La fuerza misteriosa de la vida que no se rinde

TESTIMONIO
Alver Metalli

Alver escribe esta carta a una amiga desde la capital haitiana donde se encuentra realizando la cobertura periodística.


Querida María,

Con muchas limitaciones, pero estoy en el lugar y comienzo a trabajar. No hay agua, la corriente eléctrica va y viene, los traslados de un lugar a otro de Puerto Príncipe son difíciles, pero esta es la condición de todos y no hay razón para quejarse. Trato de afrontar las dificultades –aquellas previsibles y tantas que no lo son– y hacer el trabajo que debo hacer lo mejor posible, reaccionando también a la angustia que provoca tener delante de los ojos tal desmoronamiento, de las cosas y de las vidas, con tamaña dimensión. En tantos años de trabajo, aún en situaciones de gran violencia, jamás había visto algo similar.

Hoy, con Fiammetta de AVSI*, los médicos y cooperantes de CESAL*, he podido ver las zonas más golpeadas, que ayer llegando desde Puerto Príncipe, luego de trece horas de viaje desde la frontera de Santo Domingo (que en condiciones normales se recorre en una o dos horas), no había visto aún; el centro de la ciudad, la zona del puerto, algunas áreas adyacentes.

Pensaba estar preparado, que la información asimilada hasta aquel momento, antes y luego del viaje, así como tantos años de profesión, me habrían dado una idea de la situación que habría de encontrar, pero debo decir que la devastación que vi hoy está más allá de mi capacidad de imaginación. Edificios enormes derrumbados sobre sí mismos, otros destrozados, otros aplastados sobre los propios cimientos con una furia bestial, como si una mano gigantesca los hubiese apretado, como si fueran de papel. Luego, los campamentos de gente, montados en las plazas, en los terrenos públicos, donde haya un área no edificada, campamentos precarios, a veces con carpas, pero la mayoría de las veces con reparos hechos de lonas, sábanas, bolsas abiertas sobre palos y cuerdas o simplemente colgadas de las ramas, en los lugares donde hay árboles. Y el hedor a muerte que impregna los escombros y las zonas aledañas.

Todo el tiempo he pensado en las palabras del mensaje de CL, verdaderas letra por letra: “una construcción se derrumba y todas las piedras, las tapias, los muros se hunden. No se mantiene en pie nada de lo que había antes, de lo que habíamos vivido hasta hace una hora, hasta hace cinco minutos”. Una energía de una potencia destructiva sin comparación, que de repente se bate sobre una ciudad densamente poblada y siembra terror y luto. Una fuerza hostil, y también caprichosa, de la que las explicaciones técnicas no logran dar cuenta hasta el fondo. Al lado de un edificio completamente destruido, hay otro de pie –a pocos metros de distancia– completamente intacto. ¡Que evidencia las palabras de Luigi Giussani!: “Cuando algo inevitable sucede, se pone de manifiesto que nuestra vida no está en nuestras manos. “Inevitable” es el término que mejor clarifica que nada nos pertenece, y, sobre todo, que no nos pertenece aquello de lo que deriva todo. Nuestra vida pertenece a Otro”.

Y al mismo tiempo, se abre camino otra evidencia: que la tragedia no es la última palabra, que existe otra fuerza, misteriosa, también ella obstinada, incontenible, más fuerte que la anterior. Ver la solidaridad que se ha generado, junto con la magnitud de lutos y destrucción, es la otra cosa que más impresiona. (Incluso allí donde se ve mezclada con una solidaridad parcial, viciada).

Una sola imagen entre los cientos que podría narrar: en una de las carpas de un hospital de campaña, donde se cobijan a los niños pequeños, hay mujeres amamantándolos, y me explican que han elegido alimentar a sus hijos con leche ordeñada y dar la suya a pequeños que han perdido a su madre, porque la leche natural y la lactancia materna ayuda a recuperarse del shock. Existe en la vida, una energía aún mayor que aquella que destruye, una necesidad insondable de afirmar el ser.

Un sacerdote scalabriniano con el que hablé, señalaba que el drama de aquellos días era una oportunidad. Refiriéndose a las páginas de la historia haitiana, decía que Haití había sido construida en medio del odio y que la solidaridad de estos días rescataba este pasado y abría un futuro.

En los próximos días, me propongo trabajar en esta dirección.

(Buenos Aires / Centro Cultural Charles Péguy 25/01/2010)


(*) AVSI y CESAL son dos organizaciones de ayuda humanitaria que trabajan establemente en Haití. Para más información: www.avsi.org y www.cesal.org