El acontecimiento presente

PÁGINA UNO

Apuntes de las intervenciones de Giancarlo Cesana y Julián Carrón en la Jornada de apertura de curso de Comunión y Liberación de Lombardía. Milán, 1 de octubre de 2005

GIANCARLO CESANA
En la reflexión de los responsables de CL de la Diócesis de Milán y de Lombardia para preparar esta apertura de curso han surgido muchas cuestiones que se pueden resumir en dos observaciones fundamentales.
1. Lo primero que constatamos es la frecuente dispersión de los cristianos en el ambiente –ya sea trabajo, parroquia o barrio–, no sólo la de los demás cristianos, sino también la nuestra. Se vive la presencia en el ambiente como un compromiso individual, incluso generoso, tanto a la hora de aportar un juicio como de dar testimonio. Pero esto no basta. No es suficiente para quien la vive ni tampoco para quien la ve. No es convincente porque falta ese aspecto fundamental que caracteriza a la presencia cristiana: la unidad sensible. La presencia cristiana se realiza mediante una unidad sensible; y los demás la comprenden porque nos ven juntos, unidos, no porque seamos más inteligentes, valientes, comprometidos, más morales o decididos, en fin, mejores que los demás. Por tanto, nos falta manifestar una unidad sensible: no basta reunirnos de forma ocasional o esporádica, simplemente guardando las formas; debemos vivir nuestra unidad como una ayuda sistemática, como una amistad guiada, como definía don Giussani a CL: «Una amistad guiada al destino».
El título de los Ejercicios de la Fraternidad de este año era “La esperanza no defrauda”. Escribe Albertino Bonfanti (cito los nombres de las personas, aunque sean desconocidos para la mayoría, simplemente para mostrar que el movimiento no está hecho de ideas, sino de personas): «El lugar físico de la esperanza es una unidad sensible, en la que podemos comprobar, mediante el testimonio y la ayuda recíprocos, el amor que Dios nos tiene». Es la certeza de una proximidad. Unidad, por tanto, no ideológica (no estamos juntos por las ideas): la nuestra es una unidad afectiva, capaz por tanto de reconocer y de querer para siempre a quien se nos da como compañero de camino, sea quien sea, porque la compañía nos es dada. La amistad que nos une es la manifestación imprevista, positiva y vital del misterio de Cristo. No tendríamos otra forma de conocer a Cristo.
2. De aquí la segunda consideración, que a mi juicio es particularmente importante tras la muerte de don Giussani. Tiene que ver con la exigencia de que lo que guía nuestra vida, lo que nuestra vida siente como referencia y como factor constitutivo, no sea la aplicación y el desarrollo mecánico de una teoría o de una organización, por muy inteligentes que sean, sino la implicación con un acontecimiento viviente –con ese imprevisto del que hablaba antes–, que no puede ser una realidad de pueblo si antes no es una realidad personal y familiar, es decir, cotidiana, ligada a la vida de todos los días. Un acontecimiento que es excepcional. La presencia de Cristo es un hecho excepcional precisamente porque se manifiesta en la banalidad cotidiana, en la vida de todos los días: en lo que percibimos como lo más previsible y rutinario, se manifiesta algo imprevisto. Un acontecimiento que es excepcional justamente porque se demuestra en la banalidad cotidiana, que resulta transfigurada de manera sorprendente, es decir, cambiada, en lo más hondo. La realidad y las relaciones de todos los días se vuelven fascinantes no cuando coinciden repentinamente con nuestros sueños (esta felicidad dura poco), sino cuando captamos su significado profundo: el signo de que nuestra vida está salvada para siempre. El acontecimiento coincide con este fondo de la realidad; el acontecimiento de Cristo es el fondo misterioso que cambia la realidad: «La realidad es Cristo», escribía en su Diario mi mujer, haciéndose eco de las palabras de san Pablo.

