La elección de Abrahán y los desafíos del presente

PÁGINA UNO

Apuntes del diálogo de Julián Carrón, Joseph Weiler y Mónica Maggioni en el Meeting por la amistad entre los pueblos, Rímini, 24 de agosto de 2015

Monica Maggioni. Buenas tardes a todos. Estamos todos expectantes, porque esta tarde vamos a tratar de introducirnos en un tema complejo, en un título como «La elección de Abrahán y los desafíos del presente». Y, sobre todo, vamos a tratar de hacerlo de una forma especial, nacida de una conversación entre tres amigos que han decidido aceptar un desafío verdaderamente grande: darle la vuelta completamente a una forma de relato, manteniendo en el centro las cosas que dicen, que piensan y que sienten. Vamos a tratar de recorrer juntos este camino. Para ello, empecemos a narrar.


ABRAHÁN Y EL NACIMIENTO DEL YO

Primera voz. «El Señor dijo a Abrán: “Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra”» (Gn 12,1-3).

Segunda voz. «Salta a la vista que el proyecto más realista sobre la vida de Abrahán no era el suyo propio, sino el de Otro. Y esto, si se acepta en su manifestación inicial, se debe verificar después con el tiempo. De este modo, Abrahán experimentará la familiaridad con aquella Presencia que le había trastocado y arrastrado lejos de su casa, en el episodio del encinar de Mambré (Gn 18), cuando el misterioso Ser sea huésped al que alimentar y servir a la sombra de un árbol “en lo más caluroso del día”». (L. Giussani, El rostro del hombre, Encuentro, Madrid 1996, p. 26).

Tercera voz. «La idea era que un ser humano tiene que ser real antes de que pueda esperar recibir cualquier mensaje sobrehumano; es decir, debe hablar con su propia voz (no una de esas voces que se toman prestadas), debe expresar sus propios deseos reales (no lo que imagina que desea), tanto en el bien como en el mismo mal, sin máscara alguna, sin velo, sin representar personaje alguno». «¿Cómo podrán encontrarse cara a cara los dioses con nosotros si no llevamos el rostro descubierto?» (C.S. Lewis, Carta a un lector).

Maggioni. Hemos escuchado las palabras del Génesis, de don Giussani y de Lewis. Joseph Weiler, partamos de aquí: de este Abrahán en relación hasta el nacimiento del yo.

Joseph H.H. Weiler. Para mí, el acontecimiento de Abrán, o Abrahán, representa una revolución. O mejor dicho, tres revoluciones. Parto de la primera. No estoy de acuerdo, don Carrón, en que sea la primera vez que Dios interviene en la historia. Antes se produjo el diluvio, y Dios habló con Adán. Habla con Caín, y le dice: «La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo». Y habla con nosotros. Dios ya ha hablado. Pero la primera revolución en Abrahán radica en la naturaleza de la conversación entre Dios y el hombre. Y para mí la palabra clave es Alianza. Dios ofrece –no impone– a Abrahán una Alianza. Y es la primera Alianza. ¿Por qué insisto en la importancia de la Alianza? Porque en una Alianza hay dos partes, y ambas son soberanas. «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre» no es una orden, sino una propuesta: «Te propongo marcharte, te propongo una tierra prometida: pero te corresponde a ti decidir». Esta naturaleza de la Alianza que responsabiliza al otro, en la que el otro debe asumir su propia responsabilidad, no es una obediencia: es la aceptación de un hombre creado a imagen de Dios y que tiene la posibilidad incluso de decir que no a Dios. De hecho, cuando Dios le dice a Abrahán: «Sal de tu tierra», espera con ansia ver cómo será la respuesta de Abrahán. Esta es la primera revolución: no el hecho de hablar con el hombre, sino la naturaleza de la conversación entre dos personas soberanas.

Maggioni. Por tanto, aquí se da un paso más.

Julián Carrón. Es justamente este yo capaz de responder lo que emerge por primera vez en Abrahán. Porque la relación de familiaridad que Dios había comenzado con el hombre al crearle se había interrumpido. El hombre ya no aceptaba la relación con su Creador. En un momento dado, Dios quiso entrar de nuevo en relación con ese hombre que se había alejado de Él. Siendo bien consciente, por así decir, de la necesidad que tenía el hombre, para que se cumpliera su vida, de vivir y reconocer la relación con Él, Dios tomó una iniciativa imprevisible: quiso intervenir de nuevo, entrando en la historia y llamando a un hombre, Abrahán, para despertar su yo, en cierto sentido para hacerlo nacer. Es la propuesta de la Alianza que, de hecho, hace surgir un yo capaz de responder a Dios, consciente de su singularidad irreductible y de su propia tarea en la historia. Es la invitación de un Tú lo que genera un yo capaz de responder. Esto es lo que sorprende en la vida de Abrahán: como nos ha dicho el profesor Giorgio Buccellati, para los mesopotámicos no era posible llamar de “tú” al hado, al destino. Pero que el yo sea constitutivamente relación con un tú, como nos enseña la historia de la Alianza, es lo que podemos constatar observando la experiencia humana elemental de cada uno, sin que tengamos que imaginar lo que sucedía en tiempos de Abrahán. Lo refleja muy bien esta expresión de un cantante italiano: «Si tú no estás, yo no soy yo, y me quedo solo con mis pensamientos» (Vorrei, letra y música Francesco Guccini). Sin un tú, la vida decae y todo se vuelve previsible. Sin Alianza, sin diálogo con ese Tú, en el fondo, ya no hay nada imprevisto, nos vemos atrapados en lo previsible, como les sucedió a los mesopotámicos primero y después a los griegos. Entonces tenemos que conformarnos, como decía Esquilo: «Ningún mortal debe fomentar pensamientos que superen su condición mortal». En cambio, al llamarle, Dios hace surgir en Abrahán todo su deseo de hombre, para que pueda secundar la propuesta de la Alianza, percibiendo desde el comienzo su conveniencia humana. Y esto no es en primer lugar una cuestión ética: tiene que ver con la naturaleza misma del yo. Sin ese Tú, sin esa Alianza, el yo no es propiamente yo.

