la vida, aunque implique dolor y fatiga”.
Un ejemplo es Hind Asad, de 14 años, que era analfabeta hasta que su profesora, Najla’ Mustafa, descubrió su talento para el diseño. Le enseñó a leer y escribir, le dio clases de matemáticas, árabe e inglés. Estudió en la escuela del Patriarcado Latino y su rendimiento fue tal que pudo pasar de curso. Pero a Hind no le bastó con eso y quiso romper la última barrera que le quedaba: hacer saber a sus profesores las dificultades que tenía con su familia. Así que pidió a Najla’ que hablara con sus padres para que la dejasen quedarse en la escuela, para que entiendieran lo importante que era para ella.
Lo mismo sucede con Ibraheem, un chico de 15 años, inquieto e intratable que durante las clases de apoyo escolar descubre la amistad de sus compañeros de curso. Y con los 25 chicos que, después de ir juntos al curso de formación profesional de diseño gráfico, aceptan la propuesta de seguir con las clases un mes más, a pesar de que les habían dicho que no podrían recibir dinero para el transporte y la comida.
Historias que se encadenan, que superan la desmotivación del trabajo con chicos “difíciles” o la de obligarles a hacer los deberes cuando en sus ojos todavía pesa el sufrimiento de la guerra. Lo que está en juego es más que eso. Es la posibilidad de conocerse a sí mismos, implicándose en una amistad.