«El Meeting, para los que han participado en él –decía Riccardo de Peschiera– ha supuesto un ejercicio de mirar y de escuchar». Mirar y escuchar es lo que estamos llamados a hacer en primer lugar, es nuestro primer trabajo: el trabajo en la vida es aprender a mirar y a escuchar, si queremos que el encuentro con el otro y con Cristo, que es su hondura (en una asamblea con los universitarios, don Giussani decía: «Cuando miras a tu novia, a la chica a la que quieres, en el fondo, ¿de qué está hecha? En el fondo, lo que la constituye, lo que la hace única, ¿qué es? ¡Cristo!»), sea inmediato y no mediado por los cálculos y las políticas, ya sean laicas o clericales; así se expresaba Romeo Astori.

En la introducción al primer volumen de la historia de Comunión y Liberación, el cardenal Ratzinger escribía: «La identidad no es producto de la discusión [es decir, lo que yo soy, lo que tú eres no es el producto de la discusión entre nosotros], sino que es su presupuesto, y así la verdad no es producto de la discusión [no es el producto de nuestros esfuerzos dialécticos], sino que la precede [precede a la discusión, precede a nuestros esfuerzos], y en ella no debe ser creada, sino encontrada [reconocida, justamente, a través de nuestros esfuerzos]». Nuestro esfuerzo consiste en encontrar, no en crear; nuestro trabajo es encontrar. Esta es la única posibilidad de diálogo real también entre nosotros. El acto de hoy es una invitación a realizar este trabajo, al cambio continuo que supone descubrir –como repetimos en la Asamblea de Responsables de este verano, y que podéis leer en Huellas– ese “Algo que está dentro de algo”: «La realidad, en cambio, es Cristo».
Es una invitación a realizar este trabajo con pasión y dedicación, pidiendo para que nuestro juicio y nuestra forma de mirar toda la realidad no sea una fría definición, sino un acto de caridad que crece en el tiempo, porque todo crece con el tiempo.

JULIÁN CARRÓN
El origen de la unidad sensible (primera cuestión planteada) es un acontecimiento (segunda cuestión). Comenzaré por lo segundo.
Si el acontecimiento de Cristo es siempre algo imprevisto –lo decía Cesana hace un momento–, ¿qué tipo de atención necesitamos para captarlo y dejarnos tocar por él? En este momento de nuestra historia, nos conviene de manera especial estar atentos a lo imprevisto, fijarnos en el.
Después de la muerte de don Giussani, todos nos planteamos esta pregunta: «Y ahora, ¿qué sucederá “sin” –entre comillas– don Giussani?». Porque todos estamos convencidos de que nuestra unidad no es el resultado de una organización más astuta, ni puede ser fruto del desarrollo de un discurso; estamos convencidos de que la única posibilidad de que esta historia continúe fascinando nuestro yo es que siga aconteciendo lo que nos sucedió al conocer a don Giussani y la historia nacida de él, es decir, un acontecimiento presente, presente aquí y ahora. Pues de otra forma tendríamos que contentarnos con la nostalgia de su persona hasta que el tiempo termine por alejarlo definitivamente y el olvido se imponga, porque no se puede vivir del pasado, de las rentas del pasado; hace falta algo presente, y nosotros sabemos bien que somos frágiles hasta el punto de necesitar una presencia tan constante, tan permanente, a nuestro lado, que nos recupere continuamente, casi instante tras instante. Por eso no basta con un discurso, ni con el pasado, hace falta algo hoy, ahora, que me rescate.
Fijaos, ¿qué sucede entre nosotros? ¿Qué sucedió cuando don Giussani nos dejó? Yo os invito a mirar. Pero, ¿a mirar qué? A mirar lo que sucede, porque ninguna reflexión puede sustituir al acontecimiento. Y ¿qué ha sucedido? Recordemos brevemente los hechos en los que cada uno ha participado –ya sea en uno o en otro–: pensad en los Ejercicios de la Fraternidad; después, este verano, los Ejercicios de los Memores Domini; el Meeting de Rímini, en el que muchos habéis asistido al espectáculo de belleza y unidad que hemos vivido juntos; y la Asamblea Internacional de los Responsables, después de la cual uno de vosotros me envió esta carta: «Querido Julián: me permito escribirte teniendo todavía ante los ojos los extraordinarios días pasados en La Thuile durante la Asamblea Internacional. Lleno de gratitud y sorpresa, he visto cómo se despertaba en mí un deseo imparable de cumplimiento. Los días de la Asamblea fueron tan intensos que no puedo dejar de desear que esta intensidad continúe en la relación con la realidad. Cuando uno experimenta algo mejor, ¿cómo puede permanecer indiferente? ¿Cómo no pedir que vuelva a suceder en cada instante y, sobre todo, que pueda reconocerlo, sin alejarme de el antes de que se manifieste?». Es el mismo acontecimiento que luego ha continuado en los Ejercicios de los sacerdotes o en el Equipe del CLU y de GS, sin mencionar los testimonios de las vacaciones de las distintas comunidades y grupos de Fraternidad. Como me decía un sacerdote que venía de la misión, después de haber participado en distintas vacaciones: «Un soplo de novedad corre entre nosotros».
Cada uno puede considerar mi respuesta o la de Giancarlo, pero quien está respondiendo es Aquel que está entre nosotros. «Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente» (Sal 117).
Por eso nos interesa mirar. ¿Quién lo hubiera pensado? ¿Quién hubiera imaginado jamás que después de la muerte de Giussani tendríamos ante nuestros ojos todo lo que tenemos ahora? Todo lo que hemos vivido juntos tiene un único protagonista: el verdadero protagonista es Cristo, presente en medio de nosotros.
Probad a mirar, queridos amigos. Pidamos a la Virgen que nos libere por un instante de la distracción en la que estamos metidos habitualmente, para mirar lo que está sucediendo. Tratad de mirarlo y decidme después si lográis no conmoveros ante todo lo que sucede.