Weiler. Estoy de acuerdo. Y en mi opinión sería necesario interpretar así también la Tierra prometida. No es solo un territorio: la «Tierra prometida» es otro tipo de vida, otro tipo de responsabilidad, otro tipo de relación entre seres humanos y seres humanos y entre seres humanos y Dios. ¿Podemos pasar a las otras dos revoluciones?

Maggioni. ¡Por supuesto! Porque constituyen las revoluciones que la figura de Abrahán representa: es la imagen de la ruptura de la relación. A partir de ahí comienza seguramente otro tipo de recorrido: se aprecia muy bien en la exposición, se comprende leyendo los textos.

Weiler. Como ha dicho Carrón, el protagonista de la primera revolución no es Abrahán: es Dios, que ofrece una relación casi de paridad. «¡Os invito!». Como decía Juan Pablo II, «se propone, no se impone». Pero estas son las otras revoluciones. Dios decide destruir Sodoma y Gomorra. Leo: «¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que voy a hacer? Abrahán se convertirá en un pueblo grande y numeroso, y en él se bendecirán todos los pueblos de la tierra. Lo he escogido para que mande a sus hijos, a su casa y a sus sucesores que guarden el camino del Señor, practicando la justicia y el derecho». Es una propuesta revolucionaria, porque hasta este momento Dios no ha instruido a Abrahán, no le ha dado la ley, no le ha enseñado la moralidad. La moralidad, la sensibilidad ética, está enraizada en la razón que forma parte de la naturaleza humana. Esto es lo revolucionario: cuatro mil años antes de Emmanuel Kant, encontramos ya una interioridad que tiene la sensibilidad ética de actuar con justicia sin haber sido instruida, ni siquiera por Dios. Es algo que forma parte del ser humano. Esta es la segunda revolución. La tercera es Abrahán a lo grande. Porque Dios dice: «Voy a destruir Sodoma y Gomorra». Y Abrahán no responde: «Sí, Señor». Abrahán pregunta: «¿Cómo es posible? ¿Y si hubiera en Sodoma y Gomorra cincuenta inocentes? No es posible que tú, Dios, el juez de toda la tierra, no hagas justicia al destruir a los inocentes con los culpables…». ¿Por qué es esto revolucionario? Porque hasta ese momento, si Dios decía algo significaba que era de por sí justo. En cambio, esta es la revolución copernicana de la justicia: «Si no es justo, no puede ser de Dios». Esto no sucedía antes en nuestra civilización. Aquí vemos a Abrahán en toda su estatura…

Carrón. ¿Por qué sucede, en la escena del mundo, algo que nunca había sucedido antes? Esta es la pregunta a la que hay que responder. Esta novedad sucede como consecuencia de un acontecimiento histórico, de la entrada del Misterio en la historia, como señalaba antes. El hombre, en su estructura constitutiva, existía ya antes de Abrahán; pero, como dice don Giussani, lo que existe en el hombre como estructura, en potencia, emerge y se realiza solo en relación con una provocación. Por tanto, era necesaria una provocación adecuada para que saliera a la luz toda la sed de justicia que había en aquel hombre, Abrahán, que interviene pidiéndole a Dios razón de lo que va a hacer. Era necesario ante todo que emergiese por completo esa capacidad del yo que pertenece, como potencialidad, a la estructura humana. Pero para ello se necesitaba un tú, la intervención de ese Tú. Como vemos en la experiencia del niño, que necesita de un tú –el de la madre– para que se despierte la conciencia de sí mismo. Sin un tú no existe el yo.

Weiler. Yo siempre me imagino, de forma un poco fantasiosa, que Dios, antes de decir: «Abrahán, voy a destruir Sodoma y Gomorra», decide ponerle a prueba. Dios espera y piensa: «Veamos qué dice Abrahán. Veamos si acepta, si dice: “Sí, sí. Tú lo dices. ¡Que sea así!”». Y en cambio, Abrahán rebate con audacia: «¿Cómo es posible que Tú, Dios, el juez de toda la tierra, no hagas justicia?». Pues bien, en este punto, dentro de mi fantasía, Dios sonríe y dice: «¡Esto es, así lo he querido, así lo he querido!».

Carrón. Lo que me llena de asombro es observar qué tipo de ser humano emerge por la intervención de Dios. En el diálogo de la Alianza entre el Tú de Dios y su yo, vemos manifestarse toda la potencia del deseo de Abrahán. Es un determinado tipo de hombre lo que emerge en la historia que comienza con Abrahán. Que el salmista pueda decir: «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo. / Mi alma está sedienta de ti, / mi carne tiene ansia de ti / como tierra reseca, / agostada, sin agua» (Sal 63,2), nos permite comprender la provocación que debió de recibir Abrahán para que en su persona se despertase semejante sed. Para poder decir «Yo» con esta conciencia de la relación que la fundamenta, para verse despertada hasta ese punto, la naturaleza humana debe encontrarse ante una provocación adecuada.

Weiler. Estoy completamente de acuerdo.


