Los pasos de Pedro
en el corazón de la historia

primer plano
tras el viaje a tierra santa
Davide Perillo

Razón. Educación. Testimonio. Un mes después de una peregrinación que, con el paso del tiempo, muestra cada vez más su trascendencia histórica, Stefano Alberto desgrana algunos de los temas fundamentales que Benedicto XVI ha abordado hablando del corazón, la libertad y la oración ante el sepulcro vacío

«Ampliar la razón. Educar un nuevo sujeto. Vida como testimonio». Ya ha pasado un mes desde la visita de Benedicto XVI a Tierra Santa y los tres temas que el Santo Padre ha retomado con insistencia en los ocho días de su peregrinación –que Comunión y Liberación ha querido difundir ampliamente– cobran una relevancia aún mayor como líneas maestras que merece la pena retomar, comprender y profundizar. No son los únicos, por supuesto, pero ciertamente se encuentran entre los más significativos para señalar un momento que muchos han definido como “histórico”. Stefano Alberto, profesor de Introducción a la Teología en la Universidad Católica de Milán y uno de los responsables de CL, utiliza también este adjetivo: «En los próximos meses nos iremos dando cuenta de que realmente ha sido una visita histórica».

¿Por qué?
Fundamentalmente por dos motivos. En primer lugar porque la valentía y el realismo de Benedicto XVI han supuesto el testimonio más elocuente de lo que él mismo había dicho en el discurso a la Asamblea Plenaria de la Congregación para el clero: en el misterio de la Encarnación se fundamenta el contenido y el método del anuncio cristiano. En segundo lugar, por razones históricas: con su presencia, poniendo en riesgo su propia persona en la región más atormentada del mundo, el Papa ha demostrado que puede darse una convivencia pacífica a partir de la raíz religiosa, afianzando así la esperanza de la gente que vive allí. El Papa ha apostado por las razones del diálogo frente a las de la guerra o el terrorismo.
Partamos de ahí: de la «raíz religiosa» de la convivencia y de la relación entre la fe y una razón «ampliada». De hecho es la línea que abrió en Ratisbona. ¿Cómo ha retomado ese hilo en la peregrinación?
Quizá un momento clave haya sido el discurso en la mezquita de Ammán. En respuesta al saludo del príncipe Ghazi Bin Talal, el Papa retomó la idea de que asociar a Dios –o la religión– con la violencia es contrario a la naturaleza misma de Dios. Ése era precisamente el tema de Ratisbona que tantos malentendidos produjo. El Pontífice lo ha retomado aquí en positivo, insistiendo en que la religión no es un factor de división más que para aquellos que la instrumentalizan, manipulándola con fines de poder. Benedicto XVI explica que el diálogo es posible precisamente a partir de la conciencia de que la fe purifica la razón.

¿Qué significa que «la fe purifica la razón»?
Es una idea fundamental que el Papa persigue tenazmente: el uso reducido de la razón es la auténtica enfermedad del hombre contemporáneo. Lo que, además de ser peligroso, puede desencadenar consecuencias paradójicas. La escisión entre saber y creer –propia de la época moderna– relega la fe al ámbito privado como mero impulso ético o acto de la voluntad. Lo cual genera el efecto contrario: avanza una tergiversación de la fe en el espacio público, una concepción que parte precisamente de la negación del saber, en lugar de una fe que respeta la exigencia de razonabilidad inserta en cualquier confesión. La modernidad confina la fe a la esfera privada, la reduce a ética o sentimiento privándola de su valor de conocimiento. El riesgo del fundamentalismo islámico es exactamente negar al acto de la fe su carácter razonable.

¿Pero ése no es un riesgo que corremos también nosotros, los “occidentales”?
Sí, porque la raíz es la misma: la reducción de la propia humanidad y del recorrido cognitivo de la fe. Se infravalora la necesidad de descubrir en la vida, en las relaciones entre los hombres y en la sociedad civil, lo que significa este uso ampliado de la razón y qué significa dar plena dignidad a una fe que es instancia purificadora de la razón. La razón se reduce así a medida en lugar de ser apertura, reconocimiento de la verdad.

Está claro que hay que tener valor para tratar estos temas en Oriente Medio. Pero, en el fondo, el Papa lo ha hecho con los mismos argumentos que en otras ocasiones –dirigiéndose a Occidente– ha utilizado para defender la Libertas Ecclesiae: la fe amplía el horizonte de lo humano y eso protege a la sociedad civil, es un bien para todos…
Es interesante que el Papa no use un lenguaje diferente cuando habla a los hombres de cultura europea o cuando toma la palabra en un contexto completamente diferente, como es el de Oriente Medio. Su mirada confía plenamente en lo que siempre hemos llamado “corazón”: las exigencias y evidencias que constituyen la estructura original de cada hombre. No se deja amedrentar por el riesgo de que su persona o sus palabras puedan ser, de una u otra manera, reducidas a esquemas ideológicos o políticos. Tampoco le asusta que, en un contexto como el actual, sea largo el camino para recobrar las razones profundas de la fe y de lo humano. En este sentido se comprende el acento que ha puesto en otro factor fundamental: la educación. Ha sido clave, por ejemplo, la colocación de la primera piedra de una Universidad Católica, abierta también a los no cristianos: un gesto altamente simbólico y a la vez muy concreto. La visión de Benedicto XVI tiene un valor histórico. Sabe muy bien que sólo un cambio profundo en el corazón del hombre puede permitirle vencer el miedo, el odio y las heridas que martirizan la tierra de Jesús.