Esto nos hace percibir con mayor claridad la presencia de don Giussani, porque no podemos mirar todas estos hechos sin pensar en él; él sigue “actuando” ahora de forma mucho más eficaz que antes: desde el cielo sigue intercediendo. Arriba trabaja más incluso de lo que le hemos visto trabajar entre nosotros.
¿Somos acaso visionarios? Esta mañana pensaba en lo que sucedería con los discípulos después de Pentecostés: ya no le veían, pero ¡Su presencia se imponía gracias a la potencia del Espíritu, que hacía a Cristo más de cada uno de ellos, más intensamente suyo! Igual que para nosotros ahora: Cristo es más nuestro, cada vez más nuestro. ¿De dónde viene esta energía, esta ipresencia sobreabundante de Cristo, sino de esa intercesión por nosotros que sigue haciendo don Gius?

La presencia de Cristo entre nosotros no sucede sólo en momentos extraordinarios, excepcionales, cuando Su presencia se impone de forma tan evidente; existen muchos testimonios de que Su presencia acompaña y transfigura la vida cotidiana de muchas personas, incluso en los momentos más complicados de la vida.
Dos amigos han perdido a su hijo en un accidente de moto. Ante la impotencia que experimentan, el padre, en medio de este dolor inmenso, reconoce que algo más grande se hizo evidente, todavía más evidente, en esta circunstancia: la cercanía de Cristo. Para reconocerle –escribe– es necesario «mirar a la realidad por lo que es, sin interponer los “si” y los “pero”. Y por eso, en el recordatorio de Andrea [su hijo] hemos querido poner la frase de don Giussani que termina así: “Ahora estás junto a nosotros de forma distinta, pero infinitamente más que antes. Y nos miras con la misma piedad y la misma mirada de Aquel en el que estás”».
Es la misma mirada que una de vosotros descubre en un amigo y que le hace preguntarse: «¿Quién eres tú que me quieres a pesar de mi mal? ¿Quién eres tú que me miraste y me amaste aquél día como nunca hubiera imaginado, que me llamaste inesperadamente y me preferiste? ¿De Quién eres tú? ¿Quién te constituye? No puedo más que decir Tú, decirlo... pero con más profundidad, con el deseo de que sea más consciente. Porque soy responsable de este gran don recibido: haber percibido la ternura del Misterio sobre mí, la mirada de alguien que ama mi vida. Y cuando se recibe una gracia así, no se puede volver atrás, porque habría que suprimir el corazón y la nostalgia que se siente». Una mirada presente, una mirada –decía don Giussani– que da forma a la mirada, y que podemos reconocer ahora en medio de nosotros.