LA DECADENCIA DEL YO

Maggioni. Esta es la provocación: el surgimiento de la conciencia del yo. Sin embargo, decía Carrón, esta conciencia no se recobra “para siempre”. No es un dato adquirido una vez para siempre. Es una realidad en continuo devenir, una realidad que hay que reconstruir a cada momento…

Carrón. En un momento dado, Isaías dice: «Señor, te esperamos ansiando tu nombre y tu recuerdo» (Is 26,8). ¡Qué atractivo debe de haber experimentado el hombre delante de esa Presencia para llegar a decir: «Te esperamos ansiando tu nombre y tu recuerdo»!

Maggioni. Tú dices: «¡Qué atractivo…!». Sin embargo, a veces parece que no percibimos ese atractivo, que no lo vemos, que no somos capaces de interceptarlo. Es el momento en el que tenemos la sensación de la decadencia del yo.

Primera voz. «En otros tiempos uno se convertía en adulto muy pronto. [Hoy día existe una continua carrera hacia la inmadurez]. Antaño un chico maduraba a toda costa. (…). Hoy en día, los jóvenes no saben quiénes son. (…). Prefieren quedarse pasivos. Viven envueltos en un misterioso letargo. No aman el tiempo. Su único tiempo es una serie de instantes que no forman una cadena ni están organizados en una historia» (P. Citati, «Questa generazione che non vuol crescere mai», La Repubblica, 2 de agosto de 1999, p. 1).

Segunda voz. «La herida ha sido el aburrimiento, el aburrimiento invencible, el aburrimiento existencial que ha matado el tiempo y la historia, las pasiones y las esperanzas. No veo en ellos esa profunda melancolía (…). Veo ojos estupefactos, estáticos, aturdidos, huidizos, ávidos sin deseo, solitarios en medio de la multitud que los contiene. Veo ojos desesperados, […] eternos niños, […] una generación desesperada […] que avanza. Intentan salir de ese vacío de plástico que les rodea y les sofoca. Su salvación está únicamente en sus corazones. Nosotros solo podemos mirarles con amor y temor» (E. Scalfari, «Quel vuoto di plástica che soffoca i giovani», La Repubblica, 5 de agosto de 1999, p. 1).
«¿Quién habría podido imaginar que la larga parábola que, desde el Humanismo y el Renacimiento –nacidos con la intención de afirmar lo humano–, nos ha conducido hasta aquí, desembocaría en este letargo y aburrimiento existencial?» (J. Carrón, Madrid 19 de noviembre de 2010).

Tercera voz. «Todo conspira para callar en nosotros, un poco como se calla / tal vez, una vergüenza, / un poco como se calla una esperanza inefable» (R.M. Rilke, «Seconda Elegia», vv. 42-44, en Elegie duinesi, Einaudi, Turín 1978, p. 13).

Maggioni. Dos intelectuales contemporáneos, Citati y Scalfari; un gran poeta, Rilke; y la contraposición de esa construcción de Dios, de la que hemos partido, con este momento, en el que sentimos disolverse esa unidad en torno a la cual nos estábamos moviendo…

Weiler. Yo trabajo como profesor de Derecho. Doy clase en Estados Unidos, en Europa y en Asia. Tengo la impresión de que en todas partes existe la misma disposición. Los jóvenes que vienen a mis clases de Derecho constitucional están obsesionados con la palabra derechos: «derechos del hombre», «derechos fundamentales», «¿dónde están nuestros derechos?»… Entendedme, no me gustaría vivir en una sociedad que no respetara los derechos del hombre, los derechos fundamentales, la igualdad. Pero hay una palabra que no escucho nunca: responsabilidad. Deberes. No hay nadie que, en lugar de preguntarme: «Profesor, ¿cuáles son nuestros derechos fundamentales?», me pregunte: «¿cuáles son nuestros deberes fundamentales? ¿En qué consiste nuestra responsabilidad?», en vez de descargar en los demás nuestra responsabilidad por lo que sucede. «Es terrible», dicen. Es siempre responsabilidad de otro. Esta es la reducción del yo, este es el mensaje contrario a Abrahán. Porque Abrahán es alguien que asumió la responsabilidad de sus actos, de su existencia, de lo que sucedía a su alrededor. Si hablamos de la reducción, si pienso en Rilke, en Scalfari, esta es la palabra clave: no derechos, sino responsabilidades. Deberes.

