La cultura de la vida

Entrevista a Benigno Blanco
a cargo de Cristina López Schlichting

El presidente del Foro de la Familia traza un balance de la manifestación contra el aborto del pasado 17 de octubre en Madrid. Cuantitativamente, una de las manifestaciones con mayor afluencia de la historia de España. Cualitativamente, una demostración de que el sentido y el amor por la vida tocan una fibra de la sociedad española.

La percepción de los asistentes, así como de los medios de comunicación, es que la manifestación del pasado 17 de octubre, convocada bajo el lema “Cada vida importa. Por la mujer, por la maternidad, por la vida”, no se agotó en un “no” a una ley gravemente injusta. Benigno Blanco, presidente del Foro de la Familia, institución coordinadora de la manifestación, precisa que con ella se pretendía manifestar públicamente que la cultura de la vida en España late mucho más de lo que el Gobierno actual reconoce.

Un primer balance…
La manifestación refleja veinticinco años de trabajo más o menos oculto, silencioso, de las personas que amamos la vida y ha permitido esta eclosión de alegría en las calles de Madrid, que va a ser un punto de no retorno en ese trabajo por superar la cultura de la muerte. La valoración debe ser muy positiva y sobre todo con la idea de que esto va a continuar en el día a día de todos los manifestantes, en el entorno en el que cada uno se mueve para defender la vida.

Duran y Lleida ha dicho que se detectaba el surgimiento de un movimiento social al margen de los partidos. Que el cansancio con respecto a la clase política estaba dando lugar a una respuesta estrictamente “civil”.
Coincido con ello, y creo que no es solo un fenómeno español, es una tendencia en toda Europa. Durante el siglo XX el simplismo del debate ideológico mundial (Moscú o Washington, socialismo o libertad) permitía a los grandes partidos abarcar la sociedad entera. Desde la caída del comunismo las sociedades se muestran mucho más plurales. No se debaten ya las grandes cuestiones ideo-lógicas o estratégicas de antaño, pero eso hace también que las sensibilidades políticas sean cada vez más polifacéticas. Si a eso se añade el multiculturalismo, debido a la inmigración, resulta claro que los partidos políticos cada vez tienen más difícil meter a mucha gente en un solo paquete. Por eso la sociedad civil les va desbordando: se ha visto en Italia, se está viendo en Francia, se empieza a ver en Alemania, se ve en Gran Bretaña y se está viendo en España. Los partidos políticos ya no ahorman a la sociedad y están surgiendo movimientos sociales que van ocupando ese hueco, máxime cuando por razones de una estúpida estrategia de lo políticamente correcto ningún partido político quiere de verdad ocupar ese espacio, como ocurre con la defensa de la vida en nuestro país.

Se percibe una incapacidad o cierta ceguera del Partido Popular para recoger el impacto social que ha supuesto la manifestación y hacer pública una postura común en relación al aborto.
Así es, hay una pluralidad de opiniones en el Partido Popular. El PP no se ha identificado históricamente con lo que defendíamos en la calle, ni muestra una voluntad clara de identificarse cara al futuro. Yo le pediría, primero, un compromiso nítido de derogar la nueva ley del aborto. En segundo lugar, determinación para impedir que la ley vigente (la de despenalización del aborto en tres supuestos) se aplique con un claro fraude de ley. Tercero, establecer políticas activas de protección y apoyo a la mujer embarazada, para que, de verdad, ninguna tenga que abortar. Así se haría posible algún día derogar cualquier ley del aborto y hacer que la legislación protegiese al no nacido en todos los casos ¡Pero ni siquiera tengo claro el compromiso popular para derogar la nueva ley que está ahora en el Parlamento!

No, solamente han dicho que quitarían la cláusula de los 16 años.
Esa es una anomalía de la sociedad española. No puede ser que cada vez que gobierna el Partido Socialista haga una pequeña revolución cultural acorde a los tiempos (Felipe González la de los 80, Zapatero la de ahora), y que cuando gobierna el Partido Popular ni toque la cultura. Es como si el PP tuviese unas ideas bastante claras, gusten o no, sobre economía o articulación nacional, pero en el tema cultural –el tema clave de la política del siglo XXI en toda Europa– no tuviese programa. Además yo creo que eso le hace al PP un gran daño, porque no está jugando en el mismo terreno en el que juega la izquierda, se lo deja vacío, entero. ¿Qué es la política de Zapatero? No son teorías económicas, no es sólo una idea de España. ¿En qué terreno juega? En el de los valores y en el de la cultura, y en ese terreno no encuentra contrincante.