La mujer de Antonio, el padre que ha perdido a su hijo, escribe: «Mi corazón nunca ha estado –por gracia de Dios– desesperado, confundido [por esta tragedia]; aun dentro de un inmenso dolor, experimento una paz grande y profunda. Esto me sorprende [“sorpresa”, porque ¿quién podría decir algo así?], y también sorprendió, como supe después, a nuestros allegados. Estoy segura de que mi hijo ha alcanzado su plenitud y mira cara a cara al Misterio que tanto nos atrae y nos fascina a todos [que una madre pueda tener tal certeza de que su hijo está ahora en esa plenitud y que mira el rostro de ese Misterio cuya fascinación sólo logramos atisbar, es verdaderamente algo de otro mundo]. Mi hijo nos ha regenerado literalmente; lo vemos en el modo tan distinto de tratarnos entre nosotros, y en el cambio profundo que ha provocado en la forma de mirarnos mi marido y yo. Percibir algo bueno en lo que sucedía, a pesar de la muerte, ha aumentado la certeza y la libertad para comunicar a todos las razones de nuestra fe. La única forma que tenía para dar gracias al Señor por no haber dejado que la muerte prevaleciera en nuestra vida era dar testimonio de Él. Había oído decir que sólo por una gran alegría podemos ser testigos suyos; por todo lo sucedido, comprendo que la fe es una verdadera respuesta humana a cada situación, y lo es para todos nuestros amigos, cristianos o no. Esto es ya el ciento por uno aquí. Nuestra amistad es un consuelo enorme; más que un consuelo, una verdadera compañía. Nos damos cuenta de forma tangible de que no estamos solos en el camino para descubrir y vivir el significado de nuestro Destino y de nuestra vida. Por eso le doy gracias a Dios por el don inmenso de haber conocido la experiencia del movimiento hace treinta años. En estos años muchas cosas me han servido para llegar a esta cita con una actitud que no habría tenido si no hubiese conocido el movimiento. No es que hayan desaparecido las demás preguntas, es más, se han agudizado, pero ahora es mayor la certeza de que el Señor ha vencido haciendo nuevas todas las cosas. Y además la pregunta ha asumido realmente la forma de la oración. Lo que nos ha sucedido en estos dos meses ha hecho que el Misterio se vuelva más familiar».
Esta es la certeza que vence cualquier tentación de nihilismo, cuando la nada parece llamar a nuestra puerta de una forma tan potente como la muerte. ¡Cuánto necesitamos Su presencia para que no venzan definitivamente la nada y la desesperación!