Carrón. Si hemos prestado atención a las palabras de Citati, de Scalfari y de Rilke, describen muy bien en qué consiste esta decadencia del yo. Pero si las dimensiones del yo están enraizadas originalmente en la naturaleza humana, ¿cómo es posible que decaigan históricamente? ¿Cómo es posible que desde el deseo del hombre de convertirse en protagonista, con el que comenzó el Humanismo, hayamos terminado en este letargo, en este aburrimiento? Me impresiona mucho esta frase de Hannah Arendt: «El hombre moderno no ganó este mundo cuando perdió el otro, y tampoco la vida se vio favorecida por ello. (…) Es perfectamente entendible que la edad moderna –que comenzó con un excepcional y prometedor vigor– termine en la más mortal y la más estéril pasividad que la historia haya conocido jamás» (H. Arendt, Vita activa. La condizione umana, Bompiani, Milán 1994, pp. 239-240). Es una frase impresionante, porque obliga a reconsiderar nuestra posición: nosotros pensamos que el relato de Abrahán es solo para gente piadosa, para los devotos, pensamos que alude a una cuestión ética, que no necesitamos la relación con un tú –con ese Tú– para decir: «Yo» con toda nuestra capacidad de respuesta, de responsabilidad, de conciencia. Y en cambio vemos que, en cuanto decae esta relación, caemos en el letargo y el aburrimiento. De hecho, en un momento dado, el Misterio, que había entrado en la historia con Abrahán, fue percibido como algo contrario u hostil para el hombre, y esa actitud tuvo como consecuencia la decadencia del yo. Es significativo que ciertas expresiones artísticas, pienso en el cine, parezcan volver en la práctica a lo que era el mundo antiguo y greco-latino, antes de la llamada de Abrahán y del acontecimiento de Cristo. Pienso en la frase de Fanny y Alexander, la película de Ingmar Bergman (1982): «Nosotros los Ekdahl, precisamente, no hemos venido al mundo para escrutarlo a fondo. No. No estamos preparados, pertrechados para ciertas indagaciones. (…) Viviremos en lo pequeño…, en el pequeño mundo. Y nos conformaremos con él. Lo cultivaremos y lo usaremos del mejor modo posible. (…) La vida es así. [Vuelve lo previsible] Justamente por ello es necesario (…) gozar de este pequeño mundo [¿en qué consiste la vida?], de la buena cocina, de las sonrisas dulces, de los frutales en flor e incluso de un vals». He aquí en qué ha terminado el yo desde que ha decaído la conciencia de esa relación constitutiva, que para nosotros hoy está prácticamente reducida a una especie de espiritualidad, de ética, de fábula religiosa para visionarios. Nosotros pagamos en nuestra carne esa decadencia con nuestro letargo, con nuestro conformarnos: al faltar la provocación, no apremia en nosotros el deseo de responder del que brota toda la potencia, la capacidad creativa del yo.

Weiler. Estoy de acuerdo, pero me gustaría introducir una “nota bene”. Yo soy una persona religiosa, pero no debemos pensar que las personas religiosas tenemos la verdad y que los laicos, por la falta de Dios en su vida, están condenados a una reducción del yo. Esta reducción puede suceder también en la persona religiosa.

Carrón. Ya lo había previsto Nietzsche. Al anunciar la “muerte de Dios”, no pensó que la religión estuviese acabada, sino que se mantendría cierto tipo de religión, incapaz de despertar el yo.

Weiler. Un laico ateo puede tener una vida plena, puede tener su tierra prometida, asumir su responsabilidad. Aquí el peligro es la soberbia, la hubris. No sé si sabéis el dicho que me más me gusta de todos los profetas: «¿Qué quiere Dios de ti? Que hagas justicia, que ames la bondad y que camines humildemente con tu Dios» (cf. Mi 6,8). Subrayo este humildemente.

Maggioni. Creo que no es una casualidad que las tres provocaciones de las que hemos partido no proceden de hombres religiosos, no provienen de una dimensión estrictamente religiosa…

Carrón. Estas cosas no las decimos solo los hombres religiosos, como hemos visto, porque son la constatación de lo que sucede. Me asombra siempre cómo identificó Giussani el drama de nuestro tiempo, ese que tú, Joseph, llamabas «falta de responsabilidad»: es como el decaer de algo, de la “motilidad” del yo, dice él. No se trata tanto de un problema de debilidad ética: «Me gustaría destacar una diferencia entre las generaciones de jóvenes de hoy y las de los jóvenes a los que conocí hace treinta años. Creo que la diferencia estriba en que ahora se da una mayor debilidad de la conciencia; una debilidad que no es ética, sino de la energía de la conciencia» (L. Giussani, L’io rinasce in un incontro. 1986-1987, BUR, Milán 2010, p. 181). No es que los jóvenes de hoy sean más o menos perezosos que antes, no es que cometan más o menos errores: todos cometemos siempre los mismos errores. La cuestión es que decae la capacidad de adhesión a algo distinto de uno mismo. Porque para poder adherirse se necesita un atractivo adecuado, capaz de mover al yo. La relación –el tú– no es secundario, no es accesorio, sino que es parte constitutiva de la definición del yo: «Si tú no estás, yo no soy yo». Esta relación es crucial.

Weiler. Si tenemos dos minutos, me gustaría plantearle a Carrón una pregunta. Creo que muchos aquí se la hacen, y puede ser que no se atrevan a plantearla. Tiene que ver con la famosa historia de Abrahán e Isaac. Dios llama a Abrahán y le dice: «Toma a tu hijo». Abrahán responde: «Tengo dos». «A tu hijo único». Y él: «Los dos son únicos». «Ese hijo al que amas». «Amo a los dos…». «Toma a Isaac y ofrécemelo en sacrificio». Y Abrahán no dice: «Sí, sí, Señor». Sin decir una palabra, se pone en camino. Se podría pensar: ¿no es un poco como estos fundamentalistas de hoy, que en nombre de Dios están dispuestos a cometer crímenes tremendos? ¿Cómo respondemos a este desafío de Abrahán?

Carrón. Creo que este es el desafío al que es necesario responder, porque se trata de la cuestión decisiva: ¿qué puede mover a una persona a tomarse en serio una invitación como esa? ¿Qué debió de haber visto y experimentado Abrahán? ¿Cómo debía de estar tejido de esa Presencia el yo de Abrahán para tomar en consideración una orden semejante? ¿Cómo puede un hombre responder a tal provocación? En la Alianza que Dios establece con Abrahán encontramos el inicio de una historia que avanza, que evoluciona, que da pasos y progresa. Dios empezó desde lo que había, desde el yo tal como era al principio, con todas sus dificultades y todos sus límites, proponiéndole una Alianza para vincularlo a Sí. La historia de la Biblia está llena de los límites del hombre, no hay mitificación alguna del hombre, porque es el hombre real el que ha sido despertado por un Tú. Al aceptar esta apuesta, irracional a primera vista, Abrahán descubre por fin el verdadero rostro de su Dios, que no quería la muerte de Isaac, sino que deseaba unir a Abrahán a Sí mismo. Porque justamente cuando el hombre decae en esta relación, aparecen el letargo, el aburrimiento invencible, un vacío que no es inocuo, como podemos ver.

