Huellas N.9, Octubre 2007

Garantía de laicidad y modelo de ciudadanía

Aunque se lo explicas, no lo entienden. Algunos están empeñados en embarrar la próxima ceremonia de beatificación de 498 mártires de la persecución religiosa en España, presentándola como una respuesta de la Iglesia a la futura ley de Memoria Histórica. Además de ignorantes, audaces, porque basta un mínimo conocimiento de lo que suponen estos procesos de beatificación en términos de investigación, documentación y tiempos, como para descartar semejante pilotaje. En todo caso, es cierto que las beatificaciones se producen en un contexto histórico concreto, y de ahí se derivan algunas reflexiones.
Hay un aspecto del martirio cristiano poco explorado y que sin embargo tiene una especial relevancia para el momento actual, en que las sociedades europeas, y particularmente la española, debaten en torno al significado de la laicidad y la ciudadanía: los mártires, como garantía de laicidad y modelo de ciudadanía.

Desde la primera época cristiana, los mártires han sido un dique frente a la pretensión totalitaria del César. Como cristianos, siempre han reconocido al Estado como un orden necesario que debe ser respetado, pero al mismo tiempo con su testimonio manifiestan el límite intrínseco a todo poder mundano: éste no puede pretender dominar las conciencias, ni definir el significado de la vida, ni negar la dignidad que cada persona tiene como imagen de Dios. Precisamente éste es el fundamento de una laicidad positiva y abierta, entendida como un espacio en el que se relacionan diferentes identidades espirituales y culturales a través de un diálogo crítico y fluido, y en el que el Estado es garante de la libertad y del bien común.

Así, es perfectamente posible una “aproximación laica” al fenómeno del martirio cristiano, que reconozca a estos hombres y mujeres el mérito de haber encarnado en cada momento histórico el límite a la tentación del poder político de convertirse en dios. Esto es algo que ilustra perfectamente la historia de los mártires de Roma, pero del mismo modo los de la revolución mexicana de Plutarco Elías Calles, los que lo padecieron bajo los regímenes nazi y soviético, y por supuesto, los del siglo XX en España. Por otra parte, los mártires reflejan la verdadera naturaleza de la fe, que no se impone sino que se ofrece con la elocuencia de su propia verdad y belleza. De hecho murieron perdonando, e incluso rezando por sus verdugos y ofreciendo su sacrificio como semilla de reconciliación. Por eso me parece especialmente apropiado señalarlos como modelo de ciudadanía, en un momento en que tanto se debate sobre este concepto.

Ahora bien, para encarnar en la propia vida, aun a costa de terribles sufrimientos e incluso de la muerte, ese límite al poder mundano, es necesaria una mentalidad y una libertad que no surgen por generación espontánea. Son el fruto de la educación cristiana y, por supuesto, de la Gracia. Y aunque ésta es una categoría que escapa del análisis político-social, el asombro que produce a cualquiera la contemplación de la humanidad que acepta el martirio abre la perspectiva de “otra cosa” que va más allá de nuestros limitados balances. En definitiva, un Gobierno tan preocupado por la laicidad y la ciudadanía debería agradecer esta cosecha de hombres y mujeres que muestran a todos una razón tan grande para vivir y para morir, para amar y para construir.