Quizá es sencillo. A una de nosotros una amiga universitaria le contaba que se había muerto su tía, y el abuelo de esta chica (es decir, el padre de su tía) le había dicho: «¿Ves, Alejandra? Jesús no es bueno, ¡es buenísimo!». Dijo esto ante el ataúd de su hija, y después añadió: «Tú has estudiado muchísimo, pero las cosas importantes yo las he aprendido yendo al campo y viendo a mi burro: la ley de la vida es obedecer. ¡La vida es sencilla! ¿Sabes por qué? Porque es un don».
Es suficiente con acoger este don, con estar disponibles para aceptar cómo se nos da, y por eso Él ha empezado con cada uno de nosotros esta lucha por nuestro destino, por nuestro bien, como cuenta otra carta: «Sentía un cierto malestar y decía siempre a todos, para no dar otras explicaciones: “Estoy cansada”. Después, lentamente, empecé a sentir todo como un peso. Cuando quedaba con una amiga, no conseguía mirarle a la cara, porque ella me preguntaba: “¿Cómo estás?”. Y yo me enfadaba: “Estoy bien, no me pasa nada”. Y en realidad al principio era así, es decir, no me daba cuenta de que estaba insatisfecha y apesadumbrada. También porque no tenía ningún motivo especial para estar así. Deslizarme sin darme cuenta en el formalismo y en la insatisfacción me sucede desde siempre. Y durante mucho tiempo no hice nada, más que esperar a que pasase, sin juzgarlo. También porque nadie me había marcado tan de cerca como mi amiga, que me preguntaba: “¿Cómo estás?”. Sólo ahora comprendo lo que quiere decir que Jesús –precisamente Él, eso concreto, eso que llena el corazón– me falta. Porque si Él no existiese o si mi corazón no estuviese hecho para Él, yo no habría estado tan insatisfecha y apática. He descubierto qué quiere decir que es una persona tan concreta que Su falta se siente. Como sentí que me faltaba mi amiga cuando se fue a la misión. Y empecé a descubrir por qué san Agustín dice que mi corazón está inquieto hasta que descanse en Él, porque hasta que no me han ayudado a decir: “Eres Tú el que me urge, el que añoro en esta insatisfacción”, no me quedé tranquila. Llegó un momento en que no podía limitarme a decir “Tengo demasiadas cosas que hacer”. Entonces pensé que este malestar que yo “maldecía” porque me hacía encontrarme fatal, es la forma con la que Jesús, a través de mis amigos, me ha sostenido, no me ha soltado, no me ha dejado. Jamás lo había sentido en mi piel, y cuando uno me preguntaba: “¿Qué tal estás?”, volvía a despertar constantemente el drama, y yo sentía dentro de mí rabia y rebeldía: “Basta. Quiero que me dejen en paz, quiero ser libre para sentirme mal”. Pero ella, mi amiga, y a través de ella el mismo Jesús, me urgía, y yo decía: “Pero, ¿por qué no me deja en paz?”. Llegué a pensar en un momento dado: “¡Ya está bien! Me marcho”. Pero era evidente que era un asunto entre Él y yo, que no terminaría al cambiar las circunstancias. Porque todavía estoy marcada por el encuentro con Él. Puedo incluso escapar, pero, ¿a dónde? Él –o la falta de Él– está siempre conmigo. Una parte de mí se preguntaba continuamente: “Pero tú, ¿qué quieres?”. Y la otra decía: “No, no es suficiente con estar tranquila. Quiero ser feliz”. Así me vino a la cabeza una frase que me dijo un amigo: que la vocación es decir “Jesús, Tú me has mirado y yo te pertenezco”. Es verdad, después de haber visto su mirada (y yo la he visto) ya no puedo ser yo misma si me separo de Él. Esto se puede decir con gratitud o con resentimiento, como hice la otra noche. Y me sentía herida al decirlo, porque era una evidencia, pero yo quería decir que no, como un niño caprichoso. No sé si soy exagerada, pero mientras luchaba entre ceder o rechazar esta pertenencia, tuve la impresión de que aquel era un momento decisivo, vital, que quizá podía incluso seguir estando en el movimiento, haciendo todo como antes, pero si no conseguía decir: “Tú. Estoy aquí. Vuelve a tomarme”, me habría perdido. No sé si consigo explicarme. Podía empeñarme en decir que no, porque, al final, nadie podía obligarme a ceder. Y entonces dije solamente: “Si te pertenezco, cuídame Tú. Yo sola no soy capaz de rendirme, no consigo decirte: estoy aquí”. Era incapaz de hacer otra cosa. Entonces pensé que era una buena ocasión para ver si los sacramentos son verdaderamente una fuerza de lo alto, que no es mía. La mañana siguiente fui a confesarme y a recibir la comunión. Por la tarde, con un esfuerzo enorme, le dije a mi amiga: “Tenías razón. Me había perdido. Pero deseo que mi yo viva. No es verdad que me importe un comino”. Fue dramático y doloroso como nunca, y estoy agradecida por haber experimentado de esa forma lo “insoportable” que es Su falta y por tener cerca a mi amiga, pues si no no sé si me hubiese dado cuenta, o cuándo lo habría hecho. Puede uno obstinarse mucho en decir que “no”, aunque tenga todas las razones para decir: “Son un pobrecillo, mantenme junto a Ti”. Sin embargo, Jesús me ha conquistado de nuevo... ¡es algo impresionante! He comprendido también lo vital que es hacer el trabajo del que hablas tú, y lo indispensable que resulta una compañía que te sostenga en esto. Esto es lo que quiere decir Comunión y Liberación, lo que significa la amistad de mi amiga: Jesús que me vuelve a tomar y que con paciencia y sacrificio provoca mi libertad y espera y pide que mi libertad diga “sí”».
Este drama nos resulta familiar porque es el drama de nuestra vida: ceder a esa Presencia encontrada o resistirnos. El trabajo que tenemos que hacer es sencillo: no anteponer nada a esta Presencia. Basta sencillamente con ceder a Su atractivo poderoso, basta con tener este mínimo deseo de felicidad, un instante de ternura, de piedad con uno mismo.