Video de imágenes tomadas de los noticiarios de RaiNews24 sobre los atentados terroristas en la redacción de Charlie Hebdo y en el supermercado Hyper Cacher en París, el 7 de enero de 2015.


EL DESAFÍO EDUCATIVO

Maggioni. No es nuestra intención reducir este trozo de presente, este trozo de historia, este desafío contemporáneo a la cuestión del “vacío del yo”; pero la cuestión del “vacío del yo” está presente ahí, como lo está la cuestión de la responsabilidad que afrontábamos antes. En aquellos días, en los días posteriores a los atentados de París, en los días que pusieron de manifiesto ante nuestros ojos la emergencia que estábamos viviendo, Julián Carrón escribía en el Corriere della Sera:
«Estimado director, se ha hablado mucho de los sucesos de París desde que se han producido. Nadie ha podido evitar un sentimiento de confusión o miedo. Los muchos análisis que se han hecho han ofrecido puntos de reflexión interesantes para comprender un fenómeno tan complejo. Pero un mes después, cuando se ha impuesto la normalidad de la vida cotidiana, ¿qué es lo que ha quedado? ¿Qué puede impedir que estos hechos, aun siendo tan impactantes, sean rápidamente borrados de la memoria? Para ayudarnos a recordar es necesario siempre identificar la verdadera naturaleza del desafío que representan los atentados de París».
Cuál es el desafío, desde luego. Sin embargo, el análisis de Carrón no se detiene aquí.
«Es un problema de Europa y el partido más importante se juega en casa. El verdadero desafío es de naturaleza cultural y el terreno de juego es la vida cotidiana. Cuando los que abandonan su tierra y llegan a la nuestra buscando una vida mejor, cuando sus hijos nacen y se hacen adultos en Occidente, ¿qué ven? ¿Pueden encontrar aquí algo que atraiga su humanidad, algo que desafíe su razón y su libertad? El mismo problema se plantea con nuestros hijos: ¿tenemos algo que ofrecerles que esté a la altura de la búsqueda de cumplimiento y de significado que tienen dentro? En muchos jóvenes que crecen en el mundo occidental reina un vacío profundo que constituye el origen de esa desesperación que termina en violencia» (J. Carrón, «La sfida del vero dialogo dopo gli attentati di Parigi», Corriere della Sera, 13 de febrero de 2015, p. 27).
En aquellos días, una de las opiniones más difundidas por los que quieren alejar siempre el problema de sí mismos, como si fuese algo distinto de ellos, era que ese asunto no nos afectaba. Que esa historia era el emblema de un “nosotros” y de un “ellos”, de una distancia, de algo que precisamente por ser distinto de nosotros llega a serlo de verdad. Al escribir esta carta, Julián, tú trajiste ese trozo de historia, trágica y dolorosa, a nuestro campo, a nuestra experiencia.

Carrón. Es que realmente es así, es algo que tenemos aquí, en nuestra casa. No me refiero solo a los que llegan de otros países, sino también a nuestros hijos, a nuestros amigos, a los profesores y a sus alumnos. La cuestión de Abrahán es interesante justamente porque vuelve a proponer el mismo problema: ¿hay algo capaz de despertar el yo y de ofrecer una respuesta adecuada a ese deseo de cumplimiento que todos tenemos? Si esto no sucede, lo que domina es el vacío. No se puede responder a este vacío con contraposiciones ideológicas, porque no tienen la capacidad de atraer al yo, de despertarlo, es más, solo generan más violencia aún y más conflicto. A lo largo de nuestra historia, hemos aprendido en Europa que no existe relación con la verdad mas que a través de la libertad. Por eso, ahora que asistimos a una continua llegada de personas con culturas y religiones distintas, con estilos de vida y expresiones distintas, ¿queremos convivir con ellos? ¿Qué hace falta para que esto suceda? ¿Qué tenemos, en nuestro equipaje, que nos permita responder al desafío que tenemos en nuestra propia casa? Se trata de una emergencia educativa que nos afecta a todos: ¿hay algo que pueda atraer adecuadamente, que pueda desafiar a una persona de una cultura distinta que llega hasta nosotros? ¿Podemos ofrecer algo que sea más interesante que la violencia, que sea más interesante que el letargo y el aburrimiento? ¿Tenemos algo que proponer a las nuevas generaciones? Como decíamos antes, el problema no es ante todo ético ni se resuelve con un llamamiento moral; se trata de un problema existencial, fundamental, y solo se resuelve si el hombre encuentra algo que corresponda a sus exigencias constitutivas, algo que genere en él el deseo, las ganas de ponerse en juego, de construir y de vivir en paz. Ayer escuchamos al padre Ibrahim hablar sobre un musulmán que fue al pozo del convento franciscano y le dijo: «Padre, al ver cómo viene aquí la gente a sacar agua, con una gran sonrisa, con gran paz en el corazón, sin peleas, sin levantar la voz, y después de recorrer todo Alepo y ver lo que se hace la gente, que se mata por llegar a los pozos, me maravillo: vosotros sois distintos, estáis llenos de paz, de alegría». Entonces, la cuestión es si existe algo que se pueda plantear en la realidad, sea cual sea su origen, que pueda ofrecer una contribución a la situación en la que nos encontramos, y que es cada vez más frecuente. Este es el desafío educativo.