¿De dónde nace el corpus humano, la realidad social que se manifestó el otro día?
La base es la sensibilidad católica. Este es un país, gracias a Dios, en el que hay millones de personas formadas todavía en el humus cultural del catolicismo, que luego en su vida podrán ser más o menos coherentes, tener asimilada de una forma racionalizada o no la dimensión cultural de su fe, pero que les inspira. Esa es la gente que se mueve con estas cosas. La gente que se mueve alrededor del Foro de la Familia y tantas asociaciones similares. La gente que sigue teniendo una visión de la vida basada en el humanismo cristiano y en una cierta fe en la trascendencia. Esa es la realidad social de fondo de todos los que estábamos allí.

¿Esta realidad social es un resto del pasado o una creación nueva, debida a un fenómeno re-evangelizador…? ¿Qué es?
Evidentemente, es una herencia del pasado. Es gente que tiene su cabeza anclada en lo mejor de la tradición cultural del mundo occidental, en la confianza en la razón de los griegos, en el sentido de la justicia de los romanos y en la visión trascendente del mundo de los cristianos. En una herencia del pasado en el mejor sentido de la palabra. Pero a la vez no es un fenómeno residual, sino al revés. Es un grupo muy numeroso de gente, que probablemente sea una minoría en la sociedad española o europea actual, pero que no estamos en retirada, estamos afianzándonos cada vez más firmemente para recuperar terreno. En mi percepción es un gran cuerpo muy motivado, con una identidad cada vez más clara (quizás precisamente por ser una minoría en un entorno que no comparte nuestro criterio) y, repito, no en retirada sino con una clara voluntad de interpelar las conciencias, provocar una seria reflexión sobre los hechos y desafiar la mentalidad general.

¿Cuál es el futuro de esta multitud que estaba en la calle?
No lo sé, lo que tengo claro es que un movimiento como éste no debe reducirse a una opción político-partidista, tiene mucha más riqueza. Por otra parte, si los dos partidos mayoritarios siguen insistiendo en no reflejar lo que se piensa en la calle, alguien, algún día, levantará esa bandera, es inevitable. Las elecciones políticas son un mercado donde unos señores –los partidos– ofrecen un producto y otros –los electores– se lo cogen. Pero también donde los electores demandan un producto. Si nadie se lo ofrece aparecerá alguien que ocupe ese nicho de negocio.

Tuvo usted una intervención muy interesante al final de la manifestación, señalando una tarea concreta, cotidiana, a la gente.
El tema del aborto es un tema de los de fondo de nuestra época, va más allá del ámbito de la política. Las leyes son muy importantes e influyen mucho, no cabe duda. Pero este asunto va más allá, al igual que en el siglo I la esclavitud estaba más allá de la política: superarla exigía un cambio de los corazones y de las cabezas. Hoy en día superar la cultura de la muerte exige lo mismo. Así que puse tres “deberes” (risas) a los presentes, tres iniciativas que están al alcance de cualquiera, sea cual sea su posición en la sociedad. En primer lugar, ayudar a que en nuestra sociedad se vea al no nacido como el niño que es, porque estoy convencido de que mucha gente –a pesar de la aplastante evidencia científica– no lo tiene asimilado. Hay montones de personas que consideran que hay un momento inicial, que no se sabe cuánto dura, en que el feto es sólo un montón de células que va creciendo, y ésa es la disculpa psicológica para el aborto. El segundo ámbito de responsabilidad es lo que llamo “hablar bien de las cosas buenas”. Si toda la gente que decimos defender la vida hablásemos bien habitualmente de ella ayudaríamos a recrear el aprecio a la misma en el corazón y la cabeza de todos. Por ejemplo, felicitar a quien se queda embarazada, en lugar de darle el pésame. Finalmente, la tercera vía de trabajo es solidarizarnos con la mujer embarazada, que cada uno de nosotros nos sintamos responsables de cualquier embarazo problemático que haya a nuestro alrededor: «¿Qué necesitas, te puedo ayudar en algo?». Si todos nos acercásemos de esta manera a las mujeres en dificultad acabaríamos prácticamente con el aborto en este país. Porque las mujeres que abortan son las que nos rodean, abortan nuestras hijas, nuestras nietas y sus compañeras de colegio. Esa es la responsabilidad del ciudadano normal para recuperar la cultura de la vida.

