Huellas N.9, Octubre 2015

Las sendas de Francisco

La visita del Papa a Cuba y a EEUU ha supuesto un hito histórico. Lo explica bien el artículo que encontráis en este número. En Filadelfia, en el Encuentro Mundial de la Familias, como hace a menudo, Francisco dejó de lado los papeles y habló sobre la marcha. Haciendo referencia a una pregunta difícil que en una ocasión le planteó un niño («¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo?»), habló de un Amor «tan desbordante» que tenía que «salir de sí mismo», habló de la Creación y de «la cosa más hermosa que ha hecho Dios: la familia. Creó al hombre y a la mujer. Y les confió toda su creación».

No pudo haber una introducción mejor al Sínodo sobre la familia que se celebra en estos días. La familia tiene verdadera necesidad de ser sostenida y defendida, porque «no podemos pensar en una sociedad sana que no dé espacio concreto a la vida familiar», recordaba el mismo Francisco. Pero, sobre todo, necesita ser ayudada a redescubrir su realidad, su fuerza y su valor insustituible.
Y el primer modo de ayudarla es no hablar de ella en abstracto, no reducirla a «un modelo ideal», como afirma la socióloga Chiara Giaccardi en la entrevista concedida a Huellas. Como decía Romano Guardini, la familia es una realidad «viviente concreta». Un lugar humanísimo y por lo tanto lleno de límites. Pero también el único en el que sigue siendo posible aprender día tras día que los límites y la fragilidad no nos definen, sino que son una ocasión para crecer. El «nudo de una red» en el que aprendemos que los vínculos, las relaciones, nos ayudan a ser nosotros mismos. Un ámbito cuya verdadera fuerza es la normalidad.

Pero hay otra razón que hace de la familia un tema decisivo hoy, tanto para la Iglesia como para el mundo. Lo dijo el Papa en su discurso a los obispos estadounidenses que participaron en el EMF, al subrayar «la profunda transformación del contexto histórico, que incide en la cultura social –y lamentablemente también jurídica– de los vínculos familiares, y que nos involucra a todos, seamos creyentes o no creyentes. (…) Hasta hace poco, vivíamos en un contexto social donde la afinidad entre la institución civil y el sacramento cristiano era fuerte y compartida, coincidían sustancialmente y se sostenían mutuamente. Ya no es así». Las antiguas evidencias se han ofuscado, las experiencias elementales ya no son compartidas.
Podemos añorar el pasado, dice el Papa, en frases como: «Cualquier tiempo pasado fue mejor», «El mundo es un desastre y, si esto sigue así, no sabemos dónde vamos a parar». O bien, «acompañar, levantar, curar las heridas de nuestro tiempo. Mirar la realidad con los ojos del que se sabe interpelado para cambiar, provocado a una conversión pastoral. El mundo hoy nos lo pide con insistencia». Conversión. Y testimonio, porque «un cristianismo que “se hace” poco en la realidad y “se explica” infinitamente en la formación» da lugar a «un verdadero círculo vicioso». Es preciso «mostrar que el Evangelio de la familia es verdaderamente “buena noticia” para un mundo en que la preocupación por uno mismo reina por encima de todo. Son las familias las que transforman el mundo y la historia».
Francisco concluyó así: «Si somos capaces de este rigor de los afectos de Dios, cultivando infinita paciencia y sin resentimiento en los surcos a menudo desviados en que debemos sembrar –pues realmente tenemos que sembrar tantas veces en surcos desviados– también una mujer samaritana con cinco “no maridos” será capaz de dar testimonio. Y frente a un joven rico, que siente tristemente que se lo ha de pensar todavía con calma, habrá un publicano maduro que se apurará para bajar del árbol y se desvivirá por los pobres en los que hasta ese momento no había pensado nunca». Es el cristianismo. Para esto es necesario el Sínodo. De esto puede vivir la familia.