Weiler. Me gustaría desafiaros un poco.

Carrón. Estoy disponible. Si no, ¡me canso!

Maggioni. No esperábamos menos…

Weiler. Aquí, no obstante todos nuestros defectos, tenemos una cultura de la tolerancia. Tenemos un Meeting con una orientación específica, que sin embargo no tiene miedo de invitar a un judío con un punto de vista distinto.

Carrón. Efectivamente.

Weiler. Tenemos una democracia, aunque no sea perfecta –la democracia nunca es perfecta, pero es mejor la democracia imperfecta que cualquier otro sistema. Vivimos una búsqueda continua de la justicia; nunca llega, pero buscamos la justicia. Tenemos también una cultura muy rica. En resumen, tenemos mucho que ofrecer. Y aun aceptando que existe un vacío en la vida actual, nuestro mundo es civilizado y rico. Es importante, tenemos que insistir en esto. Y quisiera evitar también la tentación de decir: este vacío en la vida explica un cierto comportamiento. Puede ser que lo explique, pero no lo justifica, porque la persona es responsable de sus propios actos.

Carrón. La cuestión es esta: ¿de qué modo permanece este tesoro que hemos acumulado a lo largo de la historia, y que has descrito a la perfección? Porque, como decía Goethe, lo que hemos recibido tenemos que ganárnoslo generación tras generación (cf. Faust, vv. 682-683, Garzanti, Milán 1990, p. 53). Y, como dijo Benedicto XVI, solo retomando una y otra vez el camino, comenzando constantemente un proceso educativo, lo que hemos acumulado a lo largo de la historia podrá llegar a ser de nuestros hijos (cf. Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi, 24). Esta es en verdad la gran compañía que nos hacemos unos a otros. Esa riqueza que llamamos «tradición», ¿cómo podemos transmitirla de forma atractiva, para no terminar destruyéndolo todo, desconociendo el valor del esfuerzo que han hecho las generaciones que nos han precedido para llegar hasta aquí? ¿Cómo podemos proponerla de forma tan atractiva que nuestros contemporáneos la descubran como un bien para ellos mismos y no tengan que partir siempre de cero después de haberla destruido? Este es el desafío.

Maggioni. Tú dices que la mayor emergencia de todas es la educativa. Nosotros hemos elegido esta foto de Sebastião Salgado, que forma parte de la magnífica serie de Génesis. Al mirarla, al mirar a esos pingüinos, veo a la vez algo precioso y algo horrible: leo la fuerza de la educación, del modelo a seguir, de aquello que te lleva hacia tu inclinación, y leo también, sin embargo, el mainstream. Ninguno de ellos decide tirarse desde otro sitio, ninguno de ellos pone en juego su propio yo y dice: «Yo me tiro desde allí». Estamos en una época en la que el “pingüinismo”, expresión que tomaremos prestada de la foto, es muy fuerte: es un factor que atraviesa nuestro modo de hablar, nuestro modo de pensar y de ser hombres. Es aquí donde se convierte en un desafío educativo. Profesor Weiler…

Weiler. Hace dos minutos he dicho: tenemos mucho que ofrecer. La democracia, los derechos fundamentales, la tolerancia, etc. Pero también hemos de ser honestos, porque siempre he considerado que nuestra civilización occidental tiene dos fundamentos: por una parte, Atenas, la Ilustración, el pensamiento neo-kantiano, los derechos, etc. Y, por otra parte, la tradición judeo-cristiana. Hoy todo el mundo sabe –no se puede viajar por Italia sin verlo– que es una parte integral de nuestra civilización. El mismo “san Jürgen Habermas” ha admitido que, para hablar verdaderamente de derechos fundamentales, son fundamentales las raíces de la tradición cristiana. Sin embargo, este hecho es negado. Todos recordamos el feo asunto de la Constitución europea: fue imposible mencionar que entre las raíces de la tradición europea, junto a la Ilustración, está el cristianismo. Entonces, frente a tu pregunta –«¿qué podemos hacer?»–, yo diría: una cosa hemos aprendido, y es que esta tradición no podemos imponerla.

Carrón. Porque hemos aprendido que la única relación con la verdad es la que pasa a través de la libertad.

Weiler. Justamente. Entonces, la respuesta es el testimonio. Vivir una vida que forme parte integrante de lo que podemos ofrecer a los demás, a nosotros mismos. En inglés se dice compelling: algo que se impone porque es más que atractivo. No se puede vivir sin ello, pero solo es posible con el ejemplo, con el testimonio.

Carrón. Este es precisamente el desafío porque, como dice nuestro amigo Antonio Polito, con el que he presentado un libro suyo sobre educación, el problema es que «nuestra sociedad ha envejecido en sus esperanzas y en sus expectativas» (A. Polito, Contro i papà. Come noi italiani abbiamo rovinato i nostri figli, Rizzoli, Milán 2012, p. 144). O, como decía don Giussani, «a todas estas generaciones de hombres no se les ha propuesto nada». Lo que ha faltado ha sido precisamente este testimonio. Muchos padres, dice de nuevo don Giussani, tienen como única preocupación ofrecer como propuesta «la seguridad de una vida cómoda, de una vida sin riesgos» (L’avvenimento cristiano, BUR, Milán 2003, p. 126), evitando a sus hijos el trabajo necesario para que llegue a ser suyo lo que sus padres han conquistado; queremos ahorrárselo. Pero actuando así, solo les estamos ayudando a cavar su propia fosa.