Es un trabajo que tenemos que hacer, amigos, porque muchas veces –como vemos– se insinúa la niebla. El otro día, con un grupo de abogados, ponía este ejemplo: pensad en cuántas veces estáis en la cocina con vuestro marido o mujer, uno junto a otro, y os sentís lejanísimom. No se trata de que esté lejos físicamente, sino de que lo sentís lejanísimo, porque la pesadez, la niebla, la estupidez se interpone entre nosotros. Imagínate que a esa persona que te fascinó, y que ahora sientes lejanísima, le diera un infarto: toda la niebla desaparecería. Y les decía: «Queridos, ¡o el infarto o la educación!». Es decir, o nos ayudamos a traspasar esta niebla que se insinúa entre nosotros, que se impone entre lo que vemos y el fondo de la realidad, de forma que nos dejemos tocar, fascinar por Cristo y por el que está ante nosotros, o prevalece todo lo demás.
Por eso este año, con la nueva publicación de Educar es un riesgo, retomaremos el tema de la educación como introducción en la realidad según la totalidad de sus factores, es decir, en el Misterio, en el Misterio de las cosas. Porque –como nos dijo don Giussani– si existiese una educación del pueblo (también entre nosotros), todos estarían mejor. El trabajo necesario es esta iniciativa personal por atravesar la niebla, una iniciativa contra la niebla que se impone, contra esta incapacidad de ver lo que tenemos delante, una iniciativa para descubrir ese “Algo dentro de algo” del que hablábamos en La Thuile.

Como decía una profesora a sus estudiantes, fascinada por lo que había escuchado a una chica de Florencia: «Me ha impresionado la chica de Florencia, cuya experiencia leeréis. Movida por el encuentro de los responsables, ha buscado ese “Algo dentro de algo” en una circunstancia que era negativa. A mí me ha pasado lo mismo estando mala en casa. ¿Quién se esperaba una maldita gripe en septiembre? La circunstancia objetivamente negativa me ha empujado a preguntarme todas las mañanas al despertarme, con el dolor de cabeza, de huesos, de oídos, dónde estaba ese “Algo dentro de algo”. Estaba allí presente, para obligarme a desear curarme para volver al colegio. Deseo, creo que esta es la palabra fundamental. Deseo volver a empezar para buscar en lo cotidiano ese Algo que otorga a todo fascinación y novedad. Espero que me ayudéis en esto».
Esto es lo que nos interesa: buscar en lo cotidiano ese Algo que hace que todo se vuelva apasionante y prometedor. Este es el origen de la unidad sensible en el ambiente, esto es lo que nos hace verdaderamente libres: un apego tan sincero a Cristo que nos hace libres para ser nosotros mismos en cualquier lugar, y por eso reconocemos nuestra pertenencia porque esta Presencia única que nos ha arrastrado a todos.
Por eso estar unidos sólo puede ser el resultado de que cada uno siga esta Presencia, ceda al atractivo de esta Presencia. Entonces seguir es el origen de una comunión vivida, y nos conviene, porque sin una compañía en el día a día, como testimonian las cartas que he leído, no conseguimos nada. Podemos exponernos juntos en el ambiente justamente por esta victoria de Cristo entre nosotros, victoria de la que da testimonio como ninguna otra cosa la unidad visible.
Nos hallamos ante un año rico de eventos eclesiales, culturales y políticos. Ser nosotros mismos, con todo lo que hemos encontrado y visto, con la novedad que llevamos, será nuestra contribución para el bien de todos.