Parece que el corazón está naturalmente inclinado a reconocer el valor de un niño en curso, a abrazar a la madre. ¿De dónde nace entonces esta convicción social de que el aborto es un bien? ¿Por qué esta cultura de la muerte?
Yo creo que es el fruto último del racionalismo contemporáneo, que ha convertido a los hombres en pequeños dioses creadores. Descartes nos hizo desconfiar de que con la cabeza pudiésemos conocer con certeza la realidad, Kant nos convenció de que no podemos conocer la realidad con certeza y el idealismo subsiguiente nos hizo creadores de la realidad. Eso, traducido a términos antropológicos, es el existencialismo de los años 60 y 70 y el estructuralismo posterior. Yo no soy una naturaleza que se ejercita en la libertad, sino que con mi libertad creo mi propia naturaleza. Eso es El ser y la nada de Sartre, eso es la ideología de género: yo creo la dimensión sexual de mi personalidad, por lo tanto para mí ya no hay barreras, yo defino lo bueno y lo malo, lo existente y lo inexistente y, por tanto, soy el centro de gravedad, sin imputación para definir lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer. Somos pequeños diosecillos decidiendo quién tiene derecho a vivir y a morir. Es triste pero es así.
Lo peor de la modernidad se tradujo primero a escala superestructural política, con la Revolución Francesa: “Vamos a crear la sociedad”. Luego Marx nos lo trasladó a escala económica: “Es en las relaciones de producción donde está el botón para liberar a la humanidad”. Y, hundido el socialismo, la batalla se ha trasladado al último sitio donde se puede trasladar, a cada persona: “Ahora yo me libero de la propia realidad”. Hay una definición del cardenal Ratzinger, antes de ser Papa, absolutamente clarividente: «El hombre moderno con su ateísmo ha querido liberarse de una instancia externa a sí mismo, Dios, que le diga algo sobre su propia verdad como hombre. El hombre moderno con su materialismo ha querido liberarse de las exigencias para su conducta de admitir que es también un ser espiritual y no material. Y ahora el hombre moderno con la ideología de género quiere liberarse de su propio cuerpo. Ya sin Dios, sin alma y sin cuerpo, el hombre moderno es una voluntad que se auto crea, es un dios para sí mismo». Y eso es lo que estamos viendo.

Y finalmente está la cuestión educativa, que parece la crucial puesto que el futuro será de quien eduque a las generaciones posteriores. Hay sectores amplios de la sociedad cristiana que no consiguen transmitir a sus hijos el testigo de la fe, ¿por qué ocurre eso?
Por varios factores. Para transmitir el testigo de la fe hay que tenerla. Tú puedes transmitir con convicción si tienes una identidad clara y, por desgracia, hoy en día hay muchos cristianos que no tienen clara su identidad. Además, influye como un virus en la conciencia de los cristianos el tópico moderno de que afirmar que hay cosas que siempre son buenas y malas, que hay cosas verdaderas y falsas, se opone a la libertad de los demás. Eso convierte en impotentes a los padres para educar a sus hijos, no se atreven a darles referencias, a fijarles criterios, a exigirles, y eso es lo que ayuda a la cultura ambiental. Lo que yo percibo es que todo un sistema social, familias, colegios, profesores, se han auto desarmado para educar. Porque, al final, educar es asomarse a ese pozo sin fondo que es un niño para sacar de él todo el bien y la verdad de que es capaz. En el fondo, el niño se educa con nuestra ayuda. Sócrates comparaba su función con la de la comadrona, decía: «Yo no doy a luz, la comadrona no da a luz, la comadrona lo que hace es tirar desde fuera para ayudar». Pues la educación es así. Quien no tiene identidad propia, quien no tiene seguridad en la vida, no sabe cómo extraer el niño, como orientarle. Hoy en nuestra sociedad hay dos tipos de niños. Aquéllos a los que desde pequeños se les ha dicho que hay cosas buenas y malas y aquellos a los que nunca nadie les ha dicho que las cosas son así. Es más, aquellos a los que se les ha enseñado desde pequeñitos a desconfiar de quienes les digan que hay cosas verdaderas y falsas. Con los primeros se puede hacer una labor educativa. Al que se le ha imbuido la idea del relativismo intelectual, y por tanto moral, como la única actitud ante la vida, es materialmente imposible educarle.
Quien tiene claro qué le ayuda a ser feliz o qué le hace infeliz, qué cosas son verdaderas y cuáles son falsas, puede educar. Por eso, muchas veces nuestros abuelos educaban sin haber leído un libro de antropología psicológica, ni de pedagogía emocional, ni falta que les hacía... Sabían por experiencia qué era bueno y qué era malo, y por lo tanto podían transmitirlo.

Volviendo al tema inicial, el Gobierno aprobará la Ley en los términos que considere adecuados, da igual qué retoque cosmético le haga. ¿Qué hacemos?
Pues seguir trabajando por la defensa de la vida. Tenemos unos objetivos claros: convencer a todos y cada uno de los españoles de que hay que defender la vida. Eso vamos a hacerlo con la ley vigente, con la que nos aprueben mañana, o con la que sea. Ojalá las leyes nos ayuden, y no sean tan malas o puedan incluso ser buenas, pero esta batalla ya no está en las leyes. Vamos a seguir generando la cultura de la vida y trabajando por recuperarla, que es lo importante. Algún día los políticos tendrán que hacernos caso.