Weiler. Yo, perdonadme, no puedo dejar de decir que hace once años vine aquí con mi familia, y que hoy el Meeting es muy especial para mí, porque está aquí una de mis hijas, que tenía entonces 10 años y que ahora tiene 21. Es aquella chica rubia con el pelo pintado de violeta [color de la Fiorentina, ndt]: muy significativo para vosotros milanistas después del partido de ayer, ¿no?


¿DESDE DÓNDE VOLVER A EMPEZAR?

Maggioni. Sí, aquí está la historia de todos… Pero llegados a este punto, el problema está claro. Hemos partido de Abrahán, hemos visto cómo entra en crisis el sistema. Ahora mismo la cuestión es: ¿desde dónde volver a empezar? Entre las muchísimas cosas importantes a las que nos ha reclamado, Benedicto XVI ha dicho lo siguiente: «Las buenas estructuras ayudan [y yo personalmente creo firmemente que las buenas estructuras ayudan: son fundamentales, no se puede prescindir de ellas], pero por sí solas no bastan. El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior» (Spe salvi, 25). Entonces querría proponer una última provocación: ¿desde dónde volver a empezar?

Primera voz. «Una crisis nos obliga a volver a plantearnos preguntas y nos exige nuevas o viejas respuestas, pero, en cualquier caso, juicios directos. Una crisis se convierte en un desastre solo cuando respondemos a ella con juicios preestablecidos, es decir, con prejuicios. Tal actitud agudiza la crisis y, además, nos impide experimentar la realidad y nos quita la ocasión de reflexionar que esa realidad nos brinda» (H. Arendt, Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, Península, Barcelona 1996, p. 186).

Segunda voz. «La solución es una batalla para salvar; no una batalla para detener la astucia de la civilización, sino la batalla por redescubrir y testimoniar la dependencia del hombre con respecto a Dios. (…) El peligro más grave de hoy es (…) el intento del poder de destruir lo humano [nuestro verdadero recurso]. Y la esencia de lo humano es la libertad, la relación con el infinito. Sobre todo en Occidente el hombre que se siente hombre tiene que librar esta batalla entre la religiosidad auténtica y el poder. El límite del poder es la religiosidad verdadera –el límite de cualquier poder, civil, político o eclesiástico–» (L. Giussani, «Cristo es todo lo que tenemos», Huellas-Litterae communionis, n. 2/2002).

Tercera voz. «La alegría es el reflejo de la certeza de la felicidad, de lo Eterno, y está compuesta de certeza y de voluntad de caminar [una certeza que nos pone en camino], de conciencia del camino que se está recorriendo. (…) Estar alegres es condición indispensable para generar un mundo distinto, una humanidad distinta. (…) La alegría es como la flor del cactus, es capaz de generar algo bello en una planta llena de espinas» (L. Giussani, Un evento reale nella vita dell’uomo 1990-1991, BUR, Milán 2013, pp. 240-241).

Maggioni. «La belleza nos salvará», dice el papa Francisco. La belleza, la alegría, la superación de la crisis que se percibe en las palabras de Hannah Arendt que hemos escuchado antes.

Violín (J.S. Bach, Adagio de la Sonata n. 1 en sol menor para violín solo BWV 1001).

Weiler. Necesito un minuto para recuperarme, porque…

Carrón. ¡Podemos volver a empezar justamente desde aquí! Desde este instante en el que nos vemos aferrados de nuevo, porque existe algo en la realidad que nos atrae más que todas las carencias, que todos los límites que tenemos, que todos los líos en los que estamos metidos. Existe un momento, ante algo como la música que acabamos de escuchar, ante la belleza, en el que el yo se recobra. No se necesita nada. Solo que suceda.

Weiler. ¿El “spirto gentil”?

Carrón. Exacto, el spirto gentil.

Weiler. Necesitaríamos leer una y otra vez estas palabras de Giussani: «Sobre todo en Occidente el hombre que se siente hombre tiene que librar esta batalla entre la religiosidad auténtica y el poder. El límite del poder es la religiosidad verdadera –el límite de cualquier poder, civil, político y [aquí se aprecia su gran humildad] eclesiástico». Un mensaje importante. ¿Desde dónde volver a empezar? Desde la belleza de este espíritu autocrítico que está dispuesto a limitarse a sí mismo. De este modo podemos tal vez reconsiderar el «sal de tu tierra» de Dios a Abrahán. «Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré». Hasta ahora no hemos hablado mucho de la personalidad de Abrahán. Pero esta iniciativa requiere valor, requiere determinación. Dejar todo tras de sí, dejar lo que es confortable, cómodo; y todo con el ideal de una Tierra prometida, de empezar un nuevo camino. Este mensaje forma parte también de la respuesta a la pregunta «¿desde dónde volver a empezar?»: ¡debemos hacerlo con valor!