Como dijo una vez don Giussani: «Las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre».
Es verdad. En este sentido es fascinante ver cómo el Papa se ha dirigido a la pequeña comunidad cristiana que vive en los lugares históricos donde vivió Jesús: ha animado a ese «pequeño rebaño» a dar testimonio, a pesar de las dificultades cotidianas y de la intolerancia de la que son objeto, tanto por parte israelí como árabe.

¿Por qué ha insistido tanto en el testimonio?
Porque el Papa apela a la raíz el testimonio. Éste no es fruto del esfuerzo personal, sino del agradecimiento a la iniciativa que el Misterio tiene en nuestra vida. Benedicto XVI lo ha repetido allí donde las piedras mismas gritan esta iniciativa de Dios, que quiso hacerse compañero de los hombres que caminan hacia el Destino. También admirable fue su manera de remitir a la exhortación de Juan Pablo II: «¡No tengáis miedo!». Ha sido constante el reclamo a la esperanza, que no es la confianza genérica en un futuro mejor. La esperanza cristiana permite afrontar lo arduo, las circunstancias cotidianas, apoyados en la presencia de Cristo resucitado.

Otro reclamo del Papa a todos los cristianos, no sólo al «pequeño rebaño», se refería a «la valentía de la convicción que nace de una fe personal, y no simplemente de una convención social». Esta «fe personal» es la que nos permite esperar…
Sí. Esta fe –lo ha recordado el Papa– nace de «ver» y de «tocar», es decir, de la presencia concreta de Cristo a través de los sacramentos. Es un reclamo clave para nosotros, occidentales, que vivimos en un contexto que conserva huellas del cristianismo, pero en el que ya somos “un pequeño rebaño”. Frente a la tentación de reducir el anuncio cristiano a sus consecuencias éticas (pensemos, por ejemplo, en cómo algunos enfatizan la acogida o la solidaridad), con gran coraje el Papa ha recordado a los cristianos que su aportación a la convivencia es la fidelidad al origen del cristianismo. El origen es una persona, Jesucristo. Si olvidamos este origen, esta relación viva que nos regenera continuamente, es inevitable que nuestra fe, antes o después, acabe por asimilarse a la mentalidad dominante.

Benedicto XVI ha hablado de la necesidad de una «constante conversión a Cristo»: esto no sólo cambia «nuestras acciones sino también nuestro modo de razonar»…
El cambio de la historia, de la realidad y de las circunstancias, no nace de los grandes proyectos, sino de ese cambio de la mirada que sólo la presencia de Cristo nos puede dar. Por eso es significativo que el Papa haya tomado el ejemplo de los centros educativos donde judíos, musulmanes y cristianos conviven y colaboran en un trabajo común: son ya indicios ciertos de que la realidad puede cambiar y de que el único método válido es el cambio de los corazones.

A propósito de educación, hay otro punto que el Papa ha subrayado, precisamente en la Universidad de Madaba: «No cabe duda de que, cuando promovemos la educación, proclamamos nuestra confianza en el don de la libertad». Es decir, se asume un riesgo. Se apuesta por la libertad. ¿No te parece una perspectiva fascinante para el que está llamado a educar?
Fascinante, como la mirada que el cristianismo aporta al hombre. Es un factor indispensable asociado a la razón, a la invitación a usarla teniendo en cuenta toda su apertura. La libertad es condición y también consecuencia afectiva de un recto uso de la razón. El miedo sofoca la libertad. El anuncio de un bien presente abre de nuevo el espacio. El espacio fundamental es precisamente el espacio educativo, en el que sobre todo las jóvenes generaciones pueden ser ayudadas y desafiadas a poner en juego su humanidad en el seno de la tradición, reconociendo lo que une a los hombres y les permite dialogar. Sin libertad, el hombre deja que sus exigencias originales se vayan apagando. No usa el “corazón”, como lo entiende la Biblia. Así, cae presa del prejuicio y del resentimiento con más facilidad, lo cual genera a su vez prejuicio y resentimiento.

¿Cuál fue, para ti, el momento más intenso de la peregrinación?
Quizá el gesto final: Pedro arrodillado ante el sepulcro vacío. Su oración, su recogimiento, eran la síntesis de lo humano frente al lugar que contempló la victoria de Cristo sobre la muerte. Allí se percibía físicamente que todo se confiaba a Su Presencia victoriosa: el dolor, la dureza de la incomprensión, la extrema dificultad del camino de la paz... Todo era abrazado en un abandono a Cristo, que precisamente allí derrotó el mal para siempre.

De esta manera está con nosotros, para siempre.
La última palabra sobre el camino humano es una palabra de certeza sobre Él. Por tanto, una palabra de esperanza.