Huellas N.9, Octubre 2013

El tesoro de Francisco

A su manera, han sido tres hechos históricos. La carta a Eugenio Scalfari, fundador del periódico italiano La Repubblica y prototipo del “no creyente” que se interroga. La entrevista en Civiltà Cattolica, la revista de los jesuitas. Y después el diálogo en Santa Marta, en el Vaticano, con el propio Scalfari, en vísperas del cierre de este número de Huellas. Tres pasos en veinte días, que enfocan de lleno lo que hemos visto en estos primeros seis meses de Pontificado. Tres documentos (que tenéis en revistahuellas.org porque merece la pena leerlos con atención) en los que el Papa Francisco aborda cuestiones fundamentales. El primado del encuentro personal con Cristo, que nos primerea, que siempre viene antes. La centralidad del anuncio. La verdad no como algo absoluto («en el sentido de aislado, inconexo, que carece de cualquier tipo de relación»), sino como relación viva con Jesús. La Iglesia como realidad que vive de Él, no como una organización. Todo lo demás – desde los reclamos morales hasta la reforma de la Curia – viene después. Es secundario. Es evidente que el Papa se está dedicando también a ello con vigor, pero no dejan de ser consecuencias.

Si tenemos un corazón ardiente, si nos urgen las preguntas que refleja el inserto central de este número («¿Cómo nace una presencia? ¿Cuál es nuestra tarea como cristianos? ¿Qué contribución podemos ofrecer al mundo?»), no podemos más que estar profundamente agradecidos por la iniciativa del Santo Padre, que muestra con claridad la ayuda que supone la fe. Hemos visto hasta el detalle qué quería decir Francisco cuando, al desembarcar en Río para la JMJ, se presentó así: «No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo».
Es un verdadero tesoro la fe. El más valioso. Reconocer a Cristo ilumina la relación con todo. Permite juzgar todas las cosas y, al mismo tiempo, abrazarlas. Porque eso es lo que hace el Papa frente a los que, frunciendo el ceño, hablan de «mensaje del corazón que prescinde de racionalización» o de «abandono de la reflexión»: juzga. Reflexiona, y de qué manera. Pero lo hace usando un método claro, enunciado precisamente en la entrevista: «La reflexión, para nosotros, debe partir de la experiencia». Se aprende – y se enseña – a partir de la realidad, no de los conceptos. Justo como hacía Benedicto XVI, que con un lenguaje y una forma muy diferentes, era maestro precisamente por su capacidad para iluminar la vida además de las ideas.

En este sentido, el testimonio del Papa es imponente. Es verdaderamente «una presencia», algo que interpela y mueve a todos, incluso a los interlocutores más insospechados, como Eugenio Scalfari. Algo profundamente original, no tanto por la forma, sino porque vuelve al origen. Y no reactivo, porque no corteja el mundo, ni se pone a la defensiva: sencillamente, lo abraza. Se inclina verdaderamente sobre sus heridas, amándolo como Cristo.
Cada gesto del Papa acontece en el escenario de la Historia, bajo los focos. Pero acontece de un modo tan sencillo, familiar, cotidiano, que nos hace desear imitarlo. Ojalá podamos decir también nosotros «no tengo más tesoro que Cristo». La verdadera Presencia.