Carrón. En el mensaje que ha enviado al Meeting, el papa Francisco ha captado perfectamente “la” pregunta: «Ante [la extraña anestesia] el sopor de la vida, ¿cómo despertar la conciencia?» (Mensaje con motivo de la XXXVI edición del Meeting de Rímini, 20-26 de agosto de 2015), ¿cómo despertar el yo? Esta es la pregunta decisiva con la que todas las visiones, todas las propuestas, todas las instituciones, todos, todos debemos hacer cuentas. Solo quien tenga una respuesta a este interrogante podrá ofrecer una contribución real para afrontar esa decadencia del yo ante la que nos encontramos. Y se trata de una oportunidad para todos. Me impresiona que en 1992, en una situación terrible, don Giussani dijera: «Y sin embargo, de manera paradójica, hay transversalmente, dentro de todas las posiciones políticas, hombres que tienen por el contrario una rara sensibilidad, difícil de encontrar. Es un hecho ocasional y transversal. Esperemos que estos hombres puedan dar lo que tienen. Entonces se lograría taponar y limitar los daños. (…) Quién sabe si este deseo de hacer menos difícil la vida de los hijos (…), conseguirá (…) abrir el horizonte». Es decir, si quien tiene este deseo de ayudar a los hijos o a los compañeros de camino comprende que, para poder llevarlo a cabo, necesita proponer un ideal, una esperanza. «Cuando hablaba de transversalidad, estaba pensando sobre todo en ciertos judíos y musulmanes, que parecen más cercanos […] a una sensibilidad que pueda abrir el horizonte» (cf. L. Giussani, El yo, el poder, las obras, Encuentro, Madrid 2001, p. 198ss.). Todo hombre que tenga esta rara sensibilidad, sea cual sea su origen o procedencia, tiene la posibilidad de ofrecer una contribución. Es una oportunidad, también para nosotros cristianos, para dar testimonio de una vida cambiada. En esto consiste la fascinación del momento presente. Me asombra que el Papa, de nuevo, en lugar de lamentarse de la situación, como se suele hacer, afirme: «Para la Iglesia se abre un camino fascinante, como al inicio del cristianismo [despojados de todo, como al principio del cristianismo], cuando los hombres se afanaban en la vida sin el coraje, la fuerza o la seriedad necesarios para expresar las preguntas decisivas» (Francisco, Mensaje con motivo de la XXXVI edición del Meeting de Rímini, 20-26 agosto 2015). Es un camino para despertar el yo humano. ¿Cuál es el camino, el modo con el que el hombre descubre su verdad, la verdad de sí mismo? Don Giussani es nuevamente magistral: «El hombre reconoce la verdad de sí mismo al experimentar la belleza, al experimentar el gusto y la correspondencia, al percibir el atractivo que la verdad suscita [la verdad que sale a su encuentro], un atractivo y una correspondencia totales, no en sentido cuantitativo ¡sino cualitativo! (…) La belleza de la verdad es lo que me lleva a decir: “¡Es verdad!”» (Seguros de pocas grandes cosas. 1979-1981, Encuentro, Madrid 2014, p. 200). Y me lleva a decirlo por el atractivo que suscita, porque me atrae. Por ello la persona, el yo, se recobra en el encuentro con la belleza encarnada de un testigo. El testimonio es la única forma de servir a la verdad, una forma que es al mismo tiempo respetuosa de la libertad del otro y de la posibilidad de propuesta; una propuesta que no es una teoría, una lección, sino lo que don Giussani llamaba una hipótesis de trabajo encarnada en alguien. Por eso identificaba el verdadero desafío diciendo que lo que falta no es la repetición verbal o cultural del anuncio. De hecho, insistía en que el hombre de hoy espera, quizá inconscientemente, encontrar en su camino a personas cuya vida ha sido cambiada (cf. L’avvenimento cristiano, op. cit., pp. 23-24) por el encuentro con Cristo o con su propia forma religiosa. Todos estamos esperando esta provocación adecuada que haga brotar las potencialidades del yo. La verdadera cuestión es que tal provocación se vea en la alegría del rostro, porque «estar contentos es condición indispensable para generar (…) una humanidad distinta» (L. Giussani, Un evento reale nella vita dell’uomo. 1990-1991, BUR, Milán 2013, p. 240). Al invitarnos a todos los cristianos a alimentar el deseo del testimonio, el Papa ha subrayado que «solo así se puede proponer con su fuerza, su belleza y su sencillez, el anuncio liberador del amor de Dios (…). Solo así se va con actitud de respeto [de humildad] hacia las personas» (Francisco, Audiencia a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontifico para los Laicos, 7 febrero 2015). Por tanto, la pregunta es sencilla: «Pero nosotros, cristianos, ¿creemos todavía en la capacidad que tiene la fe que hemos recibido de provocar un atractivo en aquellos con los que nos encontramos? ¿Creemos todavía en la fascinación victoriosa de su desnuda belleza?» (J. Carrón, Corriere della Sera, 13 de febrero de 2015, p. 27).

Weiler. Julián Carrón es un hombre audaz. ¡Pensad qué contracorriente es elegir la figura de Abrahán y ponerla en el centro del Meeting! Requiere mucha audacia. Y tenemos que reconocer la misma audacia a Mónica Maggioni, nueva presidenta de la RAI. También tú eres audaz al venir aquí y moderar un encuentro que pone a Abrahán en el centro de la discusión…

Maggioni. A veces pasa…

Weiler. Es tu espíritu, don Carrón. Y también el espíritu de Giussani. Se puede decir: «En ti serán benditas todas las familias de la tierra».

Maggioni. ¡Gracias! Esto sucede cuando se encuentran personas que cambian la vida. Hombres con una rara sensibilidad, como Abrahán. Hombres que son capaces de abrir el horizonte. Y entonces se entiende cómo es el círculo de donde había partido todo y dónde se cierra todo.

Violín(J.S. Bach, Andante de la Sonata n. 2 en la menor para violín solo BWV 1003).

Primera voz: «El Señor dijo a Abrán: “Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra”» (Gn 12,1-3).

Maggioni. ¡Gracias! Gracias a Roberto y a su violín, a Matteo, Giampiero y Federica, los lectores. Gracias a todos vosotros. Gracias por las cosas que nos unen y por las que nos dividen, por las semejanzas y por las diferencias. ¡Gracias!